Rusia no es cuestión de un día

29/01/2022

Rusia no es cuestión de un día

Ayer me encontré con estas memorias de un voluntario de la División Azul, que es un tema que no tengo mirado en detalle (aunque hace poco estuve escuchando un Documentos RNE sobre el particular) y me dio por leerlo mientras acababa una película. Eran sólo ochenta y tantas páginas. Creo que me lanzó a empezar con él su título, que me ha recordado a la situación actual en el este de Ucrania: Rusia no es cuestión de un día. El autor es el divisionario Juan Eugenio Blanco Rodríguez, que completó tras la guerra una larga y fructífera biografía.

Aparte de la breve extensión esperaba que fuera una cosa más o menos ligera de anécdotas personales y tal, que más o menos es en lo que consiste aunque también aparezcan la acción del lago Ilmen y la batalla de Krasny Bor, donde el protagonista no estuvo. Publicado en 1954, se ve un poco el Zeitgeist de la década de los cincuenta. El año anterior, 1953, fue el de la muerte de Stalin así como el del Concordato con la Santa Sede y el acuerdo para las bases estadounidenses en España. La visión retrospectiva podría ser que si hubiera ganado el Eje habríamos ganado, pero ganando los Aliados también hemos ganado:

Grafenworh ha debido resistir bastante bien el paso de la guerra, porque es hoy cuartel general avanzado de las tropas americanas de ocupación en Europa. En los mismos cuarteles, con la misión que nosotros hace diez años, hombres de Arkansas, y de California, de Nueva York y de Arizona, de todos los Estados Unidos, velan las armas ante las hordas de Stalin.

Desde una perspectiva histórica no sé de cuán exitosa se podría calificar esta operación de la División Azul para los intereses de España. No en un plano moral sino en un plano estrictamente geopolítico que es como hay que atender a estas cuestiones (del mismo modo que a la situación ucraniana de hoy). Por un lado, puede decirse que sirvió como coartada ante el Eje para no verse obligado a entrar en la guerra con todas las de la ley. Por otra parte, España no ganó nada con ello, murieron cinco mil españoles en el frío por cuestiones más ideológicas que estratégicas y hasta cierto punto fue otro elemento que contribuyó al aislamiento del país durante varios lustros, aunque 1953 fuera el año en que el franquismo comenzara a darle la vuelta. Al final creo que el balance es el de un episodio un tanto estrambótico, una rareza histórica que dio una salida al mundo al idealismo mal entendido de una juventud ideologizada en exceso.

Este fragmento me ha traído a la memoria la naturaleza humana por un lado y la situación ucraniana por otro:

Los ruskis, como les llamamos, al atacar suelen venir estimulados por libaciones de vodka, que quizá les hacen más arrojados. Esos mismos soldados, que al poco tiempo que son dueños de una posición aprovechan su victoria para rematar con picos y palas a sus defensores, cuando se les hace prisioneros se arrodillan y lloran como chiquillos. En España, los prisioneros que se cogían resultaban, siempre, ser «de derechas». En Rusia todos son ucranianos. ¡Niet kommunist, ukranski!

Lo de que los españoles son gente simpática que suele caer bien es un tópico con mucho de cierto. Seguramente no entendían demasiado el fanatismo racista de los nazis. Me gustaría pensar que aunque la maldad sea algo natural en el ser humano la elevada a esos extremos no es algo que surja sin más sino que precisa de mucha indoctrinación:

No sé por qué extraño poder de captación o por qué congénita ecumenicidad, los españoles nos llevábamos bien con todo el mundo. Para nosotros eran las mejores sonrisas de las aristocráticas señoritas polacas movilizadas al servicio de los «soldatenheim») las máximas deferencias de las puramente nominales autoridades civiles lituanas; la relación más afectuosa con los rusos blancos o rojos, colaboracionistas o prisioneros; no digamos nada de los alemanes; y hasta para nosotros — únicos amistosos visitantes del «Ghetto» — era la agradecida simpatía de los judíos. «Ich jude; ist verboten sprachen» nos decían las muchachas previniéndonos; pero bien pronto infringíamos con gran cordialidad las severas reglas del Ejército ocupante.

Este otro párrafo me recordó un documental que vi sobre el gulag de Karagandá sobre las experiencias documentadas de algunos españoles:

 Muy avanzada la campaña, y superado el primer invierno, sí se pasaron algunos, que probablemente salieron ya de España con aquel objeto; Dios les haya perdonado; estoy seguro de que ningún castigo podría afectarles más que lo que a cada uno le haya pasado en el paraíso soviético.

Seguramente habrá mejores volúmenes en los que documentarse y los que se sigan escribiendo. El valor concreto de este es que es la experiencia al pie del cañón de un paisano que seguramente fue para allá con grandes ideales, las pasó canutas y probablemente quedara defraudado aunque al menos vivió para contarlo y pudo dedicarse con bastante éxito a otros menesteres.


Se ha puesto la luna

13/12/2020

Se puso la luna

He rescatado del contenedor del reciclaje una biografía de Ho Chi Minh de cuando aún estaba vivo y un ejemplar de la novela The Moon is Down. Steinbeck escribió esta Se ha puesto la luna en 1942 y la edición que he encontrado es de 1958. Lleva una pegatina con el precio escrito a mano: 77 peniques. En una página del interior puede verse que el precio de Al este del Edén era 95p y el de De ratones y hombres, 50p.

Como son apenas 140 páginas me ha dado por leerla hoy mismo y me ha parecido que no tenía demasiado que fuera de interés literario: por su extensión y número de personajes es casi una obrita de teatro. Lo que sí me fascina es la eficiencia de la propaganda de guerra estadounidense, que era capaz de producir novelas así en plena guerra, apenas dos años tras la invasión de Noruega y que incluso podía lograr que una película con el mismo título viera la luz al año siguiente. De hecho, sin haber acabado la Segunda Guerra Mundial se produjeron muchísimas películas sobre la misma, cosa que no ha vuelto a suceder en esta escala. Aunque es obvio que tampoco ha habido otra guerra de esta magnitud no se ha vuelto a ver nada ni medio parecido.

En este caso voy a recomendar más la película que la novelita. Comparándola con otras cosas que he leído o visto me resulta muy parecida a obras para la resistencia y la moral como Le silence de la merHangmen also die! . En otro orden de cosas, ahora según la miraba estaba pensando que el pueblecito minero me sonaba de algo. Hace unos meses estuve viendo ¡Qué verde era mi valle! (1941) y, en efecto, una noticia del New York Times de 27 marzo de 1943 me confirma que el escenario decorado en el que se rodó es el mismo.


