Lengua e identidad nacional en Grecia (1766-1976)
Una de las carencias de mi bachillerato fue que nunca cursé griego. Al final, a base de lecturas uno acaba recordando algunas raíces y reconoce el alfabeto aunque me cueste medio minuto pseudodescifrar una palabra corta. Aparte de eso poco más. Hace unos años trabajé con un grecoaustraliano y un día estábamos en el pub y no sé qué pasó con un mechero que yo le pregunté que si fuego era «piro» o algo parecido y el me dijo que eso era en griego clásico y que en la lengua moderna era «fotia». Aunque no sabía cuánto, ya intuía que el griego moderno debería ser aproximadamente tan diferente del clásico como el español del latín y que como los cuatro prefijos y sufijos que sabemos provienen de aquellos tiempos no podrían servirnos para desenvolvernos demasiado bien en la Grecia actual.
Con más atención de la que habría debido por causa del poco aprovechamiento al que me condenan mis limitaciones he estado leyendo estos días «Language and National Identity in Greece, 1766-1976» de Peter Mackridge. Sigo sin aprender nada de griego pero al menos he comprendido mejor cómo ha funcionado el idioma o los idiomas de los griegos (o dígase de los helenos o de los cristianos ortodoxos orientales) sea en la Hélade antigua, en Bizancio, el imperio Otomano, la Grecia independiente o las islas Jónicas dominadas por los británicos. La interacción y combinación de las normas lingüísticas con estas identidades y en estos territorios bajo el imperio de diferentes autoridades estatales hasta llegar, aunque haya sido por una ruta muy diferente, a una situación homologable a la del resto de los Estados-Nación europeos, es la trama que el libro trata de desentrañar.
Antes de la independencia de Grecia la religión era el principal factor identitario entre las poblaciones de habla griega del imperio Otomano y la lengua queda casi siempre en segundo plano. Por entonces la palabra «helenos» había quedado antigua y significaba algo así como «paganos». Este párrafo refleja de un modo simplificado el tema de los diferentes nombres de los griegos, y su lengua, así como su religión y su lengua en la fase prenacional:
La lengua que se hablaba predominantemente en lo que hoy es Grecia se conocía coloquialmente como romaico y era claramente distinta de cualquier otro idioma moderno. Al mismo tiempo, era obvio que el romaico estaba estrechamente relacionado con la antigua lengua de Grecia, que se conocía en griego como elliniká [helénico] y que todavía usaban algunos eruditos del mismo modo que se hacía con el latín en Occidente. El término romaios/romiós se utilizó para describir tanto a quienes hablaban romaico como a los cristianos ortodoxos del imperio Otomano en general. La lengua fue utilizada como marcador identitario más por ciertas elites que por las masas populares (y que por el patriarcado de Constantinopla). Así, la distinción entre los dos significados de romioí – «los griegos» (o cuando menos los hablantes de griego) y los cristianos ortodoxos del imperio Otomano en su conjunto – puede coincidir con la distinción entre las diferentes concepciones que tenían las elites y las clases populares. Aparte de esta ambigüedad semántica, el problema del término romaios era que, en griego antiguo, se refería a un pueblo diferente, a saber, los antiguos romanos, a los que en romaico se llamaba romanoi.
Esta fue la razón que dio Eugenios Voulgaris en 1768 para usar graikós en lugar de romaios en una traducción de Voltaire, justificándolo además por el hecho de que este nombre existía antes que la palabra «heleno», que, además, la gente asociaba con la idolatría. Sin embargo, algunos intelectuales percibían que graikós era un nombre impuesto por extranjeros a los griegos . Otro factor de complicación fue que los hablantes de lenguas latinas de los Balcanes se llamaban a sí mismos rumâni / români [romanos o rumanos] y armâni [arumanos]. La única salida posible era que los griegos modernos se llamaran a sí mismos helenos y llamaran helénico a su idioma.
Y más o menos el debate lingüístico a lo largo de siglo y medio estriba en si la lengua de los griegos contemporáneos es la de los antiguos y si se debe intentar que se parezca a esta. El punto de llegada, 1976 o 1982 supone la victoria de la variante demótica (popular o coloquial) al ser aceptada como estándar del griego moderno tras dos siglos de promoción de la variante arcaizante que se conoce como katharévousa (término que significa «purificado» y entiendo que será pariente de «catarsis») y que había sido el referente del griego moderno culto en el siglo y medio de independencia.
Aparte de esto no es que haya aprendido demasiado del griego. La fiebre purificadora del siglo XIX lo purgó de palabras turcas pero también de palabras italianas. Por ejemplo: familia se decía así del italiano famiglia, pero ahora es oikogeneia o ecogenia: lo nacido en el hogar. Esto de quitarle al griego las palabras turcas hizo que para muchos hablantes resultara un idioma de laboratorio. Lo de quitarle las italianas, al cabo latinas, ha hecho que el griego se diferencie de las demás lenguas europeas, que a veces usan casi todas la misma palabra latina para un concepto.
El otro pilar del libro, el de la identidad nacional, resultará más comprensible para quienes como yo desconozcan la lengua. Uno de los protagonistas de la Historia y del volumen, Adamantios Korais, dijo en una conferencia en Francia en 1803 que los griegos eran «un pueblo preparándose para convertirse en una nación», frase que me evoca el modelo de fases de Miroslav Hroch.
