Salónica, la ciudad de los espíritus

09/09/2023

Portada

Este sábado nos hemos entretenido con Salonica City of Ghosts: Christians, Muslims and Jews 1430-1950, de Mark Mazower, a quien ya le habíamos leído otro libro sobre los Balcanes. Salónica es la segunda ciudad de Grecia desde que fue incorporada al país tras las guerras balcánicas de 1912-1913 y tiene un interesante pasado multicultural tanto en lo lingüístico como lo religioso hasta la mitad del siglo XX.

Aunque sabía que los griegos de la actualidad (en realidad desde 1937) llaman a la ciudad Thessaloniki, que en español queda un tan antiguo como la carta de san Pablo a los tesalonicenses, nunca había reparado en lo básico, que es que Tesalónica significa «la victoria de Tesalia» (y es también el nombre de una hija de Filipo de Macedonia, hermana de Alejandro Magno).

Lo que quería leer más en detalle es la historia de los judíos de Salónica, ya que es harto curioso que en 1900 existiera en el Oriente europeo una ciudad entre mediana y grande en la que la lengua mayoritaria de la población fuera una variante del español. Me sorprendió descubrir que además de los 70.000 judíos sefardíes también había unos 10.000 musulmanes que lo hablaban. Además del triste destino de esta gente con la que compartimos idioma también me interesa mucho la conformación de la identidad nacional griega moderna frente a lo otomano, lo eslavo y lo demás. No es Salónica un destino por el que tenga pensado dejarme caer, pero después de hoy ya sé mucho más del lugar que de otros por los que sí he pasado.

 

 

 


Heterodoxos por Grecia

26/01/2022

Lengua e identidad nacional en Grecia (1766-1976)

De mi lectura de «Language and National Identity in Greece, 1766-1976» de Peter Mackridge entresaqué varios fragmentos más bien biográficos de esos que muestran como la nación es un fenómeno histórico contingente. También me pareció interesante escoger uno de cada una de las fronteras culturales del mundo helénico reciente: las que tiene con el mundo eslavo (o búlgaro-macedónico), con el latino (o italiano) y con el turco (u otomano dependiendo del periodo histórico del que tratemos).

Para comenzar con la formación de una frontera cultural nítida entre lo griego y lo eslavo desde los tiempos en que esta no existía o era muy borrosa servirá como ejemplo la biografía de Grigor Parlichev que además ilustra cómo diferentes comunidades arriban a la fase nacional en diferentes momentos históricos a la fase nacional (149):

La historia del movimiento nacional búlgaro en particular tiene tanto que ver con la emancipación se de la hegemonía cultural griega como con la liberación del poder otomano. Según Giuseppe dell’Agata, los dirigentes del movimiento nacional búlgaro recibieron su educación escolar en griego y fue precisamente la educación griega lo que hizo despertar su conciencia nacional búlgara. La mayoría de los intelectuales búlgaros que debatían sobre la naturaleza de la lengua nacional búlgara en la décadas de 1830 y 1840 mantenían correspondencia en griego entre ellos.

En muchas poblaciones balcánicas de las regiones en las que predomina la lengua griega ésta se había convertido en lengua común de la educación y el comercio usada por gentes de origen lingüístico arrumano, eslavo y albanés y por supuesto era la lengua doméstica de familias de alto rango tales como las de comerciantes, doctores y profesores. La carrera de Grigor Parlichev (1830–93) es típica de la clase de metamorfosis de identidades que estaba comenzando a producirse en esas regiones. Parlichev nació y creció cerca de Ohrid en lo que después se convertiría en la República Yugoslava de Macedonia. Como muestra su autobiografía, en los Balcanes otomanos de sus tiempos aprender a leer y a escribir aún quería decir aprender a leer y escribir en griego, que era la lengua de la Iglesia. En en la década de 1830 Parlichev aprendió en la escuela de Ohrid los textos litúrgicos más que los de tipo nacionalista griego y él siguió enseñando esos mismos textos a sus alumnos. En 1860 he ganó el premio nacional de poesía griego como ‘búlgaro pro-griego’ tras el nombre de Grigorios Stavridis, lo que causó una controversia que supuso que dejara de celebrarse la competición.

Sin embargo, años después Parlichev abrazó la causa nacional búlgara y se dedicó a dar clases de búlgaro en Ohrid y a hacer campaña para la introducción del eslavónico eclesiástico en las iglesias del lugar en un intento de revertir el proceso de helenización del que él mismo había participado con anterioridad y que en último término resultó exitoso. Lo que provocó que Parlichev adoptase la causa nacionalista búlgara fue el destino de los hermanos Miladinov, uno de los cuales había sido su profesor de griego en la escuela en Ohrid. En 1861 los hermanos habían publicado una colección de canciones macedonias búlgaras en Zagreb, dedicadas a Joseph Strossmayer, obispo católico de Diakovár [Djakovo], que era un activo partidario del movimiento paneslavista. Los hermanos fueron encarcelados por los otomanos acusados de trabajar para la Iglesia Católica y murieron de tifus en prisión en 1862. Horrorizado por el destino  de su admirado profesor y en la sospecha de que los malos tratos a los hermanos se debieron a un complot del obispo griego del lugar Parlichev abandonó la causa griega. Es probable que si Parlichev hubiera nacido una generación antes hubiera seguido siendo un propagandista de la cultura griega en vez de solamente mantener un vínculo emocional con la poesía en griego antiguo, pero que si hubiese nacido dos generaciones después se habría convertido en nacionalista macedonio En la actualidad los búlgaros consideran a Parlichev búlgaro y los macedonios lo consideran macedonio mientras que algunos griegos todavía lo consideran un poeta griego.