El diario de Lena Mujina

25/02/2019

Esta edición de 2012

Cuando leí el libro de Anna Reid sobre el sitio de Leningrado uno de los elementos que me impresionaron favorablemente fue el uso de diarios personales en la bibliografía. No había sido publicado aún el diario de Lena Mujina que he estado leyendo este fin de semana, ya que salió en el mismo 2011 (y en español en 2013).

En general me parece bastante feo el defecto tan habitual en los titulares de prensa de definir algo en función de otra cosa supuestamente superior. Así que el inevitable «la Ana Frank de Leningrado» lo tengo por bastante horroroso ya de por sí, sin siquiera tener en cuenta el relevante hecho cronológico de que el diario de Lena Mujina acaba en mayo de 1942 mientras que el diario de Ana Frank comienza en junio de ese mismo año. El paralelismo interesante está en que ambas comienzan a escribir días antes de acontecimientos históricos importantes que tendrán importantes consecuencias en sus vidas. También me resulta interesante a falta de una mejor explicación (sólo tengo una hipótesis) el hecho de que los diaristas adolescentes más destacables sean del sexo femenino.

Desde mi perspectiva de haber leído el año que abarca el libro en unas pocas horas lo más fascinante es cómo empieza hablando de guerra y bombardeos para acabar hablando de colas y comida. Esto es, la capacidad del ser humano para llegar a considerar que puede ser algo normal y ni siquiera digno de mención el que se estén lanzando bombas incendiarias desde aviones a la población en la que uno vive.

Mi entrada favorita es la del 17 de febrero de 1942, nueve días después de quedarse sola en el mundo:

Siento que soy rica. Tengo un bote con mijo, otro con cebada perlada y otro más con alforfón, un puñado de guisantes en una caja y 125g de carne en el alféizar de la ventana. En cambio no he tenido suerte con el azúcar: aún no he conseguido nada. Ayer comí sopa de guisantes y alforfón con mantequilla y para la cena cebada con mantequilla.

El pan de hoy, a 1 rublo y 25 kópecs, estaba rico y seco, muy bueno y sabroso.

Llevo tres días con la radio encendida. Está bien porque hace que no me sienta sola.

Tengo dinero – 105 rublos -, tengo leña, tengo comida. ¿Qué más me hace falta? Soy completamente feliz.

Hoy hace frío. El sol brilla y no hay ni una nube en el cielo

No tengo una idea muy precisa de lo que es la comida considerada en gramos. Estos simples cálculos y otras peripecias expresadas en este diario y otros similares me hacen suponer que estamos en mucha peor forma para sobrevivir a un colapso de la civilización que implique la renuncia a los niveles de calorías a los que estamos acostumbrados, además de nuestra falta de preparación física y psicológica.

Respecto a esto último siempre me ha fascinado que con una población famélica las escuelas siguieran abiertas y que hubiera exámenes, pero quizá fingir normalidad es la única forma de seguir adelante. En resumen, que mi impresión es que con un golpe mucho menor de lo que fue el asedio para los habitantes de Leningrado los occidentales de cualquier sitio hoy caeríamos como moscas. La inmensa mayoría no estamos nada preparados para el colapso de la civilización, ni para una guerra, ni para un cierre de fronteras, ni para una inflación un poco más elevada.

 


El general de Stalin

14/10/2018

Portada

Hace unas semanas me preguntaron por guasap a ver qué se puede hacer para leer más Historia. Algo que no se me ocurrió en aquel momento y que yo de hecho hago es centrarse aproximadamente en un país. Yo leo muchas cosas rusas, aunque en conjunto sería bastante correcto decir que no tengo ni idea de la Historia rusa. Aspiro a tener una idea más clara algún día pero de momento me conformo con los hallazgos sorprendentes que el pasado de este país me depara. Es la suficiente distancia como para que todo sea exótico y extraño y a la vez la suficiente cercanía como para que parezca que se alcanza a entender.

Durante el último año me he aficionado a algo que antes no me interesaba nada: la Historia militar. La culpa de esto la tiene la ingente cantidad de horas que paso en la carretera. El canal de esta nueva afición son los podcasts y recomiendo mucho el de Histocast cuyos episodios he disfrutado en su totalidad (van por la octava temporada, pero uno va al trabajo todos los días) y algunos incluso en dos o más ocasiones. La Historia militar me proporciona valiosas metáforas con las que explicar lo que hacemos en el trabajo, especialmente las muy sustanciales pifias que a menudo perpetramos. Al final tanto la guerra como el mercado son cadenas de distribución. Sigo siendo muy ignorante en asuntos bélicos pero intento enterarme de las cosas y tengo la sensación de que como lego las disfruto más.

Puede que la confluencia de estas dos esferas de ignorancia sea lo que haya provocado mi última lectura: Stalin’s General: The Life of Georgy Zhukov, biografía escrita por Geoffrey Roberts (2013) sobre el más destacado de los generales soviéticos de la Segunda Guerra Mundial: Gueorgui Zhúkov (o Yúkov, como también se suele ver escrito con y sin acento ortográfico y que se parece más a como se pronuncia).

Si partimos en tres la vida de Zhúkov (1896-1974) y hacemos que esas partes se correspondan con los periodos de antes, de durante y de después de la Segunda Guerra Mundial, diría que la parte que más me ha interesado es , curiosamente, la tercera. Mi expectativa inicial era el periodo bélico habría de ser lo que más llamara mi atención y ciertamente hay aspectos muy interesantes incluso con anterioridad a la Gran Guerra Patria. De la primera etapa, caraterizada por los orígenes humildes, el paso por el ejército zarista y el posterior alistamiento en el Ejercito Rojo quizá pueda decirse que sea típica en una biografía militar de la época pero a partir de ahí, por ejemplo, resulta fascinante pensar que en un lugar remoto de Mongolia la frontera con China forma una extraña línea recta alejada del cauce del río y que eso es debido al conflicto entre los rusos mandados por Zhúkov y los japoneses en Jaljin Gol en 1939.

La parte de la guerra contra Alemania es seguramente la mejor conocida. Los fracasos en la operación Marte y las de Viazma han alcanzado menor fama que éxitos como la brecha en el cerco de Leningrado, la victoria total de Stalingrado, Kursk o la carrera con Konev hacia Berlín. En esta parte, además de la organización de los frentes, son muy interesantes las relaciones con Pepe Stalin. La suerte o habilidad de haber sobrevivido a la Gran Purga de 1938 parece que van a seguir ayudando a Zhúkov en su siguiente etapa.

Para ilustrar que el libro no es una de esas hagiografías que abundan traduzco aquí un fragmento dedicado al pillaje en Alemania tras la victoria:

En lo relativo al pillaje el propio Zhúkov no estaba libre de pecado. Mientras estuvo en Alemania amasó una fortuna. En su tesoro en el que se incluían 70 joyas de oro, 740 objetos de plata, 50 alfombras, 60 cuadros, 3.700 metros de seda y 320 pieles. Zhúkov dijo luego que compró estos objetos o que fueron regalos pero su adquisición no era muy coherente con los principios socialistas que se le suponían ni con su insistencia moralista, tanto en aquella época como en sus memorias, de que el Ejército Rojo fue un ejemplo de disciplina en la invasión y ocupación de Alemania.

