Un día en Las Palmas de Gran Canaria

09/11/2023

Plaza del Pilar Nuevo

En las vacaciones de fin de invierno del año en curso nos volvió a tocar ir a Canarias. Esta vez a Gran Canaria, donde ya habíamos estado en 2018, con la diferencia de que aquella vez por motivos de la crianza estuvimos muy limitados al Puerto de Mogán y alrededores del sur de la isla y en esta ocasión teníamos la expectativa de recorrer algo más. Dos días estuvimos en la capital de la isla y como en ambos recorrimos aproximadamente los mismos lugares casi me cuesta diferenciar los recuerdos. En el primero de ellos, que era un domingo, llegamos relativamente temprano y sin apenas conocer dejamos el vehículo en un subterráneo bajo la plaza de San Telmo que luego resultó ser el lugar perfecto para empezar a recorrer.

Casa de Colón

Con las calles bastante vacías recorrimos Triana admirándonos mucho de la arquitectura. Pudimos hacer la visita guiada a la casa de don Benito Pérez Galdós que mucho me agradó y vimos también el museo que hay en la que llaman Casa de Colón, a la salida de la cual pudimos observar el espectáculo de folklore canario que hay los fines de semana en la plaza del Pilar Nuevo. Callejeamos algo por la zona que llaman Vegueta y nos volvimos hacia la catedral de santa Ana, en la que entramos fugazmente. En la plaza de la catedral estuvimos tomando algo y volviendo para el aparcamiento a mi señor padre se le ocurrió comprar un cinturón de cuero por una casualidad de la vida.

Paella

Fuimos comer a la zona de la Puntilla e intentamos hacerlo en el restaurante que me había recomendado la austriaca de mi trabajo, pero no pudo ser porque sólo se podía con reserva, así que acabó cayendo una paella de esas que hacen al gusto del turista en uno de los miles de sitios que hay en los alrededores de la playa de las Canteras, cuyo paso marítimo estuvimos recorriendo un poco. Recorrimos también la zona del mercado del puerto, subiendo por una pasarela peatonal. Por ser domingo supongo que habría menos actividad de lo normal. Saliendo en auto hacia el sur vimos el auditorio dedicado a Alfredo Kraus, en cuya casa habíamos visto antes una placa. Desde por allí es bastante curiosa la topografía de los barrios altos de la ciudad por los que salimos para llegar al jardín botánico canario Viera y Clavijo, que fue el lugar donde pasamos un par de horas de la tarde antes de volver a nuestros cuarteles meridionales.

19.02.2023


Episodios Nacionales: Vergara

04/09/2023

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

Continuamos con la tercera serie de los Episodios Nacionales, escrita por Pérez Galdós entre 1898 y 1900. La séptima novela de la serie es Vergara.  Es este el nombre de una localidad guipuzcoana que yo solía frecuentar pero hace muchos años que ya no.

Como la anterior emplea Galdós el género epistolar, aunque esta vez lo abandona por la mitad. En lo que iba leyendo me interrumpía para consultar las biografías que me iban pareciendo interesantes: Juan Zavala, Ros de Olano, Antonio Van Halen (que es distinto de Juan Van Halen, a quien leímos en otra ocasión) y José Antonio Muñagorri. También la de Lord John Hay, que me ha hecho gracia eso que dice el autor de que le llamaban Lorchón. Por el mapa sé que el fuerte que hay encima de Pasajes de San Juan lleva su nombre, aunque nunca he oído a nadie llamarlo así ni Lorchón ni nada parecido.

Gran ventaja el conocimiento geográfico de la patria chica para la ubicación espacial. Pequeña aparición de la lengua regional:

Silencio sepulcral. El Brigadier Iturbe, jefe de los guipuzcoanos, acudió a remediar con un pérfido expediente la desairada, angustiosa situación del Monarca. «Señor -le dijo-, es que no entienden el castellano». Y D. Carlos, tragando saliva, le ordenó que hiciera la pregunta en vascuence. Pero Iturbe, que era de los más comprometidos en la política marotista, formuló la pregunta con una alteración grave: ¿Paquia naidezute, mutillac? (¿Queréis la paz, muchachos?) Y con gran estruendo respondió toda la tropa: ¡Bai jauna! (Sí, señor.)