Las zonas de influencia cultural helénica y latina han sido muy móviles a lo largo de la Historia: la cultura griega estaba en la península Itálica y Sicilia y más allá desde muy antiguo y también la presencia de lo latino en la zona griega tiene más de dos milenios. Lo helénico y lo latino en tiempos clásicos y luego lo ortodoxo y lo católico en los medievales. Las islas Jónicas o Heptaneso estuvieron dominadas por Venecia desde el siglo XIV hasta 1797. Tras las guerras napoleónicas acabaron siendo un protectorado británico (1815-1864) que terminó cuando Gran Bretaña se las entregó a Grecia. Durante el siglo XIX el italiano se siguió empleando para usos oficiales. El aristócrata Andreas Laskaratos (1811-1901) comparaba en la década de 1880 el uso del italiano en las islas Jónicas con el de la variante purificada «katharévousa» del griego. Se reemplazan lengua de cultura y lengua popular por acrolecto y basolecto y acaba ganando el basolecto pero tarda un siglo (170):

Recordaba cómo en las islas Jónicas treinta anos antes todos los procedimientos en el parlamento y en los tribunales así como todos los documentos oficiales estaban en italiano y los caballeros usaban el mismo idioma excepto para hablar con sirvientes y campesinos. Laskaratos cuenta que cuando empezó su carrera de abogado en 1840 fingía no saber italiano y pedía al juez que le explicara qué se había dicho. Durante una sesión, otro abogado se irritó tanto con la conducta de Lasakaratos que le dijo: ‘Non vi vergognate di parlare in greco? Parlate in italiano, che e la lingua Signorile [¿No le da vergüenza hablar en griego? ¡Hable en italiano que es la lengua señorial!].’ ‘En 1884,’ escribe Laskaratos, ‘sólo los viejos entendemos el italiano y nuestra lengua es la lengua de la Nación.’ Concluye prediciendo que la katharévousa sería reemplazada por ‘la lengua del pueblo’ en toda Grecia tan rápidamente como el italiano había sido sustituido por el griego en las islas Jónicas

Por último quería dejar un ejemplo que quizá sea el que mejor muestra «el mundo de ayer». La tensión entre Grecia y Turquía seguramente siga más presente que las dos anteriores. Konstantinos Mousuros fue un griego ortodoxo de Constantinopla y embajador otomano en varios países. En el momento de la independencia griega en 1830 quedaron menos griegos en el país independiente que en el imperio otomano. Esto ha ido cambiando con el tiempo mediante las ganancias territoriales griegas, y los intercambios de población de 1923, pero en el siglo XIX todavía había cientos de miles de súbditos otomanos de lengua griega y religión cristiana ortodoxa.

En 1890 apareció en Londres un libro titulado Dante’s Inferno, Purgatorio and Paradiso, Translated into Greek Verse by Musurus Pasha, D.C.L. Como Psycharis, Konstantinos Mousouros era un romiós de Constantinopla, pero estos dos hombres tenían puntos de vista ideológicos bastante opuestos: Mousouros era miembro de ‘el Fanar de después del Fanar’, ese grupo de cristianos ortodoxos que ascendieron a altos cargos en el servicio público otomano después de la Guerra de Independencia griega. Había sido embajador otomano en Londres desde 1851, habiendo sido anteriormente gobernador de Samos y embajador otomano en Atenas y Viena. Su traducción –
muy lejos de la imagen de Dante que da Psycharis – está en un griego muy arcaico, y no está claro a quién iba dirigido ni quién lo leyó; de parecido modo a las traducciones que Voulgaris hizo de Virgilio un siglo antes parece haber sido una proeza de erudición destinada más a ser admirada que a ser leída. Probablemente Mousouros no sabía que en Mi viaje Psycharis se había burlado de los cristianos ortodoxos que trabajaban con funcionarios para el gobierno otomano: ‘Te haces funcionario y luego puedes sentarte y hablar sabiamente y con calma sobre la nobleza de la lengua, sobre Jenofonte; uno salpica todo de casos dativos, dice lo que quiere sobre el renacimiento de Grecia, y todo el mundo se admira de sus dotes para la retórica’

Un historiador turco ha escrito que “a la vez que Mousouros pachá era el burócrata otomano por excelencia y se encontraba en la cúspide de la burocracia otomana también era un devoto cristiano ortodoxo y miembro orgulloso miembro de su comunidad de Rum». Musurus Pasha no poseía una identidad nacional griega en el sentido moderno; representó a un viejo mundo en el que las identidades nacionales, religiosas y étnicas podrían ser muy complejas: un mundo que llegaría casi por completo a su fin con el intercambio de minorías entre Grecia y Turquía en 1923.

Digo “casi”, porque un siglo después, en 1988, uno de los participantes turcos las negociaciones greco-turcas era un miembro de habla griega de la comunidad cristiana ortodoxa en Estambul llamado Niko Maksimiyadis. Para la reacción indignada de un periodista griego a la actitud turca patriótica de Maksimiyadis y su rechazo a ser considerado un heleno, ver Chasapopoulos (1988).

En el siglo que va entre Mousourous pashá y este señor Maksimyadis ha pasado Estambul de ser una ciudad de mayoría cristiana a que apenas queden unos pocos miles. Quedan también en Grecia los turcos de Tracia occidental pero en general puede decirse que estos son ejemplos de un mundo que se estaba desmantelando y que ya no existe.