Como digo, lo realmente fascinante es la habilidad de sobrevivir física y políticamente tras la guerra en un periodo de camarillas y confabulaciones y eso tras pasar por dos caídas en desgracia con degradación y destierro incluidos. Desconocía la participación de Zhúkov en el arresto de Beria. Comparado con tiempos actuales me resulta curioso el uso del pasado que para sobrevivir en su presente político hace continuamente la nomenklatura soviética.

En vez de a Stalin, Zhúkov culpaba a Abakúmov y Beria de su castigo. De hecho Zhúkov creía que el dictador soviético lo había protegido evitando su arresto. Tras la muerte de Stalin, Abakúmov fue juzgado y ejecutado por abuso de poder y se convirtió en un conveniente chivo expiatorio para muchas de las purgas de la era de Stalin, incluida la de Zhúkov. Pero Abakúmov sólo habría podido actuar contra alguien de la estatura de Zhúkov con la bendición de Stalin y seguramente sólo tras ser incitado por él. El dictador soviético fue el responsable de la purga de Zhúkov y fue el propio Stalin quien determinó el nivel del castigo. El castigo en sí mismo (retirada de prebendas y destierro a las provincias) fuer relativamente moderado. Probablemente la mayor indignidad fue el ser eliminado de la Historia de la Gran Guerra Patria. No apareció en los cuadros que representaron el gran desfile de la victoria. En un documental de 1948 sobre la batalla de Moscú apenas se mencionaba a Zhúkov. En agosto de 1948 murió el general Rybalko y el nombre de Zhúkov fue omitido en la esquela de Pravda que contenía la lista con todos los demás mariscales de la URSS. En un póster de 1949 que mostraba a Stalin y sus generales planeando la gran contraofensiva de Stalingrado Zhúkov no aparecía por ningún lado.

Al final de su vida Zhúkov se dedicó a defender su legado y leyenda escribiendo memorias que como las de cualquiera tienen su parte de verdad y su parte discutible.

Cuando le preguntaron por los errores de Hitler durante la guerra Zhúkov dijo que en el nivel estratégico el dictador alemán había infravalorado la capacidad de la Unión Soviética y en el nivel táctico Hitler no había apreciado suficientemente la importancia de la coordinación de las diferentes ramas de las fuerzas armadas y que infravaloró la artillería por oposición a la aviación. «La fuerza aérea es un arma delicada. Depende mucho del tiempo y de otros factores».

Me guardo un par de fragmentos para futuras entradas.

 


Un viaje por la historia de Ucrania

28/07/2018

Portada

Ese episodio del otro día con tropas griegas patrullando por Odesa durante la guerra civil rusa me ha recordado que tenía por leer un libro que compré diría que hace tres años, después de haber leído otro de la misma autora sobre el cerco de Leningrado. Se llama Borderland: A Journey through the History of Ukraine y como ya dije una vez borderland bien podría traducirse como extremadura. Lamentablemente el volumen no está en español ni he sido capaz de encontrar manuales de historia ucraniana que me hayan parecido solventes en nuestro idioma, así que me he puesto a leer en inglés con la intención de aprender y rememorar cosas de aquel viaje de 2010.

Eso sí, la primera versión del libro es de 1997 y la que tengo, de 2015 no es una edición revisada sino que a los diez capítulos originales (que yerran en varios de sus augurios) les han metido cuatro de propina para actualizar. A diferencia de otros países para los que una historia que llegara hasta finales del siglo XX reflejaría lo esencial, en el caso de Ucrania no es así y si no se cuenta lo que ha pasado desde la llegada de Putin al poder en Rusia y especialmente a partir de 2014, parece que no se entera uno de nada.

El libro de 1997 en vez de hacer un recorrido en orden cronológico presentaba una a una diversas partes del país para ilustrar procesos históricos de mayor calado. A mí me parece que peca un poco de la «enfermedad de la unidad de destino en lo universal», enfatizando los elementos que invitan a pensar en una etnogénesis ucraniana más sólida, separada y  distintiva con respecto a la formación de Rusia de la que a mí (en mi ignorancia) me parece intuir que pudo darse.

Aquí me he enterado de que Joseph Conrad, del que sí sabía que era polaco, nació en un lugar que hoy es parte de Ucrania, lo que parece no importar demasiado a los actuales habitantes ucranianos del pueblucho, como suele suceder. Como los grandes villanos de la historia de la zona son alemanes y rusos la tensión entre polacos y ucranianos se suele dejar pasar aunque no sea poca cosa.

A pesar de su antagonismo circunstancias históricas parejas empujaron a Polonia y Ucrania hacia estrategias de supervivencia parejas. Para los polacos del siglo XIX y para los ucranianos hasta 1991 la idea de nacionalidad tomó un significado religioso, casi metafísico. Del mismo modo que los ucranianos de la diáspora se consideran a sí mismos parte de Ucrania a pesar de haber nacido y crecido en Canadá o Australia los exiliados polacos del siglo XIX no se consideraban menos parte de Polonia por haber pasado sus vidas en París o Moscú. Sus países existían en una especie de hiperespacio mental independiente de banalidades tales como gobiernos o fronteras. «Polonia no se ha perdido aún» era el título de una marcha napoleónica, «Ucrania no ha muerto aún» el poco inspirador primer verso del actual himno ucraniano.

Hablando de la cuenca del Donetsk se dice que esta ciudad se llamó antes Yuzovka en honor al industrial minero galés John Hughes y que la palabra minero en ruso –shajtior– tiene un tono mítico (su equivalente ucraniano es shajtar, tal y como se llama el equipo de fútbol local). Veamos lo que decía la autora en 1997 de esta zona del país ahora convertida en la poco reconocida República Popular del Donetsk:

Para conservar su independencia Ucrania debe mantener contento al este rusófono que, densamente poblado y muy industrializado, tiene mucho que decir en el país. En las primeras elecciones tras la independencia fueron los votos orientales los que entregaron la victoria a Leonid Kravchuk, antiguo jefe del Partido ante Vyacheslav Chornovil, antiguo disidente y dirigente del movimiento independentista. En 1994 fueron los votos orientales los que echaron a Kravchuk, que para entonces era el niño bonito de los nacionalistas, favoreciendo a Leonid Kuchma, exdirector de una fabrica de misiles en la ciudad rusófona de Dnipropetrovsk. Curiosamente, el año anterior Kuchma había tenido que dimitir como primer ministro cuando miles de mineros del Donbass llegaron a Kiev pidiendo aumentos de sueldo. La peor pesadilla de los políticos ucranianos es el separatismo del Donbass, el temor de que un día Ucrania oriental quiera la autonomía o apueste por volver a unirse a Rusia.