Creo que la mejor parte de este episodio nacional está casi el final y se concentra en los últimos capítulos. En el  penúltimo, el 37, aparece el famoso abrazo de Vergara:

Era este un extenso campo a la salida de la villa, entre el río Deva y el camino de Plasencia. Allí formó muy de mañana el ejército de Espartero, y ante él fue desfilando la división castellana, con su jefe el General Urbistondo. Maroto, que parecía resucitado, a juzgar por la repentina transformación de su continente, que recobró su gallardía, así como el rostro la expresión confiada y el color sano, ocupó su puesto; al punto apareció con su brillante Estado Mayor el Duque de la Victoria, y recorridas las líneas, cautivando a todos con su marcial apostura y la serenidad y contento que en su rostro se reflejaban, mandó a sus soldados armar bayonetas; igual orden dio Maroto a los suyos. Espartero, con aquella voz incomparable que poseía la virtud de encender en los corazones la bravura, el amor, el entusiasmo y un noble espíritu de disciplina, pronunció una corta arenga perfectamente oída de un lado a otro de la formación, y terminó con estas memorables palabras: Abrazaos, hijos míos, como yo abrazo al General de los que fueron contrarios nuestros. Juntáronse los dos caballos; los dos jinetes, inclinando el cuerpo uno contra otro, se enlazaron en cordial apretón de brazos. Maroto no fue de los dos el menos expresivo en la efusión de aquella concordia sublime. En las filas, de punta a punta, resonó un alarido, que parecía explosión de llanto. No eran palabras ya, sino un lamento, el ¡ay! del hijo pródigo al ser recibido en el paterno hogar, el ¡ay! de los hermanos que se encuentran y reconocen después de larga ausencia. Era un despertar a la vida, a la razón. La guerra parecía un sueño, una estúpida pesadilla.

Se había dispuesto que las divisiones vizcaínas y guipuzcoana entrasen en el campo del convenio después de comenzado el acto, para que la solemnidad de este y su ternura influyesen en el ánimo de los reacios, y el efecto correspondió a lo que Espartero y Urbistondo con tanta habilidad y conocimiento del humano corazón habían dispuesto. Las tropas guiadas por La Torre como las conducidas por Iturbe, se vieron envueltas en la inmensa atmósfera de fraternidad que ya se había formado. Los corazones respondieron con unánime sentimiento. No podía ser de otro modo. La idea de unidad, de nacional grandeza, de moral parentesco entre todas las razas de la Península, ganó súbitamente los entendimientos de castellanos y éuskaros, y ya no hubo allí más que abrazos, lágrimas de emoción, gritos de alegría, aclamaciones a Espartero, a la Constitución, a Isabel II, a Maroto, a la Religión y a la Libertad juntamente, que también estas dos matronas se dieron de pechugones en aquel solemne día.

Y en el último, el 38, aparecen los últimos pasos en territorio español del pretendiente:

La que aún se llamaba Corte, el fracasado Rey y los fieles que le seguían continuaban en Elizondo sin saber dónde meterse ni por qué resquicios escurrir el bulto. Incansable, corrió allá Espartero; D. Carlos oyó el galopar de su caballo, y acercose más a la frontera. Allí quemó el absolutismo su postrer cartucho. El batallón cántabro, último en la fidelidad, primero en el valor, defendió con estoica bravura las posiciones de Urdax contra las fuerzas triplicadas que allí mandó el Duque de la Victoria. Batiéndose con desesperación, mártires de la fe del deber, los cántabros pudieron decir a su expugnador: morituri te salutant. Una columna de cazadores y una sección de tiradores de la Princesa, mandados por Zabala, dominaron el terreno, dando por terminada la acción, y con ella la guerra del Norte. Antes de que sonaran los últimos tiros, montaron a caballo el Rey, la Reina y demás personas de la familia y servidumbre, y a todo correr emprendían la fuga sin parar hasta Francia. Había entrado Carlos seis años antes por el mismo boquete de la frontera, siendo recibido por Zumalacárregui; se retiraba escoltado por algunos números de su guardia, solo, triste, más abatido que desengañado, sin ninguna gloria personal. La corona de la dignidad con que supo sobrellevar su destierro fue la única que poseyó en su vida.