Lengua e identidad nacional en Grecia

04/12/2021

Lengua e identidad nacional en Grecia (1766-1976)

Una de las carencias de mi bachillerato fue que nunca cursé griego. Al final, a base de lecturas uno acaba recordando algunas raíces y reconoce el alfabeto aunque me cueste medio minuto pseudodescifrar una palabra corta. Aparte de eso poco más. Hace unos años trabajé con un grecoaustraliano y un día estábamos en el pub y no sé qué pasó con un mechero que yo le pregunté que si fuego era «piro» o algo parecido y el me dijo que eso era en griego clásico y que en la lengua moderna era «fotia». Aunque no sabía cuánto, ya intuía que el griego moderno debería ser aproximadamente tan diferente del clásico como el español del latín y que como los cuatro prefijos y sufijos que sabemos provienen de aquellos tiempos no podrían servirnos para desenvolvernos demasiado bien en la Grecia actual.

Con más atención de la que habría debido por causa del poco aprovechamiento al que me condenan mis limitaciones he estado leyendo estos días «Language and National Identity in Greece, 1766-1976» de Peter Mackridge. Sigo sin aprender nada de griego pero al menos he comprendido mejor cómo ha funcionado el idioma o los idiomas de los griegos (o dígase de los helenos o de los cristianos ortodoxos orientales) sea en la Hélade antigua, en Bizancio, el imperio Otomano, la Grecia independiente o las islas Jónicas dominadas por los británicos. La interacción y combinación de las normas lingüísticas con estas identidades y en estos territorios bajo el imperio de diferentes autoridades estatales hasta llegar, aunque haya sido por una ruta muy diferente, a una situación homologable a la del resto de los Estados-Nación europeos, es la trama que el libro trata de desentrañar.

Antes de la independencia de Grecia la religión era el principal factor identitario entre las poblaciones de habla griega del imperio Otomano y la lengua queda casi siempre en segundo plano. Por entonces la palabra «helenos» había quedado antigua y significaba algo así como «paganos». Este párrafo refleja de un modo simplificado el tema de los diferentes nombres de los griegos, y su lengua, así como su religión y su lengua en la fase prenacional:

La lengua que se hablaba predominantemente en lo que hoy es Grecia se conocía coloquialmente como romaico y era claramente distinta de cualquier otro idioma moderno. Al mismo tiempo, era obvio que el romaico estaba estrechamente relacionado con la antigua lengua de Grecia, que se conocía en griego como elliniká [helénico] y que todavía usaban algunos eruditos del mismo modo que se hacía con el latín en Occidente. El término romaios/romiós se utilizó para describir tanto a quienes hablaban romaico como a los cristianos ortodoxos del imperio Otomano en general. La lengua fue utilizada como marcador identitario más por ciertas elites que por las masas populares (y que por el patriarcado de Constantinopla). Así, la distinción entre los dos significados de romioí – «los griegos» (o cuando menos los hablantes de griego) y los cristianos ortodoxos del imperio Otomano en su conjunto – puede coincidir con la distinción entre las diferentes concepciones que tenían las elites y las clases populares. Aparte de esta ambigüedad semántica, el problema del término romaios era que, en griego antiguo, se refería a un pueblo diferente, a saber, los antiguos romanos, a los que en romaico se llamaba romanoi.
Esta fue la razón que dio Eugenios Voulgaris en 1768 para usar graikós en lugar de romaios en una traducción de Voltaire, justificándolo además por el hecho de que este nombre existía antes que la palabra «heleno», que, además, la gente asociaba con la idolatría. Sin embargo, algunos intelectuales percibían que graikós era un nombre impuesto por extranjeros a los griegos . Otro factor de complicación fue que los hablantes de lenguas latinas de los Balcanes se llamaban a sí mismos rumâni / români [romanos o rumanos] y armâni [arumanos]. La única salida posible era que los griegos modernos se llamaran a sí mismos helenos y llamaran helénico a su idioma.

Y más o menos el debate lingüístico a lo largo de siglo y medio estriba en si la lengua de los griegos contemporáneos es la de los antiguos y si se debe intentar que se parezca a esta. El punto de llegada, 1976 o 1982 supone la victoria de la variante demótica (popular o coloquial) al ser aceptada como estándar del griego moderno tras dos siglos de promoción de la variante arcaizante que se conoce como katharévousa (término que significa «purificado» y entiendo que será pariente de «catarsis») y que había sido el referente del griego moderno culto en el siglo y medio de independencia.

Aparte de esto no es que haya aprendido demasiado del griego. La fiebre purificadora del siglo XIX lo purgó de palabras turcas pero también de palabras italianas. Por ejemplo: familia se decía así del italiano famiglia, pero ahora es oikogeneia o ecogenia: lo nacido en el hogar. Esto de quitarle al griego las palabras turcas hizo que para muchos hablantes resultara un idioma de laboratorio. Lo de quitarle las italianas, al cabo latinas, ha hecho que el griego se diferencie de las demás lenguas europeas, que a veces usan casi todas la misma palabra latina para un concepto.

El otro pilar del libro, el de la identidad nacional, resultará más comprensible para quienes como yo desconozcan la lengua. Uno de los protagonistas de la Historia y del volumen, Adamantios Korais, dijo en una conferencia en Francia en 1803 que los griegos eran  «un pueblo preparándose para convertirse en una nación», frase que me evoca el modelo de fases de Miroslav Hroch.