Hablando de la batalla de Poltava (1709) se nos dice que en los noventa «descendientes de los soldados allí abandonados pueden verse ante la embajada sueca en Kiev para solicitar la ciudadanía de un país que sus antepasados dejaron tres siglos antes». No me parece que pueda haber tantos descendientes de suecos como para que ni en los peores momentos hubiera una cola más o menos permanente pero sí que recuerdo que antes de ir a Ucrania me sorprendió saber del pueblo de Gammalsvenskby donde algo de la cultura sueca ha sobrevivido durante muchas décadas casi en el mar Negro.

Como lo de cambiar nombres de calles es un tema muy hispánico, un fragmento sobre cómo se produjo en Odesa tras el fin del comunismo:

Más deprisa que ningún otro lugar Odesa se está desprendiendo de su monocromático barniz soviético para revelar la antigua identidad multiétnica que subyace. La calle de Carlos Marx ha vuelto a ser Yekaterniskaya; la de Lenin, Richelyevskaya; la de Karl Libknecht, Griecheskaya (griega). Babelya, que llevaba el nombre del gran novelista odesita Isaac Babel se ha convertido en Yevrevskaya (calle hebrea). Del mismo modo que fueron extranjeros quienes construyeron la ciudad son extranjeros los que le están volviendo a dar vida. Una empresa suiza ha reformado el antiguo y grandioso Hotel Londonskaya, que es ahora una de las guaridas preferidas de negociantes confabuladores. Unos chipriotas han abierto un casino en el edificio de la antigua bolsa de valores donde ahora trabajan croupiers de Liverpool y son italianos los que han renovado el puerto desde el que pequeños comerciantes y prostitutas recorren de nuevo las antiguas rutas que van a Haifa, Alejandría o Estambul.

Odesa es una ciudad sobre la que me gustaría saber más cosas. La autora dice que fue fundada por un mercenario hiberno-español (o hispano-irlandés que tanto monta). No puede ser otro que José de Ribas, pero no le he encontrado la conexión irlandesa y el apellido Boyons no me parece prometedor. Tampoco encontré nada sobre las tropas griegas (en apenas dos líneas dedicadas al episodio sólo se habla de los franceses). Eso sí, por fin me ha quedado claro que el Duque de Richelieu cuya estatua está al final de la mítica escalera era sobrino nieto del famoso cardenal. Me hace falta un buen libro con la historia de Odesa.

La perspectiva rusa de las cosas está basada en la escasa entidad o importancia de la identidad y la lengua ucranianas:

La rusificación no se dio sólo en Ucrania. La sufrieron todas las naciones del imperio tanto bajo el zarismo como bajo el comunismo. Sin embargo, la rusificación se dio con mayor determinación y éxito en Ucrania que en ningún otro lugar. En primer lugar Ucrania se unió al imperio más temprano: Las tierras ucranianas al este del Dniéper fueron a Rusia en 1686, Estonia y Letonia fueron conquistada veinte años después, el Cáucaso y Finlandia no lo fueron hasta finales del siglo XIX. Ucrania fue para Rusia lo que Irlanda y Escocia fueron para Inglaterra – no una posesión imperial como Canadá y la India, sino parte del centro irreductible. De ahí que el comentario (probablemente apócrifo) de Lenin de que “perder Ucrania sería perder nuestra cabeza” y el sueño de nacionalistas románticos como Solzhenitsyn de que Rusia, Ucrania y Bielorrusia un día volverán a unirse.

En segundo lugar, los rusos consideraban y aún consideran a los ucranianos como una subespecie de rusos antes que nada. Cualquier diferencia que existiera entre ellos seria la obra artificial de los pérfidos papistas polacos, que en la imaginación rusa actual han sido sustituidos por la intromisión de Occidente en general. En lugar de atacar a los ucranianos y a la identidad ucraniana como algo inferior lo que los rusos hacen es negar su existencia. Los ucranianos son una “nación no histórica”, el idioma ucraniano un dialecto de broma, Ucrania misma una Atlántida -una ensoñación legendaria de ciertos intelectuales ucranianos” en palabras de un parlamentario de Donetsk. La proximidad de las culturas rusa y ucraniana, la sutileza de las diferencias entre ellas es algo irritante. La razón por la que los lituanos y los kazajos rechazan considerarse rusos es perfectamente obvia pero que los ucranianos quieran hacer lo mismo es simplemente indignante.

El Edicto de Ems:

En 1876 la rusificación alcanzó su culmen mediante el Edicto de Ems. Mientras tomaba las aguas en esa ciudad balnearia alemana, Alejandro II firmó un decreto que prohibía la importación y publicación de libros y periódicos en ucraniano así como todo tipo de conciertos, conferencias y espectáculos en ucraniano y toda la educación en ucraniano incluida la preescolar. Los libros en ucraniano serían eliminados de las bibliotecas escolares y los maestros ucraniófilos transferidos a la Gran Rusia. Durante las epidemias de cólera incluso los avisos sanitarios se pondrían sólo en ruso.

Entre las cosas leopolitanas y en general de la otrora multiétnica Galizia oriental me sorprende esta anécdota que si ya sería rara en los noventa del s XX hoy en día debe de ser imposible:

De todos los gobernantes de Lviv son los austriacos los únicos por los que los ucranianos retienen algún tipo de afecto. Todavía puede encontrar uno ancianos que silban la marcha «Ich hat’ einen Kameraden» (Yo tenía un camarada) y babushkas que cuando se les pregunta la hora responden «¿la vieja o la nueva?» ya que sus relojes están aún puestos a la hora oficial en tiempos del benigno y patilludo emperador Francisco José.

Aquí gracias a un fragmento de la Baedecker me he enterado de que la colina de las ruinas del gran castillo leopolitano por donde subimos años ha (Vysoky Zamod) se llamó en sus tiempos Franz-Josef-Berg. Veamos un chiste austrohúngaro de finales del siglo XIX:

Un policía para a un socialista polaco que va a cruzar la frontera de Galitzia. Cuando le pregunta a qué se refiere cuando habla de «socialismo» el polaco responde «es la lucha de los trabajadores contra el capital» a lo que el policía replica «En ese caso puede usted entrar en Galitzia ya que aquí no tenemos ni de lo uno ni de lo otro».

Era la región más pobre del imperio austrohúngaro, lo cual supuso muchas cosas:

Para muchos la ruta de escape fue la emigración. En los veinticinco años anteriores a la Primera Guerra Mundial más de dos millones de campesinos tanto ucranianos como polacos abandonaron Galitzia. De ellos unos 400.000, que suponían el 5% de la población de la provincia lo hicieron en 1913. Unos fueron a las nuevas fábricas de la Silesia polaca y otros a Francia o Alemania pero la mayoría embarcó hacia Canadá o los Estados Unidos fundando la diáspora ucraniana en Norteamérica que a día de hoy está conformada por unos dos millones de personas.