Este proyecto va despacio pero prosigue.


Episodios Nacionales: La estafeta romántica

24/08/2023

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

Continuamos con la tercera serie de los Episodios Nacionales, escrita por Pérez Galdós entre 1898 y 1900. La sexta novela de la serie es La estafeta romántica.  Está escrita en la forma de novela epistolar, que quizá haya contribuido a hacerla de los episodios el que menos me ha gustado hasta la fecha.

En un momento me he preguntado cuán novedoso sería el género en el siglo XIX y he pensado que no del todo al recordar al coronel Cadalso. Mi pregunta se ha encontrado con la respuesta de que las primeras experiencias de novela epistolar se dieron en castellano, con el Proceso de cartas de amores (1553) de Juan de Segura, y antes aún, aunque parcialmente en las novelas sentimentales  de Diego de San Pedro (1485).

Otras cosas que me quedan son el término alifafe, que algún día habré de utilizar sea para nombrar un colcha sea un achaque y la satisfacción de haber sabido que en la carta primera se estaba hablando de don Mariano José de Larra:

P. D. -Abro esta para incluir otra novedad, calentita, de esta noche, y aquí la meto juntamente con la sospecha de que pueda tener alguna relación con nuestro asunto. En la tertulia de las niñas han hablado de un caso doloroso, en Madrid ocurrido días ha, y que no sé si ha venido en el descaro de los papeles o en la reserva de cartas particulares. Ello es que se ha suicidado, pegándose un tiro en la sien, un joven de talento y fama, por despecho amoroso, de la rabia que le dieron los desdenes de su amante, la cual es casada. Digo yo si será… El nombre del criminal, ninguno de nuestros tertulianos acertó a decirlo; sólo aseguraron que era hombre de pluma y firmaba sus escritos con nombre supuesto; que figuraba entre los llamados románticos, y qué sé yo qué. No estoy bien segura de saber lo que significa esto del romanticismo, que ahora nos viene de extranjis, como han venido otras cosas que nos traen revueltos; pero entiendo que en ello hay violencia, acciones arrebatadas y palabras retorcidas. Ya vemos que es romántico el que se mata porque le deja la novia, o se le casa. El mundo está perdido, y España acabará de volverse loca si Dios no ataja estas guerras, que también me van pareciendo a mí algo románticas. Pues bueno: al oír la noticia, observé que Demetria palidecía, y en seguida me puse a atar cabitos. Nuestro sujeto es romántico, y sus ideas no van por lo corriente y natural, como nuestras ideas; nuestro sujeto debió de parar en Madrid de la carrera que tomó al recibir las calabazas; nuestro sujeto ha sido plantado por su novia, que le amó de soltera y le despreció casada; nuestro sujeto usaba también remoquete, pues nadie me quita de la cabeza que Calpena no es su verdadero nombre… y en fin, corazonada, hija, corazonada. Veremos si acierto. También te aseguro que mientras ataba cabitos, mi sentimiento era muy vivo… pues el sujeto, romanticismos aparte, es digno del mayor aprecio. No he podido dormir en toda la noche pensando en aquella hermosa vida cortada por sí propia en un arrebato. Si es, porque es, y si no, por quien sea, perdónele Dios, y ojalá entre el disparo y la muerte tuviera el pobrecito espacio para un soplo de arrepentimiento… Vuelvo a cerrar esta, que ya vienen por ella los que han de llevármela bien segurita. Vive y manda.