 

En todo caso, todo con la independencia en la década de 1830. Debo mencionar que por este libro he descubierto que entre 1827 y 1834 Nauplia funcionó como capital del estado griego. Esta ciudad se conoció como Nápoles de Romania y de allí provenía uno de los griegos que arribaron a Sanlúcar con Elcano. Es importante tener en cuenta que la Grecia independiente es territorialmente dinámica a lo largo de las décadas: el nuevo país va ganando territorios y (en ocasiones los pierde) a lo largo del tiempo. Lo mismo puede ser dicho en cuanto a las poblaciones sobre las que el nuevo estado ejerce sus funciones (incorpora una notable población de lenguas eslava, latina, albanesa y turca) pero también son dinámicas las ideas sobre la identidad:

La década de 1850 en Grecia fue un periodo de furor nacionalista y fervor religioso. Una de las razones fue que en 1853 se cumplían cuatro siglos de la Caída de Constantinopla en manos turcas. En la guerra de Crimea (1853–56), Francia y Gran Bretaña se pusieron del lado de Turquía para impedir cualquier intento ruso de tomar el imperio Otomano. No contentos con ello impusieron un bloqueo a los puertos griegos durante la duración del conflicto para evitar que Grecia pudiera ofrecer ayuda a Rusia. Muchos intelectuales griegos que hasta entonces habían estado satisfechos de ver a Grecia como parte de Europa occidental se dieron cuenta de que además de la lengua el principal elemento de la identidad nacional era la religión ortodoxa y de que la protestante Inglaterra y la católica Francia habían formado una alianza impía con los musulmanes otomanos para combatir a los ortodoxos rusos.
En la misma época los dos polos históricos de la identidad griega; a saber: la tradición ortodoxa moldeada por Bizancio y el legado de la Antigua Grecia promovido por la Ilustración; que con anterioridad habían sido considerados mutuamente excluyentes, pasaron a ser considerados las fuentes gemelas de la legitima existencia nacional de la Grecia moderna.

La evolución lógica es que el estado sea considerado un recurso por quienes lo controlan y que aparezca la tentación de excluir de sus ventajas a los que quedan fuera.

Para 1853 el ambiente ideológico había cambiado. La lucha por la independencia política del imperio Otomano había sido superada por la Megali Idea [Gran Idea] expresada por primera vez por Ioannis Kolettis en 1844.
Cuando el nuevo estado griego alcanzó su independencia alrededor de 1830 tenía unos 800.000 habitantes, una cifra que representaba solo una cuarta parte del total de la población griega en Oriente Próximo. Los restantes vivían en el imperio Otomano o en el protectorado griego de las islas Jónicas. El objetivo de la lucha nacional era consolidar el estado y expandirlo incorporando a los griegos irredentos.

La Gran Idea se originó a partir de la coexistencia, dentro del estado griego, de «autóctonos» (griegos de dentro de las fronteras del estado) y «heteróctonos» (griegos de otros lugares). Tuvo mucha recepción la idea de que aquellos griegos que habían llegado al país desde otros lugares tras la Guerra de Independencia debían ser excluidos de la ciudadanía griega y prohibírsele ocupar cargos públicos. Tras el éxito en 1843 de la revolución que pedía un gobierno constitucional los debates en la asamblea encargada de redactar la constitución vieron una larga discusión respecto a si los futuros parlamentarios debían ser originarios de los distritos electorales que representaban. La disputa resultante ha sido descrita como una «crisis de identidad» de la sociedad griega. Entre los miembros que habrían de quedar excluidos de la asamblea por esta disposición estarían Kolettis, médico de origen arumano de Syrrako (Epiro), que había sido médico de Ali Pasha de Ioánina y posteriormente embajador griego en París. La disposición se aprobó aunque se hizo una excepción para Kolettis y algunos otros heteróctonos. El debate destacó el conflicto entre dos visiones opuestas de la identidad griega: identidad estatal e identidad étnica.

Esto de la identidad étnica suena un poco más primitivo que identidad nacional pero en griego quizá no… hace poco tuve que enviar una carta a una calle que se llamaba Ethnikis Antistaseos. Hay muchas que se llaman así en Grecia. Me entró la curiosidad por saber qué quería decir: significa «resistencia nacional».

No se me ocurren demasiadas similitudes entre la situación del griego y otras lenguas nacionales europeas. En algún lugar del libro se dice que el mito fundacional del griego moderno es la pureza mientras que el del francés es la claridad (y que por ella se separa del latín). Todas las lenguas neolatinas se han separado del tronco del latín y sus hablantes no sentimos el peso de ese legado del modo en que los griegos llevan el suyo. Del mismo modo que puede haber griegos que crean que su lengua es la de Demóstenes en el País Vasco hay muchos que creen que el castellano desciende del latín pero que el vasco ha sido siempre igual y la falta de registros arcaicos favorece esa ilusión. El vascuence tiene también registros en dos niveles uno con vocación étnica y otro con vocación nacional y en tanto esta diglosia queda oscurecida por la más importante que se da en el país no queda claro si seguirán en equilibrio o si alguno prevalecerá.

Todavía hay mucha historia que contar. A principios del siglo XX había más griegos en Constantinopla que en ninguna ciudad de Grecia y tantos en Esmirna como la población total de Atenas. Los intercambios de población entre Grecia y Turquía de 1922-23 todavía se hacen teniendo en cuenta la religión en vez de la lengua. Para la próxima tengo anotadas varias biografías heterodoxas que, al no encajar con el proceso nacionalizador, ilustran su contingencia.


Jonia e islas Jónicas, omega y ómicron

29/11/2021

En rojo las islas Jónicas (menos Citera) y en verde Jonia (más o menos)

Ha coincidido que he oído hablar de la nueva variante del covid-19, llamada ómicron, mientras estaba leyendo sobre cosas griegas y me había surgido la siguiente pregunta. Si Jonia estaba en el Asia Menor ¿cómo es que las islas Jónicas quedan tan lejos de Jonia?