Identidad nacional a la carta, que también es una cosa muy española:

Para los habitantes de Ucrania con estudios la identidad nacional era una cuestión de gusto personal. En muchas familias hubo individuos que se convirtieron en prominentes ucranianos mientras que otros seguían considerándose a sí mismos rusos o polacos.

La primera gramática ucraniana apareció en 1818 (su compilador creía que estaba registrando un dialecto en extinción) y el primer diccionario breve en 1823:

El ucraniano está aún en estado de flujo. El vocabulario técnico está subdesarrollado y necesita tomar préstamos a mansalva del alemán y del inglés (de cualquiera menos del ruso). También hay variaciones entre el ucraniano influenciado por el ruso de las provincias centrales y el influenciado por el polaco de Galitzia, que fue anatemizado por los soviéticos como nada ucraniano sino una forma bastarda de polaco. Un amigo ucraniano que creció cerca de Lviv recuerda que en la escuela le decían que «el idioma que hablamos es impropio, muy malo, incorrecto, un tipo de dialecto…. y que en algún lugar existe el ucraniano correcto pero que es diferente, no el que hablamos, claro.»

A continuación dejo apenas tres datos sobre tres momentos históricos pero cuya la magnitud se debe tener en cuenta por los millones de de seres humanos a las que afectaron:

La Gran Guerra:

En el momento en que se declaró la guerra en julio de 1914 los ucranianos se encontraron divididos en dos ejércitos opuestos: tres millones y medio de soldados en el ruso y un cuarto de millón en el ucraniano.

La hambruna de 1932-33

Con más muertos que todos los de la Primera Guerra Mundial en todos los bandos juntos la hambruna de 1932-33 fue y aún es una de las atrocidades de la historia humana de la que menos se ha informado, un hecho que contribuye poderosamente al persistente sentido de victimización ucraniano.

La Segunda Guerra Mundial:

En los meses finales de la guerra miles de prisioneros fueron empujados hacia el oeste en marchas de la muerte similares a las de los campos de concentración. En total, de los 5,2 millones de soldados soviéticos hechos prisioneros por Alemania durante la guerra dos millones están registrados como muertos en campos y otro millón trescientos mil cae en la categoría de «huidas, exterminaciones, no contabilizados, muertes y desapariciones en tránsito. Tomando la cifra más conservadora de dos millones de muertes los campos de prisioneros del Frente Oriental causaron un tercio de las muertes de las que causó el Holocausto.

Tras mucho hablar sobre Chernóbil y el fin del comunismo el libro de 1997 se cierra con una serie de conjeturas sobre el futuro de las cuales la que más me divierte es esta, de un analista de Reagan:

«Hay una historia de Turgenev» dice «un hombre está tumbado al sol en la hierba. Una campesina llega y le trae pan y leche. Piensa para sus adentros – «¿Para qué necesitamos Constantinopla?» Rusia está así ahora con respecto a lugares como Crimea.

Dejo los cuatro capítulos agregados y que cubren (1997-2015) para comentarlos tras una relectura. Muchas cosas han cambiado en el mundo desde el 97, seguramente en Ucrania más que en ningún país de Europa occidental. Entre las pequeñas pude ver en Leópolis hecha realidad la estatua de von Masoch que se había propuesto y Kirovogrado se llama Kropyvnytskyi. Entre las grandes las hay que van muy despacio, y otras que llaman más la atención como todo aquello de la revolución anaranjada, pero sobre todo la guerra que se inició en 2014 y la pérdida de Crimea. Ahora se ha dejado de poner el foco en aquella parte del mundo pero aún hay mucho por escribir.


El diario de Ana Frank

05/02/2018

La primera vez que estuve en Amsterdam fue 2001, creo que en octubre, para pasar tres o cuatro días conociendo la ciudad. Aparte de pasear por los canales, las cosas que tuve más interés por ver en aquella ocasión fueron la casa de Ana Frank y el Museo de Van Gogh. Han pasado unos cuantos años y guardo un recuerdo bastante difuso de ambas visitas.

De la casa museo de Ana Frank lo que recuerdo con mayor intensidad es el pasar por la puerta que escondía la estantería con los libros y el mapa de Bélgica que había encima. También un pequeño lavabo. Descubrí bastantes cosas sobre la vida clandestina de la familia, habida cuenta de que no había leído el libro. Tras pasar por la parte museística del edifició donde se exponía el diario bajo una vitrina con higrómetro, recuerdo el vídeo en el que Miep Gies que aún vivía narraba cómo entregó el diario a Otto Frank en 1945. La visita concluyó con el paso por una especie de plató de concurso en la que se exploraban los límites de la libertad de expresión mediante preguntas al público. Salí a la calle con la convicción de que algún día leería el diario, cosa que no había hecho hasta este fin de semana. Es probable que tenga alguna que otra cosa pendiente de hacer durante incluso más de dieciséis años.

El que tengo es una traducción al inglés de Susan Masotty. Antes de empezar la lectura recordaba que tras volver de Auschwitz el padre había censurado partes del diario relativas a la sexualidad de la adolescente (que en mi opinión no son nada del otro jueves) y a las malas relaciones que tenía con su madre, pero no sabía que había un diario a y un diario b y uno c y que incluso se ha intentado considerar al padre coautor seguramente para extender los derechos de autor.

También me ha parecio interesante el hecho de que a ciertas personas (compañeros de escuela de Anne) se les diera la opción de aparecer en la publicación con nombres y apellidos o con meras iniciales (aleatorias además, no las suyas propias). No sé si esto se habrá respetado en todas las ediciones. También puede ser que la opinión de esas personas o sus herederos hubiera cambiado con el tiempo. Yo creo que por vanidad habría preferido salir con nombre y apellidos aun quedando mal parado (al final lo que se dice en el diario son cosas de chiquillos).

Más allá del contexto político, bélico, trágico de la época me llaman la atención los asuntos prácticos de la supervivencia, la logística, el mercado negro. Nunca me había planteado que el aspirador ya estaba inventado en los años cuarenta. Esas podrían ser cosas accesorias, mirando el diario como conjunto sorprenden la madurez y la prosa de una niña de trece, catorce, quince años. No sé si los traductores pueden haber embellecido el neerlandés original, pero supongo que no tanto. Vuelvo a mi yo de esas edades (y muy posteriores) creo que habría sido imposible para mí narrar con esa fluidez. De hecho, entre los dieciséis y los diecinueve años aproximadamente tuve un cuaderno con notas y años después lo acabé tirando por vergüenza, no porque contara nada íntimo que ni vida íntima tenía sino por pura vergüenza de lo mal escrito que estaba casi todo.