El romanticismo es uno de los grandes temas de este episodio en el avanza poco la descripción de la España inmersa en la Primera Guerra Carista, alrededor de 1837:

No estoy bien segura de saber lo que significa esto del romanticismo, que ahora nos viene de extranjis, como han venido otras cosas que nos traen revueltos, pero entiendo que en ello hay violencia, acciones arrebatadas y palabras retorcidas. Ya vemos que es romántico el que se mata porque le deja la novia, o se le casa. El mundo está perdido, y España acabará de volverse loca si Dios no ataja estas guerras, que también me van pareciendo a mí algo románticas.

También de cierta importancia personal para mí es la carta que  Pedro Pascual Uhagón escribe desde Elorrio a Fernando Calpena, porque toca mis territorios juveniles y porque la legión británica ha dejado cierta impronta en la zona a través de fortificaciones y elementos como el cementerio de los ingleses así como en mi memoria gracias a las láminas de Wilkinson.

Aquí me tienes, querido Calpena, disfrutando de todas las dichas que trae consigo la vida militar: hambres, golpes, cansancio hasta morir, fríos y calenturas, que de todo hay, sin contar las heridas, de las cuales, en el reparto diario, me han tocado tres como tres soles, que me han hecho ver las estrellas. A quien no he visto es a la señora gloria, que a todos nos engatusa con su coquetismo, llevándonos tras sí como carneros. Según te decía en mi anterior, salimos de Bilbao a cooperar en el plan del General inglés Lacy Evans. Consistía en atacar al faccioso por tres puntos distintos: Sarsfield por Navarra; nosotros por aquí, amenazando el interior de Guipúzcoa, y el inglés por Hernani y toda la zona fronteriza. Según Espartero, este disparatado plan es de los que se proyectan todos los días en las mesas de los cafés de Madrid. Lo sacó de su cabeza el Jefe de la división inglesa, y aceptado por el Gobierno, no hemos tenido más remedio que ponerlo en ejecución: así ha salido. Nosotros llegamos hasta esta villa de Elorrio, y de aquí nos volvimos a Bilbao, no diré que con las manos en la cabeza, pero sí desalentados y con la rabia de ver la inutilidad de nuestros esfuerzos. A Lacy Evans le zurraron en Hernani, y Sarsfield se volvió a Pamplona sin llegar al punto designado. Con muchos planes de estos no dudo del triunfo de la ojalata en plazo próximo. El tiempo lluvioso y frío, digno hermano del de aquella noche memorable, nos ha entorpecido las operaciones, resultándonos un sin fin de enfermos, y haciéndonos pasar mil trabajos. Quiera Dios que esto acabe pronto y nos retiremos a nuestro Bilbao, donde al menos comerá el que lo tenga.

Tras acabar la lectura me puse a repasar el itinerario de la Expedición Real y el de la de Zaratiegui y me encontré con una película relativamente reciente sobre un corresponsal inglés, Gruneisen, que al parecer fue el primero en ir empotrado en una unidad militar y me recuerda al otro súbdito británico, Henningsen, del que tratamos algún día.


Episodios Nacionales: La campaña del Maestrazgo

09/07/2023

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

Continuamos con la tercera serie de los Episodios Nacionales, escrita por Pérez Galdós entre 1898 y 1900. La quinta novela de la serie es La campaña del Maestrazgo. Teníamos aparcado este proyecto hace muchos meses y habría sido una pena no leer ningún episodio nuevo en el año en que hemos visitado la casa natal de don Benito en Las Palmas.

La acción transcurre durante la Primera Guerra Carlista pero no en el escenario vasconavarro sino en el valencianoaragonés. Recuerdo que en mi libro de Historia de alguno de los cursos de la EGB aparecía un recuadro con una breve biografía de Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo. Hace relativamente pocos años leí sobre sus descendientes que viven en Inglaterra, también me encontré hace algún tiempo con un reportaje fotográfico sobre los olivos antiquísimos y gigantescos que hay en esta comarca que en prensa oficial y oficialista aparece mentada por su nombre catalán (el Maestrat).