La respuesta tiene que ver con la o grande y la o pequeña del griego, llamadas omega y ómicron. La Jonia de Anatolia (en la actual Turquía aunque sin apenas griegos desde hace poco menos de un siglo) lleva su nombre por los griegos jonios, cuyo etnónimo no se sabe bien de donde proviene. En cambio el mar Jónico y las islas Jónicas reciben este nombre por Ío, amante de Zeus, que así mirado pareciera que en castellano debería llamarse Jo. Jo.

En griego antiguo el adjetivo Ionios (Ἰόνιος)  era un epíteto que daba nombre al mar que hay entre Epiro e Italia y en el que se encuentran las islas Jónicas. El origen del mismo es que Io cruzó este mar a nado. Aunque ambas formas tienen la misma transliteración al latín y la misma pronunciación en griego moderno el mar Jónico y las islas Jónicas no están relacionadas con Jonia, la región de Anatolia. El mar y las islas se escriben con ómicron (Ιόνια), mientras que Jonia se escribe con omega (Ιωνία) lo cual refleja una diferente pronunciación clásica. En griego moderno las dos palabras se distinguen por el acento. La Jonia oriental es esdrújula  [ioˈnia] y la occidental es sobreesdrújula [iˈonia].

Esto lo he sacado de donde siempre y así me he enterado de que en inglés los adjetivos son distintos: Ionian para el piélago y el archipiélago y luego Ionic para la Jonia continental de Efeso y de Mileto y las columnas con volutas y tal. Parece práctico. Veo que en francés (ionien/ionique) e italiano (ionio/ionico) también marcan la diferencia. He comprobado que aunque en español existen tanto jonio como jónico ambas se refieren a la Jonia con omega y no al mar ni a las islas del Heptaneso, las de la pobre Ío y el ómicron.

El mapa de la Hélade que faltaba en todos mis libros de texto


Talasa, Ponto y piélago

31/10/2021

Thalatta, thalatta!

En la segunda traducción al inglés del Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne el traductor, Malleson, hace decir a los personajes Thalatta!, thalatta! the sea! the sea! cuando descubren el océano subterráneo. Esta referencia a la Anábasis de Jenofonte no aparece en el capítulo XXX del original en francés, cosa que además sería imposible porque la obra original ni siquiera tiene los capítulos numerados. El reverendo introdujo varias mejoras discutibles más, aunque se contuvo si consideramos que en la primera traducción inglesa llegaron a cambiar incluso los nombres de los personajes.

A mí me parece que este grito de Thalatta! o Thalassa! o alguna paráfrasis o referencia aparecen con relativa frecuencia en lengua inglesa y que no es tan conocida en español, pero no podría jurarlo. No se podría decir tanto de la latinidad si es que somos lo que queda de ella pero me parece que entre las elites del mundo anglosajón la parte helénica de lo clásico tiene mayor presencia que en las del mundo hispano. Debe de ser por cómo se formaban algunos aristócratas ingleses del XVIII y el XIX mientras los de nuestros lares estaban a otras cosas.

Hará unos cuantos años que descubrí que existía algo llamado talasoterapia pero que creo que estas curas de baños de mar se llaman así en muy pocos lugares. También hay quien ha querido llamar talasocracia a la serenísima república de Venecia, y al reino de Aragón, y al imperio de Portugal en el Oriente. Me parece una categoría bastante dudosa para la Historia o la ciencia política. No creo que sea muy conocida la diferencia entre thalassa, el ponto y el piélago. Yo tenía una intuición pero como lo acabo de comprobar para escribir aquí sin cometer fallos, en beneficio de mis escasos lectores lo ilustraré con los siguientes ejemplos: voy de vacaciones al mar (thalassa), un mar concreto como el mar Negro (Pontos Euxinos) y el mar entendido a lo grande (piélago).

El otro día admiré un documental sobre Asiria que comenzaba dos siglos después de la destrucción del imperio neoasirio con Jenofonte admirado ante las ruinas de Nínive y Nimrud y con los Diez Mil ansiosos de regresar a casa y gritando ¡el mar, el mar! cuando por fin alcanzan a atisbar el mar Negro cerca de Trebisonda, después me encontré con esto de la traducción de Verne, pero lo que buscaba en realidad se encuentra en la primera línea del artículo de la Wikipedia en ingles sobre el literario grito de alborozo:

Thálatta (θάλαττα, que se pronuncia [tʰálatta]) es la variante de la palabra en griego ático. En casi todos los demás dialectos regionales o históricos (jónico, dórico, bizantino, la koiné…) así como en griego moderno la palabra es thálassa (θάλασσα).

En español no hay entrada aún.


Dioses, tumbas y sabios (Grecia)

18/10/2020

Me he vuelto a interesar por la Antigüedad clásica y la culpa la tienen ciertas excelentes conferencias grabadas a lo largo de años por la Fundación Juan March que he estado escuchando en las últimas semanas, como una de las prebendas que nos ofrece el teletrabajo. Con ese trasfondo me ha dado por hojear la primera parte (griega) del clásico libro de divulgación «Dioses, tumbas y sabios» de C.W. Ceram, a la que el autor tituló «El libro de las estatuas».

Gracias al recorrido por la biografía de Winckelmann he descubierto por fin por qué el apellido Stendhal sonaba tan poco francés. Siempre contento de leer más sobre el héroe de Pompeya y otros como Schliemann que nos han dado las lecturas (sobre Schliemann aprendí en otro libro más específico) o de otro como Michael Ventris, cuya historia leí extensamente aunque no recuerdo donde, pero a traves de quien en esta ocasión llegamos a un fragmento de leyenda negra banal:

Lo cierto es que el reino de Minos fue destruido y tan sañuda y repentinamente, que los destructores no tuvieron tiempo de ver oír o aprender nada; tan destruido como lo fue, tres mil años después, el reino de Moctezuma por un puñado de conquistadores españoles, de tal modo, que no quedó más que un montón de ruinas, simples piedras inermes y silenciosas.