Esa es otra, los matices sentimentales de sus relaciones personales reflejan un mundo interior exuberante y una capacidad muy poderosa de penetrar en la mente de los demás. No sé si esto es una cualidad exclusivamente femenina, pero para mí en general es todo mucho más simple: eres de los míos, me caes bien, me caes mal, no te quiero ni ver. La complejidad de las relaciones con los demás habitantes de la casa y su modo de racionalizarlas e incluso de plantearse estrategias para conducirlas mejor me ha hecho suponer que llevo décadas viviendo en un mundo bastante en blanco y negro mientras que hay quienes pueden en color y hasta el infrarrojo y el ultravioleta aunque tengan doce años.

Ana Frank (coloreada por Sanna Dullaway)


Svetlana Alexiévich – Últimos testigos

19/01/2017
Últimos testigos

Últimos testigos

«Últimos testigos» de Svetlana Alexiévich es un imponente trabajo de almazuela construido a partir de entrevistas realizadas entre 1989 y 2004 a quienes eran niños cuando entre empezó la Gran Guerra Patria. Me pregunto si alguien habrá hecho algo así sobre la Guerra de España, que ojalá se haya y lo hayamos omitido tras el sectarismo que desde entonces ha marcado el debate, cuando el debate ha sido posible, y a gran parte de la bibliografía. Si no se ha hecho es desde luego ya tarde para recopilar el material.

El género de entrevistar a peones de la historia durante horas, para reducir su porción en la narración a un pequeño parche de color que es apenas una anécdota tiene detrás muchas horas de trabajo. Me pregunto hasta qué punto es legítimo modificar o embellecer las respuestas. Recortarlas es, sin duda, inevitable.

El libro me ha dejado exhausto (quizá no deba leerse de madrugada) y está lleno de horror y muchas otras cosas, aunque los hay peores. Creo que he intentado no visualizar demasiado algunas escenas y recordar solo algunas cosas:

Algunas son de las que hacen sonreir:

Nuestra familia…
Éramos tres hermanas: Rema, Maya y Kima. Rema viene de «Revolución, Electrificación y Mecanización». Maya viene de la conmemoración del Primero de Mayo. Kima viene de «Komunistecheski Internacional Molodiozhi» [Internacional Comunista de la Juventud]. Fue nuestro padre quien se inventó esos nombres. Era comunista, se afilió siendo muy joven. Y así nos educaba. En nuestra casa había muchos libros, había retratos de Lenin y de Stalin.

Otras son de las que hacen saltar las lágrimas:

Me llevaron a un caserío, me hicieron sentarme en un escalón largo. La familia que había aceptado quedarse conmigo tenía cuatro hijos. Me acogieron. Quiero que todos sepan el nombre de la mujer que me salvó: se llama Olimpia Pozharítskaia y vive en Ganevichi, una aldea del distrito de Volózhinski. El miedo que sufrió esta familia todo el tiempo que conviví con ellos… Los hubiesen podido fusilar en cualquier momento… A toda la familia…, a los cuatro hijos… Por haber refugiado a una niña judía. Del gueto. Yo era su muerte… ¡Hay que tener un corazón muy grande! Un corazón humano más allá de lo humano… Cuando aparecían los alemanes, al instante me enviaban a algún lugar. El bosque estaba cerca, el bosque era mi salvación. Esa mujer se compadecía mucho de mí, sentía por mí lo mismo que por sus hijos. Si nos daba algo, nos lo daba a todos; si nos besaba, nos besaba a todos. Y nos acariciaba a todos por igual. Yo la llamaba mamusia. En algún lugar estaba mi mamá, y allí estaba mi mamusia
Estaba pastando las vacas cuando se aproximaron unos tanques al caserío. Los vi y me escondí. No podía creer que fueran nuestros tanques, pero cuando divisé las estrellas rojas, salí a la carretera. Del primer tanque bajó un militar de un salto, me cogió en brazos y me levantó muy alto. Desde el caserío vino corriendo la mujer; estaba tan feliz…, tan guapa…, le apetecía tanto compartir algo bueno…, explicar que ellos también habían participado de esa victoria. Le contó cómo me habían salvado. Cómo habían salvado a una niña judía… El militar me apretó contra su pecho; yo era delgadita y me quedé escondida debajo de su brazo, y también abrazó a la mujer; la expresión de aquel soldado era igual que si hubiera salvado a su propia hija. Dijo que toda su familia había perdido la vida y que cuando la guerra terminara, me llevaría con él a Moscú. Yo no aceptaba por nada del mundo, porque no sabía si mamá estaba viva o no.
Vinieron corriendo otras personas, también me abrazaron. Todos confesaron que hacía tiempo que sabían a quién escondían en el caserío.
Más tarde vino a buscarme mi madre. Entró en el patio y se puso de rodillas ante esa mujer y sus hijos…

Pero las que más me llaman la atención son las que cuentan algo que muestra una perspectiva que a quien no ha pasado por esa experiencia se le escapa por completo. Quien cuenta que un gato ahorcado se balanceaba como si fuera un niño ha tenido que ver un niño ahorcado. Recuerdo que hace años leí una entrevista a una anciana judía que había sobrevivido a los campos de exterminio cuando niña y que tras la liberación, cuando le preguntaron qué quería comer, pidió una cebolla. ¿Qué tiene que haber comido uno antes para pedir una cebolla?

Un día miré en el armario y no encontré la pistola de mi padre. Revolví el armario entero; la pistola no estaba.
—Pero no puede ser… ¿Qué harás ahora? —le pregunté a mi padre cuando volvió del trabajo.
—Daré clase a niños —contestó él.
Me quedé muy desconcertado… Yo creía que el único trabajo que existía era la guerra…

Otra:

—¿Por qué está el abuelo tumbado encima de la mesa?
Le contestaron:
—El abuelo ha muerto.
El chaval se sorprendió muchísimo.
—Pero ¿cómo que ha muerto si hoy no ha habido disparos?
El niño tenía siete años, y desde hacía dos solo oía que la gente moría cuando había habido disparos.

Que la guerra es muy mala y debe evitarse hasta donde se pueda lo sabe todo el mundo. También me parece que la lectura de atrocidades nos hace alcanzar un punto de saturación en el que es imposible conmoverse ya más ante la magnitud de tanta tragedia. A lo mejor vale la pena leer de la guerra sólo para intentar entender el sabor de una rata o la sensación de caminar sobre la nieve con un trapo haciendo las veces de zapatos.