El fragmento que más representativo me pareció del periodo histórico está en el capítulo 24. Es el alegato de don Beltrán de Urdaneta ante la perspectiva de su ejecución:

«Amigos, les agradezco la simpatía y delicadeza que en esta ocasión me han manifestado. Son ustedes caballeros; yo también lo soy. Como tal quiero morir; como tales se conducirán ustedes en el trance final, acabando mi vida con rapidez y sin martirizarme inútilmente. Yo les perdono de todo corazón. Y si me es permitido, por el fuero de ancianidad, dirigirles algunos consejos, allá voy; y esto que ahora les diga, sea para ustedes de autoridad, como expresión postrera del pensamiento de un moribundo. Condenado sin culpa, no diré palabra injuriosa ni vengativa contra el bando político que me arranca la vida, ni contra vuestro ejército… Todas estas cosas quedan para mí en un término lejano. Sin vituperar esta causa ni la otra, sin enaltecer a ninguna de las dos, os digo que no derraméis más sangre de españoles. Guardad esta sangre para mejores y más altas empresas. No defendáis con tesón tan extraordinario derechos de príncipes o princesas, pues voy entendiendo yo que tanto valen unos como otros, y que cuando la cuestión se dilucide y haya un vencedor definitivo, habréis desgarrado a vuestra patria, que es la legítima poseedora de todos los derechos. Mientras ponéis en claro, a tiros, cuál es el verídico dueño de la corona, negáis a la nación su derecho a la vida, porque le estáis matando todos sus hijos, y le destruís sus ciudades y le arrasáis sus campos. Será muy triste que cuando de vuestras querellas salgan triunfantes un trono y un altar, no tengáis suelo firme en que ponerlos. ¿Para qué queréis altar y trono, si luego han de cojear como esos muebles a que falta una pata? Allanad y afirmad el suelo ante todo, y esto lo haréis con las artes de la paz, no con guerras y trapisondas. Haced un país donde haya todo lo contrario de lo que unos y otros, a quienes no sé si llamar guerreros o bandidos, representáis; haced un país donde sea verdad la justicia, donde sea efectiva la propiedad, eficaz el mérito, fecundo el trabajo, y dejaos de quitar y poner tronos… Lo que va a resultar es que, cualquiera que sea el resultado, estáis fabricando una nación de bandolerismo, que en mucho tiempo, gane quien ganare, ha de seguir siendo bandolera, es decir, que tendrá por leyes la violencia, la injusticia, el favor, la holgazanería, el pillaje y la desvergüenza. En un pueblo a que dais tal educación, cualquier trono que pongáis será un trono figurado, de cuatro tablas frágiles y cuatro mal pintados lienzos.»

El discurso continúa, pero esta primera realmente me gustó por lo que siga teniendo de válido en la disputa política de dos siglos después.

 


Episodios Nacionales: Luchana

20/03/2022

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

Continuamos con la tercera serie de los Episodios Nacionales, escrita por Pérez Galdós entre 1898 y 1900. La cuarta novela de la serie es Luchana. Estamos en 1836 y comenzamos con el motín de los sargentos de la Granja para acabar con Espartero, que luego sería conde de Luchana, rompiendo desde este barrio de Baracaldo el segundo cerco que sufríó Bilbao durante la primera guerra carlista.