Que sería una exageración teniendo en cuenta tan sólo que el Lineal A de Creta aún sigue sin descifrar y que se publicó un tratado sobre el nahuatl ya en el siglo XVI (antes incluso de que se imprimiera la primera gramática alemana) pero es que además aunque la religión y la lengua principales hayan pasado a ser otras se da una continuidad de la cultura precolombina en los siglos posteriores que llega hasta el México actual. Es decir, que la comparación está muy mal traída. En fin, supongo que si el autor hubiera sido español en vez de alemán también habría comenzado hablando de Carlos III más que de María Amalia de Sajonia.

A continuación copio otro extracto más interesante sobre el triste asunto de la destrucción de antigüedades en Berlín y otros puntos de Alemania por los bombardeos de la guerra y otros saqueos posteriores, que ya me habia interesado con anterioridad. Precisamente una de las conferencias que arriba mencionaba me recordó que la URSS había devuelto el altar de Pérgamo a la RDA en 1959. Ceram escribió su libro en 1949 y lo revisó en varias ediciones pero murió en 1972 sin llegar a saber que «el tesoro de Príamo» también había acabado en Moscú. Al menos sonreirán con lo de los caramelos:

Schliemann, como un ladrón, había tenido que asegurar su tesoro huyendo de las garras de las autoridades, y lo conservaba oculto. Después de muchos rodeos, algunas piezas importantes de su colección pudieron llegar de Troya al Museo de Prehistoria de Berlín. Durante varios decenios, este tesoro estuvo allí, donde pasó todo el tiempo de la guerra de 1914-18. Pero vino luego la segunda guerra mundial con su secuela de bombardeos. Parte de las colecciones se salvaron de la destrucción y fueron trasladadas a lugares seguros. El «tesoro de Príamo» pasó primero al Banco Nacional de Prusia y más tarde al refugio antiaéreo del Zoológico de Berlín. Ambos lugares fueron destruidos. La mayor parte de las piezas de cerámica pasaron a Schönebeck an der Elbe, al castillo de Petruschen de Breslau y al castillo de Lebus. De Schönebeck no se ha conservado nada. De Petruschen no se tienen noticias, ya que la región pasó a formar parte de Polonia. El castillo de Lebus fue saqueado al terminar la guerra y más tarde el Gobierno de la Alemania Oriental ordenó su demolición. Pero poco después llegó a Berlín la noticia de que en Lebus quedaban aún piezas de cerámica. Una investigadora obtuvo el permiso para hacer averiguaciones en Lebus, pero no consiguió ayuda de las autoridades locales. Tuvo entonces la idea de procurarse veinticinco kilos de caramelos y pedir a los niños que le trajesen piezas de cerámica antigua. Y aunque los niños aprendieron muy pronto a romper en pedazos las piezas enteras para obtener así un caramelo por cada pedazo, consiguió reunir algunos ejemplares intactos procedentes de las casas, donde los campesinos brandeburgueses utilizaban de nuevo las vasijas, fuentes y jarros en que habían comido y bebido los antiguos troyanos y la familia real de los Átridas.
Pero descubrió aún cosas más graves. Después de la derrota alemana, los supervivientes de Lebus no tenían idea del valor de las piezas de barro que se guardaban en aquellos cajones. Y al renacer la vida en el pueblo, cada vez que se celebraba una boda iban los chicos con un carretón, lo llenaban de urnas y ánforas, los insustituibles hallazgos de Heinrich Schliemann, y los rompían entre alegres gritos a la puerta de los novios.
Así fueron destruidos por segunda vez los restos de Troya y reunidos por segunda vez con la ayuda de medio quintal de caramelos.


La edad de la penumbra

03/04/2019

The Darkening Age

No suelo conseguir libros in español y me han pasado este La edad de la penumbra de Catherine Nixey bastante reciente (2018). Me agrada leer en mi idioma y cosa que hago con mayor velocidad y aprovechamiento aunque las traducciones sean a veces nefastas, como me parece que es el caso.

El libro trata de la destrucción del legado clásico, la antiguas religiones y los monumentos, pero más trágico aún las gentes y los libros. La tradición cristiana de Occidente plantea de modo banal este proceso como algo benéfico, pero hay mucho fanatismo y mucha sangre en la sustitución de un sistema de creencias por otro. Dentro de la complejidad de los siglos el libro ofrece la posibilidad de lamentarse por la pérdida de la biblioteca de Alejandría y de acercarse a figuras de los siglos del declive del mundo clásico como son Damascio, Celso, Teón, Hipatia, Orestes, Demócrito, Porfirio o Amiano Marcelino.

Este es el fragmento que, por sus connotaciones de actualidad, más me ha interesado:

Los objetivos declarados de los historiadores también empezaron a cambiar. Cuando el autor griego Heródoto, el «padre de la historia», se sentó a escribir la primera historia, declaró que su objetivo era hacer «investigaciones» —historias, en griego— sobre las relaciones entre los griegos y los persas. Lo hizo con tanta imparcialidad que fue acusado de traición, de halagar en exceso a los enemigos de los griegos y de ser un philobarbaros, un «amigo de los bárbaros», una palabra insultante y agresiva. No todos los historiadores eran tan imparciales, pero la equidad era un objetivo que persistió. El último de los historiadores paganos, Amiano Marcelino, se esforzó por alcanzarla; la posteridad, escribió, debía ser «testigo justo del pasado».