La noche más oscura

03/07/2016
Portada de la edición inglesa

Portada de la edición inglesa

Aunque devoro las noticias, no suelo leer libros en función de la actualidad. Sin embargo, una muerte acontecida ayer, la de Elie Wiesel, me ha hecho recordar que tenía su obra «Noche» en la lista de pendientes y le he dedicado unas horas de esta tarde dominical a la edición inglesa del libro. El prólogo me ha hecho suponer que el original era en yidis, si hubiera sabido que era en francés lo habría buscado. También he descubierto que Elie es Eliezer.

El mal llamado (como el autor bien indica) Holocausto es un evento histórico con muchas dimensiones de magnitud inabarcable. Creo que literariamente Primo Levi ofrece una mejor aproximación a la vida y agonía en los campos, aunque no sabría decir exactamente por qué. Dadas las limitaciones de mis conocimientos no debo comentar sobre todo este horror.

Lo que sí puedo decir es por qué me interesa leer sobre el asunto. Lo tengo como un punto de referencia de hasta donde puede caer la Humanidad. Por desgracia el riesgo de que vuelvan a pasar cosas así está siempre presente. De hecho, en estos tiempos revueltos en que las políticas identitarias vuelven con más fuerza de la que tuvieron en décadas anteriores uno puede plantearse las cosas en función de si incrementan o no la posibilidad de un genocidio o una guerra termonuclear y obrar en consecuencia.

Y así, por poner otro ejemplo de estos días, para mí la Unión Europea contribuye a reducir estos riesgos y la salida del Reino Unido lo aumenta. Uno se vuelve muy conservador en muchas cosas sólo con ver a lo que se puede llegar, porque se ha llegado antes y por desgracia se volverá a llegar.


Mujeres en la guerra – Svetlana Alexiévich

01/05/2016

Portada

Hoy he tenido bastante tiempo libre y me heleído este del tirón. Llevaba dos meses en lista de espera: La guerra no tiene rostro de mujer de la premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich. Es una compilación de historias de mujeres soviéticas que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Después me he dado cuenta de que hoy coinciden la Fiesta del Trabajo y el Día de la Madre (al menos en España). La conjunción del calendario hace especialmente idónea esta lectura en su fecha.

Creo que he tardado más de lo que quería en empezar el libro porque me habían advertido de unas cuantas imágenes terribles, que es cierto que aparecen y son reconocibles para cualquiera. En parte por eso estaba buscando un momento adecuado de estabilidad. Por desgracia ya tengo leídas cosas peores y aunque uno no elige esas cosas no creo que nada de aquí vaya a remplazarlas en mis pesadillas. Luego ese fenómeno fascinante de la compartimentalización de la mente humana entra en juego y a veces ocurre que una historia de amor traicionado o una lealtad a prueba de lustros acaban resultando más conmovedoras que la peor  de las crueles masacres.

«No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra» se contrapone al clásico «Arma viriumque cano». El punto de vista femenino es algo necesario y en general ausente en la bibliografía bélica. La comparación más simple que se me ocurre es con la vida cotidiana y doméstica. Esa gran habilidad de la prójima para recordar aspectos de experiencias que yo he vivido en los que ni se me ocurriría pensar. Los varones ¿se acuerdan de qué ropa llevaban ayer sus compañeros de trabajo? Yo al menos, no. En las guerras hay millones de cosas así, si se multiplican por los millones de intervinientes. Mi memoria (poco femenina, creo) es bastante buena para recordar cosas como que en este párrafo en el que las traductoras han puesto cuchara en realidad se refieren a un calzador.

»En otra ocasión, en una sombrerería abandonada, elegimos unos sombreros. Esa noche dormimos sentadas para poder pasar un rato con los sombreros puestos. Nos levantamos por la mañana… Nos miramos al espejo por última vez… Nos lo quitamos todo y nos volvimos a poner nuestras camisas y pantalones de uniforme. No cogíamos nada. En el camino hasta una aguja resulta pesada. Llevábamos la cuchara en la parte de atrás de la caña de la bota, y ya está…»

Por otra parte, la fluidez de la lectura me hace pensar que se trata de una traducción excelente -he aprendido casi una decena de palabras (peal, – si bien me sorprende la elección de tadzhik en lugar de tayiko.

Este libro se conecta con mis intereses a través de varios soviéticos que lucharon en la guerra de España, entre años Vasili Korzh, bielorruso y Héroe de la URSS. También aparece una trabajadora de una de las casas en las que la Unión Soviética acogió a los niños españoles, pero sobre todo a través de la siempre problemática interacción entre Historia y memoria.

Si lo he podido leer de una tacada es en gran medida porque es una especie de reportaje de prensa. Una viñeta y otra y otra. Caleidoscopio de emociones, imposibilidad de abarcar todas las experiencias, casi ninguna conclusión. Creo que es un trabajo necesario y sin embargo esta superación hiperrealista ni es historia, ni es periodismo ni creo que sea literatura del todo, ya que los autores del texto parecen ser los personajes. Sin que entienda yo mucho de estas etiquetas me daría por llamarlo macrorreportaje (o reportaje sin límite de espacio o lo que sea).


«La piel», de Curzio Malaparte

22/02/2016
La pelle

La pelle (1949)

Ha caído en mis manos una edición en español de esta novela. Me gustaría tener más tiempo y leer más y eso incluye leer más en español, cosa que considero una experiencia bastante diferente de la de leer en inglés, que es quizá el idioma en el que más leo o al menos en el que leo más libros. La diferencia es difícil de explicar pero fácil de intuir. En este caso, el original es en italiano, lengua de la que se suele traducir bastante bien. Creo que con la excepción de par de veces en las que pone «operario» donde debería ser «obrero» no me he encontrado nada raro. De hecho, lo que habría sido un pérdida sería haberla leído en inglés. En el original italiano se intercalan conversaciones o trozos de conversación en inglés con las tropas aliadas en la invasión de Italia y también partes en francés. El efecto se respeta si el castellano ocupa el lugar del italiano, pero mantener el efecto en lengua inglesa será más difícil. Por cierto, este multilingüismo debe de ser una característica importante del texto. Como excepto por unas pocas frases en ruso todo está en cosas que chapurreo me pasa bastante desapercibido.

Al parecer he fallado porque para leer esto hay que leer primero Kaputt. Lo haremos al contrario si se tercia. Malaparte hizo todo el recorrido político del espectro político totalitario (que no es tanta distancia si se piensa bien) y en 1943 tras haber caído en desgracia con el fascismo y ser liberado de prisión se encontraba como asistente del ejercito estadounidense que liberaba a Italia de la Alemania nazi y de sí misma. El relato comienza en Nápoles, que es una ciudad por la que nunca me he planteado pasar, a pesar de su interesante conexión con la Historia española. Hay algo en lo que he leído con anterioridad y en las cosas que me han contado que hace que le tenga reparo. En cambio me fascino cuando un compañero de trabajo napolitano encontró una baraja española en mi casa y estuvimos hablando de juegos de naipes que son los mismos: la brisca, las siete y media y la escoba. Luego, según las tropas van subiendo a Roma por la vía Apia ya me encuentro con escenarios que he pisado, como el mausoleo de Cecilia Metela, esposa de Mussolini en la versión gringa de la película. También Florencia.