En todo caso, todo con la independencia en la década de 1830. Debo mencionar que por este libro he descubierto que entre 1827 y 1834 Nauplia funcionó como capital del estado griego. Esta ciudad se conoció como Nápoles de Romania y de allí provenía uno de los griegos que arribaron a Sanlúcar con Elcano. Es importante tener en cuenta que la Grecia independiente es territorialmente dinámica a lo largo de las décadas: el nuevo país va ganando territorios y (en ocasiones los pierde) a lo largo del tiempo. Lo mismo puede ser dicho en cuanto a las poblaciones sobre las que el nuevo estado ejerce sus funciones (incorpora una notable población de lenguas eslava, latina, albanesa y turca) pero también son dinámicas las ideas sobre la identidad:
La década de 1850 en Grecia fue un periodo de furor nacionalista y fervor religioso. Una de las razones fue que en 1853 se cumplían cuatro siglos de la Caída de Constantinopla en manos turcas. En la guerra de Crimea (1853–56), Francia y Gran Bretaña se pusieron del lado de Turquía para impedir cualquier intento ruso de tomar el imperio Otomano. No contentos con ello impusieron un bloqueo a los puertos griegos durante la duración del conflicto para evitar que Grecia pudiera ofrecer ayuda a Rusia. Muchos intelectuales griegos que hasta entonces habían estado satisfechos de ver a Grecia como parte de Europa occidental se dieron cuenta de que además de la lengua el principal elemento de la identidad nacional era la religión ortodoxa y de que la protestante Inglaterra y la católica Francia habían formado una alianza impía con los musulmanes otomanos para combatir a los ortodoxos rusos.
En la misma época los dos polos históricos de la identidad griega; a saber: la tradición ortodoxa moldeada por Bizancio y el legado de la Antigua Grecia promovido por la Ilustración; que con anterioridad habían sido considerados mutuamente excluyentes, pasaron a ser considerados las fuentes gemelas de la legitima existencia nacional de la Grecia moderna.
La evolución lógica es que el estado sea considerado un recurso por quienes lo controlan y que aparezca la tentación de excluir de sus ventajas a los que quedan fuera.
Para 1853 el ambiente ideológico había cambiado. La lucha por la independencia política del imperio Otomano había sido superada por la Megali Idea [Gran Idea] expresada por primera vez por Ioannis Kolettis en 1844.
Cuando el nuevo estado griego alcanzó su independencia alrededor de 1830 tenía unos 800.000 habitantes, una cifra que representaba solo una cuarta parte del total de la población griega en Oriente Próximo. Los restantes vivían en el imperio Otomano o en el protectorado griego de las islas Jónicas. El objetivo de la lucha nacional era consolidar el estado y expandirlo incorporando a los griegos irredentos.
La Gran Idea se originó a partir de la coexistencia, dentro del estado griego, de «autóctonos» (griegos de dentro de las fronteras del estado) y «heteróctonos» (griegos de otros lugares). Tuvo mucha recepción la idea de que aquellos griegos que habían llegado al país desde otros lugares tras la Guerra de Independencia debían ser excluidos de la ciudadanía griega y prohibírsele ocupar cargos públicos. Tras el éxito en 1843 de la revolución que pedía un gobierno constitucional los debates en la asamblea encargada de redactar la constitución vieron una larga discusión respecto a si los futuros parlamentarios debían ser originarios de los distritos electorales que representaban. La disputa resultante ha sido descrita como una «crisis de identidad» de la sociedad griega. Entre los miembros que habrían de quedar excluidos de la asamblea por esta disposición estarían Kolettis, médico de origen arumano de Syrrako (Epiro), que había sido médico de Ali Pasha de Ioánina y posteriormente embajador griego en París. La disposición se aprobó aunque se hizo una excepción para Kolettis y algunos otros heteróctonos. El debate destacó el conflicto entre dos visiones opuestas de la identidad griega: identidad estatal e identidad étnica.
Esto de la identidad étnica suena un poco más primitivo que identidad nacional pero en griego quizá no… hace poco tuve que enviar una carta a una calle que se llamaba Ethnikis Antistaseos. Hay muchas que se llaman así en Grecia. Me entró la curiosidad por saber qué quería decir: significa «resistencia nacional».
No se me ocurren demasiadas similitudes entre la situación del griego y otras lenguas nacionales europeas. En algún lugar del libro se dice que el mito fundacional del griego moderno es la pureza mientras que el del francés es la claridad (y que por ella se separa del latín). Todas las lenguas neolatinas se han separado del tronco del latín y sus hablantes no sentimos el peso de ese legado del modo en que los griegos llevan el suyo. Del mismo modo que puede haber griegos que crean que su lengua es la de Demóstenes en el País Vasco hay muchos que creen que el castellano desciende del latín pero que el vasco ha sido siempre igual y la falta de registros arcaicos favorece esa ilusión. El vascuence tiene también registros en dos niveles uno con vocación étnica y otro con vocación nacional y en tanto esta diglosia queda oscurecida por la más importante que se da en el país no queda claro si seguirán en equilibrio o si alguno prevalecerá.
Todavía hay mucha historia que contar. A principios del siglo XX había más griegos en Constantinopla que en ninguna ciudad de Grecia y tantos en Esmirna como la población total de Atenas. Los intercambios de población entre Grecia y Turquía de 1922-23 todavía se hacen teniendo en cuenta la religión en vez de la lengua. Para la próxima tengo anotadas varias biografías heterodoxas que, al no encajar con el proceso nacionalizador, ilustran su contingencia.