Los historiadores cristianos adoptaban un punto de vista diferente. Como escribió el influyente escritor cristiano Eusebio —el «padre de la historiografía de la Iglesia»—, el trabajo del historiador no era registrarlo todo sino solo aquello que ejerciera un bien en los cristianos que lo leyeran. No había que dar vueltas a las verdades incómodas, como el inoportuno hecho de que muchos clérigos cristianos, en lugar de saltar a las piras de la Gran Persecución, se hubieran escabullido de ellas con una prisa indigna. «Por consiguiente — anunció cuidadosamente—, no nos hemos dejado llevar por hacer memoria […] sino que a la historia general vamos a añadir únicamente aquello que acaso pueda aprovechar primero a nosotros mismos y luego también a nuestra posteridad». Heródoto había visto la historia como una investigación. El padre de la historiografía de la Iglesia la consideró una parábola.

Libro recomendable. No hace un análisis sistemático pero son pocas páginas, tiene buenas ilustraciones, y trata un aspecto fundacional de la historia europea pero que no se suele considerar demasiado en detalle.


Macedonia prenacional

22/01/2019

Lo de Sarajevo en 1914

He agarrado el The Balkans de Mark Mazower que leí el año pasado para un rápido intercambio tuitero a propósito del cambio de nombre de la República de Macedonia, que se supone que pronto será Macedonia del Norte.

El interés con que adquirí esta edición de bolsillo que acabé leyendo en el bus era el de averiguar cuánto podría aprender sobre una región relativamente extensa y compleja de Europa en un volumen de apenas 150 páginas. Mi suposición era que bastante poco y como en tantas otras ocasiones minusvaloré mi ignorancia.

Por ejemplo hay un capítulo, el segundo, dedicado a la situación de la zona «antes de la nación». Y tiene fragmentos bastante interesantes como el que lo inicia:

A principios del siglo XX los patriotas griegos y búlgaros luchaban por la lealtad de los campesinos cristianos ortodoxos de la Macedonia otomana. Resultó ser más difícil de lo que habrían podido esperar. Un activista griego lo describió así «Cuando llegué a Salónica la idea de los campesinos griegos y la gente sobre la diferencia entre la iglesia ortodoxa griega y los cismáticos búlgaros era bastante poco sólida. Me percaté de esto porque cuando les preguntaba a ver qué eran – Romaioi (griegos) o Voulgaroi (búlgaros) – se me quedaban mirando con cara de no entender nada. Se consultaban entre ellos para ver qué era lo que querían decir mis palabras y haciéndose cruces me respondían con ingenuidad: «Bueno, somos cristianos… ¿qué es eso de romaioi y voulgaroi

En otra parte del mismo capítulo se explica que la palabra romaioi (romanos, en el sentido de habitantes del Imperio Romano de Oriente) se utilizaba para describir a los griegos ya que la antigua palabra «helenos» había pasado a significar algo así como paganos. En otro párrafo del mismo capítulo se comenta que hasta el siglo XIX «turco» era una forma despectiva de referirse a los campesinos de Anatolia «ningún musulmán dice de sí mismo que es turco, llamárselo es un insulto».

El caso es que como explica el autor:

La indiferencia de los súbditos cristianos del Sultán ante las categorías nacionalistas refleja su sentido de pertenencia a una comunidad definida por la religión en la que las diferencias lingüísticas entre griegos y búlgaros importaban menos que su creencia compartida en el cristianismo ortodoxo. Estos encuentros marcaron el momento en que los heraldos del moderno concepto de política étnica llegaron al medio rural y se encontraron con un mundo prenacional.

Y esto queda ilustrado con la apatía que recibe como respuesta de los lugareños de los alrededores del lago Prespa un activista búlgaro llamado Danil que trataba de explicarles que siendo búlgaros deberían tener sacerdotes búlgaros y oír misa en esa lengua, a lo que ellos replicaban que muchos hablaban griego y que además la liturgia la conocían en griego. Para la frustración del militante las gentes del lugar ni sabían que eran búlgaros ni que deberían tener clero búlgaro. Ni les importaba.

Y esto me ha traído a la memoria un programa de la BBC que estuve escuchando unos días después de que Tsipras y Zaev llegaran al acuerdo que se ha llamado precisamente del lago Prespa. El mundo prenacional de identidades fluidas es complicado de entender para mucha gente desde uno en que el que ya están solidificadas. Macedonia era una zona de colisión y mezcla de culturas (no es por nada que el postre se llama así) e incluso a partir de 1913, una vez que las fronteras se consolidaron haciendo que las preguntas de los nacionalistas pasaran a ser comprensibles para los paisanos (y otras cosas como que los dialectos búlgaro y macedonio se consolidaran por separado) ha seguido habiendo eslavos y albaneses en la República Helénica (y el reportaje de la BBC trata entre otras cosas macedónicas de la exclusión de los primeros).

La próxima vez que me dé por traducir un par de párrafos de este libro introductorio será también sobre la fluidez de la identidad pero en el ámbito religioso, episodios parecidos a los que alguna vez copié de un libro de historia de Kosovo.


Breve guía de la civilización clásica

19/08/2018

Portada

Después de leer la introducción al Imperio Romano de este hombre, Stephen Kershaw, me quedé con ganas de más conocimiento en este formato. Las guías son idóneas para aquellos que tenemos vocación generalista ya que por un lado cubren muchas carencias y por otro nunca sabe uno cuánto habrá de profundizar en un tema determinado, siempre teniendo en cuenta que las limitaciones de tiempo y atención hacen probable que vaya a ser bastante poco. Intento poner a continuación mis notas sin demasiado orden ni concierto. Me limito por el momento a Grecia, que Roma ya la tocaré cuando saque el otro volumen de la caja, dentro de un par de años.

