La edición británica,creo
Creo que fue en 2007 («el año en que hice muchas cosas») cuando leí Freakonomics del profesor de economía Levitt y el periodista Dubner. Una lectura muy entretenida sobre economía en el sentido más amplio posible de la palabra sobre cuya aproximación a la verdad fui desconfiando a lo largo del tiempo. Poco después salió una segunda parte: Superfreakonomics y ahora compruebo que eso fue en 2009 y que se me habían pasado diez años pensando que tenía que echarle un vistazo, cosa que no he hecho hasta hoy mismo. Hubo un tiempo en el que estuve suscrito por RSS al blog y otro rato al podcast, pero en alguna de las masacres desintoxicatorias de información desaparecieron de mi rádar.
Así que me he puesto a leer Freakonomics pero con el ceño fruncido y como desconfiando y nada más acabar me he puesto a buscar la opinión de algún comentarista para confirmar que en efecto, tal y como intuía lo que había estado leyendo sobre el calentamiento global era bastante raro y a los coautores les estaba cayendo la del pulpo por su frivolidad. Todo lo relativo a la prostitución me pareció relativamente más creíble, aunque la visión general sea demasiado de color de rosa. Entre lo esquivo que es el mundillo y la guerra cultural en la que estamos inmersos realmente es difícil saber.
La idea de que el salario no depende sólo de la oferta y la demanda sino también de la competencia, los años de educación, como de desagradable y de peligroso sea. Lo cual explicaría que una prostituta pueda ganar más que un arquitecto:
“The delicate balance between these factors helps explain why, for instance, the typical prostitute earns more than the typical architect. It may not seem as though she should. The architect would appear to be more skilled (as the word is usually defined) and better educated (again, as usually defined). But little girls don’t grow up dreaming of becoming prostitutes, so the supply of potential prostitutes is relatively small. Their skills, while not necessarily “specialized,” are practiced in a very specialized context. The job is unpleasant and forbidding in at least two significant ways: the likelihood of violence and the lost opportunity of having a stable family life. As for demand? Let’s just say that an architect is more likely to hire a prostitute than vice versa.”
El tipo de cosas datos que los medios niegan a la opinión pública:
“La probabilidad de que un norteamericano medio muera por un atentado terrorista en un año dado es aproximadamente de uno entre cinco millones. Tiene 575 veces más probabilidades de suicidarse.”
“En las naciones industrializadas, la tasa actual de muerte materna durante el parto es de 9 mujeres por cada 100.000 partos. Hace solo cien años, la tasa era más de cincuenta veces más alta.”
“Es posible que acudir al hospital aumente ligeramente sus probabilidades de sobrevivir si tiene un problema grave, pero aumenta sus probabilidades de morir si no lo tiene.”
Resulta curioso que el ejército de los EEUU estuviera sufriendo más bajas anuales a finales de la guerra fría que a principios del siglo XXI cuando participaba en dos guerras a un tiempo:
From 2002 to 2008, the United States was fighting bloody wars in Afghanistan and Iraq; among active military personnel, there were an average 1,643 fatalities per year. But over the same stretch of time in the early 1980s, with the United States fighting no major wars, there were more than 2,100 military deaths per year. How can this possibly be? For one, the military used to be much larger: 2.1 million on active duty in 1988 versus 1.4 million in 2008. But even the rate of death in 2008 was lower than in certain peacetime years. Some of this improvement is likely due to better medical care. But a surprising fact is that the accidental death rate for soldiers in the early 1980s was higher than the death rate by hostile fire for every year the United States has been fighting in Afghanistan and Iraq. It seems that practicing to fight a war can be just about as dangerous as really fighting one.
Mi fragmento favorito trata de terrorismo y tiene que ver con el idiota que en 2001 intentó sin conseguirlo hacer explotar una bomba que llevaba en las botas durante un vuelo, obligándonos a todos desde entonces a quitarnos los zapatos al pasar por la seguridad del aeropuerto lo cual tiene un coste en minutos que sólo en EEUU es equivalente a 14 vidas al año :
The beauty of terrorism — if you’re a terrorist — is that you can succeed even by failing. We perform this shoe routine thanks to a bumbling British national named Richard Reid, who, even though he couldn’t ignite his shoe bomb, exacted a huge price. Let’s say it takes an average of one minute to remove and replace your shoes in the airport security line. In the United States alone, this procedure happens roughly 560 million times per year. Five hundred and sixty million minutes equals more than 1,065 years — which, divided by 77.8 years (the average U.S. life expectancy at birth), yields a total of nearly 14 person-lives. So even though Richard Reid failed to kill a single person, he levied a tax that is the time equivalent of 14 lives per year.
Nuestro viejo amigo Robert Strange McNamara a quien un día nos referimos favorablemente por su defensa del cinturón de seguridad es alabado por la misma cuestión. Esta semana supe de la falacia de McNamara. que consiste en omitir todo lo que no sea fácilmente cuantificable a la hora de tomar decisiones.
Y por último dejo este fragmento por la parte que me toca. Las autoridades irlandesas nunca han comprendido las externalidades del mercado de recogida de basuras.
“A veces, a los políticos les gusta pensar como economistas y utilizan incentivos económicos para fomentar la buena conducta. En los últimos años, muchos gobiernos han empezado a basar sus impuestos de recogida de basura en el volumen. Si la gente tiene que pagar por cada bolsa de basura de más, razonan, tendrán un fuerte incentivo para producir menos. Pero esta nueva manera de gravar también da a la gente un incentivo para llenar aún más sus bolsas (una táctica que los responsables de la basura de todo el mundo llaman ahora «Seattle Stomp») o para tirar su basura en los bosques (que es lo que ocurrió en Charlottesville, Virginia). En Alemania, los evasores del impuesto de basuras tiraban tantos restos de comida por el retrete que las alcantarillas se infestaron de ratas. En Irlanda, un nuevo impuesto de recogida de basuras generó un aumento de la quema de basuras en los patios traseros, que no solo era mala para el medio ambiente, sino también para la salud pública: en el Hospital de St. James de Dublín casi se triplicaron los casos de pacientes que se habían prendido fuego mientras quemaban la basura.”