Si no es por una bandera que me recuerda a las momias de turbera del Museo Nacional de Irlanda, la causa del título está al final del capítulo cuarto, a propósito de como unas madres prostituyen a sus chiquillos con las tropas:

— […] Deben haber ocurrido cosas terribles en Europa para que estén reducidos a eso.
—No ha ocurrido nada en Europa — dije yo.
—¿Nada? —preguntó el general Guillaume—. ¿Y el hambre, los bombardeos, los fusilamientos, las matanzas, la angustia, el terror, todo eso no es nada para usted?
— ¡Oh, eso no es nada! —dije—. Son cosas de risa; el hambre, los bombardeos, los fusilamientos, las matanzas, la angustia, el terror, los campos de concentración son cosa de risa, tonterías, viejas historias.
En Europa estas cosas ya hace siglos que las conocemos. Hoy ya estamos acostumbrados. No son estas cosas lo que no han reducido a esto.
—¿Qué es, pues, lo que les ha hecho así? — dijo el general Guillaume con la voz un poco ronca.
—La piel.
—¿La piel? ¿Qué piel? —dijo el general Guillaume.
—La piel — respondí en voz baja—, nuestra piel, esta maldita piel. No puede usted imaginarse siquiera de cuántas cosas es capaz un hombre, de qué heroísmos y de qué infamias, para salvar la piel. Esta, esta asquerosa piel, ¿la ve usted? (Y al decir esto agarraba con dos dedos la piel del dorso de la mano y tiraba de ella.) Un día se sufría hambre, tortura, sufrimientos, los dolores más terribles, se mataba y se moría, se sufría y se hacía sufrir, para salvar el alma, para salvar el alma propia y la de los demás. Para salvar el alma se era capaz de todas las grandezas y de todas las infamias. No solamente la propia, sino las de los demás. Hoy se sufre y se hace sufrir, se mata y se muere, se realizan cosas maravillosas y horrendas, no ya para salvar la propia alma, sino para la propia piel. Se cree luchar y sufrir por la propia alma, pero, en realidad, se lucha y se sufre por la piel, por la propia piel tan sólo. Todo lo demás no cuenta. Hoy se es héroe por una cosa bien pequeña. Por una cosa asquerosa. La piel humana es una cosa asquerosa. ¡Fíjese! Es una cosa repulsiva. ¡Y pensar que el mundo está lleno de héroes dispuestos a sacrificar la propia vida por una cosa semejante!

No es que me haya parecido una gran obra, también es cierto que la he leído deprisa, buscando trocitos de sabiduría o viñetas que me llamaran la atención. Sin mucho que comentar aquí dejo unos que me gustaron.

Este fragmento sobre el cambio de bando de Italia durante la guerra que resulta más esclarecedor al lector que a sus protagonistas:

— ¡Compañía, descanso! —gritó el sargento.
Los soldados se apoyaron sobre el pie izquierdo en una actitud de abandono y desmadejamiento y me miraron ahora fijamente con una mirada más dulce y humana.
—Y ahora —dijo el coronel Palese— vuestro nuevo capitán os hablará brevemente.
Yo abrí la boca y de mis labios salieron unos sonidos horrendos; eran palabras sordas, hinchadas y flojas.
Dije:
—Somos los voluntarios de la Libertad, los soldados de la nueva Italia. Debemos luchar contra los alemanes, echarlos de nuestra casa, rechazarlos más allá de nuestras fronteras. Los ojos de todos los italianos están fijos sobre nosotros; debemos levantar de nuevo la bandera caída en el fango; ser el ejemplo de todos en medio de tanta vergüenza, mostrarnos dignos de la hora que ha sonado, de la tarea que la Patria nos confía.
Cuando hube terminado de hablar, el coronel dijo a los soldados:
—Ahora uno de vosotros repetirá lo que ha dicho el capitán. Quiero estar seguro de que habéis comprendido. Tú —dijo indicando un soldado—, repite lo que ha dicho vuestro capitán.
El soldado me miró; tenía los labios delgados y sin vida de los muertos. Con un horrendo tono de voz,
dijo:
—Debemos mostrarnos dignos de la vergüenza de Italia.
El coronel Palese se acercó a mí y me dijo en voz baja:
—Han comprendido.

El carácter nacional y sexual de Italia:

La primera vez que tuve miedo de haberme contagiado, de haber sido también yo atacado de la peste, fue cuando fui con Jimmy a casa del vendedor de «pelucas». Me sentí humillado del repugnante morbo precisamente en el punto en que un italiano es más sensible, en el sexo. Los órganos genitales han tenido siempre una gran importancia en la vida de los pueblos latinos, y especialmente en la vida del pueblo italiano, en la vida de Italia. La verdadera bandera italiana no es la tricolor, sino el sexo masculino. El patriotismo del pueblo italiano está todo allí, en el pubis. El honor, la moral, la religión católica, el culto de la familia, está todo allí, entre las piernas, allí, en el sexo; que en Italia es bellísimo, digno de nuestras antiguas y gloriosas tradiciones de civismo. Apenas franqueé el umbral del almacén de «peluquería» sentí que la peste me humillaba en lo que, para todo italiano, es la sola, la verdadera Italia.

Las resonancias del mundo clásico son un tema italiano clásico:

Hacía un esfuerzo por pensar en Roma, no como una inmensa fosa común en la que los huesos de los hombres y de los dioses yacen entremezclados entre las ruinas de los templos y de los foros, sino como una villa humana, una villa de hombres simples y mortales donde todo es humano, donde la miseria y ía humillación de los dioses no envilecen la grandeza de los hombres, no dan a la libertad humana el valor de una herencia traicionada, de una gloria usurpada y corrompida.

Cosas que pasan en las guerras, sección homosexualidad:

A la primera noticia de la liberación de Nápoles, como llamados por una voz misteriosa, como guiados por aquel dulce olor de cuero nuevo y tabaco de Virginia, aquel olor de mujer rubia que es el olor del ejército americano, los lánguidos escuadrones de los homosexuales, no de Roma ni de Italia solamente, sino de toda Europa, habían franqueado a pie las líneas alemanas sobre las nevadas montañas de los Abruzzos, atravesando los campos de minas, desafiando los fusilamientos de las patrullas de Fallschirmjager, y habían acudido rápidamente a Nápoles al encuentro de los ejércitos liberadores.

Si leo Kaputt lo suficientemente pronto lo poco que se me quede en la memoria estará indisolublemente mezclado y más o menos se habrá enmendado mi error.