Henningsen y Zumalacárregui (vol. 1)

Lo mejor para no olvidarse de hacer algo que uno quería es ponerse a ello. El vigésimo primer episodio nacional galdosiano, Zumalacárregui, me recordó que tenía pendiente el libro del aventurero Henningsen sobre los doce meses que pasó junto al caudillo, que es lo que he estado  haciendo hoy con el primer volumen, mientras dejo el segundo para mejor ocasión.

Charles Frederick Henningsen (1815-1877) fue un súbdito británico de origen hibernodanés que participó junto a los legitimistas en la primera guerra carlista y después anduvo por guerras del Caúcaso y Hungría para acabar con Walker en Nicaragua, tal y como recordó décadas después en un poema el reciéntemente fallecido poeta y clérigo nicaragüense Ernesto Cardenal.  Henningsen dejó muchos escritos sobre sus experiencias. En España estuvo entre 1834 y 1835 y de nuevo en 1837. Tras su primera experiencia publicó en Londres los dos volúmenes que hemos indicado. Su percepción de los detalles bélicos y diplomáticos y el modo de plasmarlos en el papel es notable (y más aún para un muchacho de apenas veinte años) aunque en el cuadro general yerra por bastante en sus conclusiones en su creencia de que la mayoría de los españoles apoya la causa de Carlos María Isidro y de que sin duda el bando carlista se acabaría imponiendo.

Ya que he mentado al hermano de Fernando VII, personaje principal de este período, aprovecho para hacer un breve paréntesis. Al leer en referencia a su persona el nombre de Carlos V se me ha ocurrido que seguir llamando así al Emperador del siglo XVI que era Carlos I de España es una forma de negar legitimidad al pretendiente decimonónico y esta puede ser una razón adicional para que se haya seguido haciendo. No lo he leído en ningún sitio pero siempre he tenido la impresión de que Juan Carlos I reinó con un nombre compuesto para no quitarle del todo el Juan III a su propio padre, que nunca lo fue ya que nunca reinó. Si la lucha política casi siempre simbólica más ha de serlo cuando además de política es dinástica.

Henningsen comienza con una descripción mitad negrolegendaria y mitad perdonavidas muy habitual en sus románticos tiempos que aborda el diferente carácter de los españoles, y sigue con una explicación del declive de España cuyo principal elemento es la degeneración de sus elites y que podría enlazar con formas de populismo posteriores hasta nuestros días.

We are told that the northern provinces are struggling, not for Don Carlos, but for their own privileges. This is not the case: royalism in the Spanish peasant is that feeling not now easily conceived by the rest of Europe – that spirit, when the last words on the lips of a dying Frenchman were «Pour Dieu et le Roi!! and the embers of which the republic that conquered Europe found it so difficult to quench in La Vendée.  It is natural that the Spaniard having seen his rights and privileges, which, form time immemorial, were respected by his monarchs, now trampled under foot by the liberals, should be strengthened in this feeling. The cause of Don Carlos, it will be seen, thus became identified with the laws, religion, and liberties of the peasant, not only in the northern provinces, but all over Spain.

Como las conspiraciones judeomásonicas vienen de lejos, hay su porción de antisemitismo contra los Rotschild y Mendizábal. El autor confunde a Pizarro con Cortés en lo de quemar las naves (aunque hoy sabemos que ni siquiera Cortés las quemó).

Ya que gran parte de la acción transcurre en Navarra, una de tópicos sobre el carácter de los navarros:

Its population is computed at about two hundred and eighty thousand souls; but beyond the limits of his tiny kingdom, the Navarrese looks rather on the other Spaniards as his fellow-subjects rather than his fellow-countrymen.

Y otra observación sobre el minifundio y el latifundio en la provincia que llevo del Ebro al Tajo, ya que lo mismo que para Navarra la encuentro válida para la Alta Extremadura:

Excepting in the Rivera where many possess large properties, few of the inhabitants are rich: on the other hand, however, few are absolutely poor; and none need be so if moderately industrious.

A pesar de que he leído a menudo que a la francesada se la llamó guerra de la independencia con mucha posterioridad en este libro publicado en Londres 1836 ya aparece la expresión con la que la conocemos (y no en cambio lo de Peninsular War que es con la que los ingleses la conocen hoy en día):

Although Ferdinand was universally disliked – and to this, not to the liberal sentiments that animated the population, may be attributed the success of the constitutionalists – Navarre remained faithful to him, and even raised five battalions of volunteers in his favour, called l’egercito de la fe, «the army of the faith.» Nearly all the Carlist officers and soldiers that I have conversed with have told me that for Ferdinand they would never have taken arms, though wishing well to his cause.

Henningsen compara varias veces a Zumalacárregui con el héroe albanés Scanderbeg. Dice que incluso en su tiempo era ya un personaje como de otra época:

To me Zumalacarregui in character and feeling, as well as in costume and manner, seemed always like the hero of a by-gone century.

La viuda de Zumalacárregui se encontraba en Libourne, cerca de Burdeos, cuando Henningsen pasó a visitarla.  Siempre me ha sorprendido que el tratado de Libourne de 1366 y sus consecuencias no sean más conocidas en el norte peninsular.

La lectura de este libro me ha servido para poner cierto orden en mis conocimientos sobre la primera carlistada. Guerra de escaramuzas y acciones más que de frentes como las que se han conocido después. Henningson da una aproximación a la cantidad de tropas disponibles. Hasta leerlas había creído que peseteros y chapelgorris eran la misma (tal como se indica en la Wikipedia) así que lo tendré que mirar mejor.

The army of the Queen, exclusive of the garrisons of Ceuta and the Balearic Islands, consisting of 1500 foot, amounted to 116,000 men, besides irregular troops or volunteers to the number of 12,000 more, distributed under the name of Miquelets in Catalonia, Salvaguardias in Biscay, Chapelgorris in Guipuscoa, and Peseteros in Navarre.

Me sorprendió mucho tener noticia del fusilamiento de Leopoldo O’Donnell y no alcanzaba a comprender cómo llegó a ser presidente del consejo de ministros dos décadas después. Sucede que hay varios personajes llamados Leopoldo O’Donnell en la historia de España. El que tuvo la desgracia de ser fusilado era Leopoldo O’Donnell y Burgués (1801-1834) primo de Leopoldo O’Donnell y Joris (1809-1869), que sería el que luego se hizo famoso. En el capítulo de españoles de origen irlandés tenemos a Manuel O’Doyle, fusilado tras la acción de Alegría de Álava, que en castellano no llega ni a batalla y sin embargo ha hecho fortuna como para ingresar en el libro 1001 Battles That Changed the Course of History.

En el capítulo de duplicidades,  este periodo llamado regencia de María Cristina (1833-1840) es conocido por el mismo nombre que otro posterior (1885-1902), siendo las respectivas regentes María Cristina de Borbón Dos Sicilias y María Cristina de Habsburgo Lorena.  tiene otro homónimo e incuso el cura Merino hay dos.

Excepto la breve mención al óbito de Cardenal, que acabo de añadir, había dejado estas notas escritas en enero cuando el mundo era otro mundo. En algún momento del futuro espero continuar con el segundo volumen de Henningsen. Y que ustedes lo vean.

1 Responses to Henningsen y Zumalacárregui (vol. 1)

  1. […] Gruneisen, que al parecer fue el primero en ir empotrado en una unidad militar y me recuerda al otro súbdito británico, Henningsen, del que tratamos algún […]

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