Incluso en el ámbito helénico me salto el mundo minóico y micénico y la guerra de Troya y Homero y empiezo con la interesante aseveración que en este libro se hace de que en la inmortal frase con que Virgilio empieza la Eneida (Arma viriumque cano) las armas se refieren a la Iliada y el hombre es Odiseo.

Se nos ofrece un curioso origen etimológico de la palabra sicofanta (yo soy de los que dicen sicofante, como con presidenta las lenguas las hace el vulgo), distinto al menos del que yo conocía y que siempre me había parecido bastante extraño. Se dice que gobernando Solón en Atenas se prohibió exportar todo tipo de productos excepto el aceite de oliva. Los higos no podían exportarse y sicofantas eran los delatores que sacaban a la luz (phantein) los higos (sykon). Si esto lo cuenta Plutarco en las Vidas paralelas no sé cómo el diccionario oxoniense se saca una teoría tan extraña. Cómo varía el escaso uso de la palabra en español y en inglés me da para otra entrada.

Clístenes el político (no confundir como yo con Calístenes de Olinto, pero es que el estilo moderno Kleisthenes no me resulta nada obvio) estableció tres importantes derechos para los atenienses: isonomía (igualdad ante la ley), isogoría (igual libertad de expresión) e isocracia (igual poder, gobierno de iguales). Aristóteles también atribuye a Clístenes la invención del «concurso de impopularidad» por el que los atenienses elegían a quien habría de ser desterrado mediante una votación en la que los nombres se escribían en un ostrakón. Por cierto, una vez tuve un profesor de historia que nos contó que el ostracismo funcionaba entregando una ostra simbólica al infeliz. (Ésta para la sección «mentiras que aprendí»).

Una crítica habitual a la democracia ateniense es la de que en realidad no era una auténtica democracia ya que el tiempo que los ciudadanos necesitaban para tomar parte en ella se obtenía a expensas de los esclavos. Los atenienses no habrían entendido esta lógica ya que por un lado en Atenas siempre había habido esclavos aunque no siempre había habido democracia y por otro, las otras ciudades griegas tenían esclavos y no eran democracias.

Leo que «el lugar de la mujer es el oikos» y de repente encuentro otros ecos en la expresión «el eco de su voz». Parece que las categorías porné, pallake, hetaira son muchas pero seguramente con nombre o sin él en nuestras sociedades modernas tenemos más.

Areté, que se suele traducir como virtud pero que además implica bondad, excelencia y efectividad social. Hace poco estuve buscando palabras griegas de traducción imprecisa como kleos, timé, hubris… puede salir una lista larga y no es sorprendente. Dentro de un par de generaciones el honor también será desconocido.

He encontrado un pequeño error: el taparrabos de los atletas no se llamaba diazoma, sino perizoma.

Me permito traducir el fragmento con el que comienza el capítulo octavo y que trata de la religión helénica. Puede ser interesante compararlo con lo que dice Mary Beard de la religión romana:

Cuando la gente del siglo XXI inspecciona el mundo de la antigua religión griega se encuentra en un entorno ajeno en el que los sistemas de valores modernos dejan de tener vigencia. Una religión es como un partido de críquet: totalmente incomprensible para los espectadores a no ser que hayan aprendido las reglas en la infancia y estén al tanto de las evidentes incoherencias y cosas raras que los participantes dan por sabidas. Así nos encontramos con que a los griegos de la Grecia clásica les interesaban más los rituales que las creencias, que carecían de conceptos como pecado o fe y que no «creían» en sus dioses sino que más bien los «reconocían» mediante el rezo y el sacrificio, erigiendo templos y convirtiéndolos en el objeto de su culto. Sus divinidades no eran omnipotentes ni habían creado el universo, no existían textos sagrados equivalentes a la Biblia, el Alcorán o la Torá; ni diez mandamientos, cinco pilares o trece principios, ni credo ni shahada; ni Talmud, ni Sharia, ni Alianza; sin ortodoxia y por tanto sin herejía; sin yihad y (quizás sea difícil de creer para los lectores modernos) sin guerras de religión.

 


Empiro y Estoicíades

14/05/2018

Tuve un profesor y amigo al que aprecié mucho a pesar de que fuera un auténtico personaje o precisamente porque lo era. Siempre me acuerdo de aquella vez en que al oír la palabra empirismo interpretó que habría de ser la escuela de pensamiento de «un tal Empiro», tan desconocido para él como para todos los demás.

Anoche estuve haciendo unas averiguaciones adicionales sobre el SPQR de Mary Beard y me encontré con una muy agradable miniserie de televisión de 3 capítulos presentada por ella misma y en la que en 2012 avanzaba parte de lo que se incluiría en el libro. Será por esto que hoy el buscador no hace más que proponerme vídeos sobre el mundo clásico.

En uno de estos, un breve sobre el estoicisimo, me he enterado de que el nombre de esta escuela proviene de Stoa Pecile, el pórtico pintado que se encontraba en el lado norte del ágora de Atenas y donde enseñaba Zenón de Citio (y no un tal Estóicides o Estoicófanes). Aunque no la habría asociado a otros nombres que no fueran los de Epicuro de Samos y Epícteto de Frigia nunca había pensado en el origen etimológico del nombre de esta escuela filosófica.

Del mundo helénico es fácil extraer la lección de que estamos todos en la caverna de la ignorancia y es injusto que nos riamos de los compañeros de tinieblas.