Está muy interesante el debate de los sargentos Alejandro Gómez y Juan Lucas con la Regente y su corte, pero como no es breve traigo aquí las palabras de un desertor carlista, más que nada porque los mismos prejuicios e iniquidad contra los que han mamado leche castellana pervivían en los restos de carlismo que pervivían a finales del XX y principios del XXI:

»Pues hay más, señor. Luego empezaron a buscarnos camorra a mí y a otros dos castellanos. Que si éramos de la cáscara amarga, masones o perdularios ateos. Yo no hacía caso, y seguía en mi trabajo. Pero un día me acusó un chico de Eibar de que yo había dicho no sé qué cosa de la Virgen… de esas expresiones que uno suelta sin pensar, cuando no le sale bien un trabajo, o cuando a uno le salta una brasa a la cara y le quema… pues de esas cosas que se dicen: total, nada. ¿Pero Señor, yo, buen cristiano siempre, cómo había de hablar mal de la Virgen? Y aunque algo dijera, es un suponer, no por eso deja uno de ser apostólico romano, al igual de ellos. Siempre he sido devoto de Nuestra Señora. Aquí, colgada de mi pecho, llevo, mírela usía, la medalla de la Pilarica, que me puso mi madre… Pues nada, que allí salió el capataz, uno de Lezo, que le llaman Choriya, de esos que se comen los santos, y amenazándome con un martillo, dijo que yo merecía que me atravesaran la lengua con un clavo ardiendo, por haber hablado de peinetas, nombrando a la Virgen; y yo le respondí que las peinetas eran para él, y tres más. Resultado: que me castigaron, y vino un capellán a echarme predicaciones, y lo mandé también a donde me pareció. Por esto, y porque a uno no le pagaban, resolví marcharme, y una noche me escapé con otros dos mozos, que también son de acá. No más, no más facción. Buen chasco nos habíamos llevado, pues creíamos que allá ganaríamos un jornal lucido, por ser aquello Reino pretendiente; pero nos salió la cuenta fallida, porque allí no hay más que miseria, malos tratos y desconfianza de todo el que ha mamado leche castellana, como yo, que en tierra de Burgos, donde mismamente estampó sus patas el caballo de Santiago, vine al mundo. Resultado: que hemos vuelto acá sin un maravedí, ladrando de hambre, y ahora nos vemos en nuestra tierra mal mirados por haber servido a ese pavo acuático, que antes cegará que verse Rey de las Españas.

En el capítulo de las cosas pequeñas con las que Galdós siempre me deleita descubrí que Fadrique es el mismo nombre que Federico, que acaso la cerveza no fuera una bebida popular en la primera mitad del XIX si hay un personaje que dice «toneles de una bebida que llaman cerveza, más amarga que los demonios», que a los participantes de la legión francesa en el conflicto los llamaron «argelinos», que la borona es pan de maíz (y me pregunto si borono, que es un nombre que se da a los paletos de campo en el País Vasco viene de aquí). No he conseguido averiguar a que fusil se llamaba chopo, que es un nombre que se ha dado después al Cetme, pero me ha parecido que el origen del término seguramente no sea el árbol sino el italiano schioppo, que también da en diminutivo escopeta.

Hace unos meses estuve escuchando un Documentos RNE dedicado a Espartero a partir del cual descubrí gran parte de la biografía del príncipe de Vergara. Concluyo con un párrafo que glosa su sacrificio personal antes de la liberación de Bilbao. Es lo menos parecido que pueda encontrarse a las últimas decisiones del gobierno respecto del Sáhara Occidental, que es lo que está en prensa hoy:

No debe mostrarse aislado el ejemplo de Espartero en la gloriosa Navidad del 36; que unido a otros ejemplos y memorias de aquel caudillo, resplandece con mayor claridad y nos permite conocer toda la grandeza de los hombres que fueron. Antes de la liberación de Bilbao, los suministros del ejército andaban como Dios quería. El Gobierno pedía victorias para darse tono, ¡victorias a soldados descalzos y hambrientos! Todo el mando de Córdoba fue una continua lamentación por esta incuria. No fue más dichoso Espartero, y en su afán de emprender vivamente las operaciones, ardiendo en coraje, atento a su decoro y a la moral de sus tropas, resolvió el conflicto de un modo elemental, casi inocente. Sin duda por ser del orden familiar, no se ha perpetuado en letras de oro, sobre mármoles, la carta que con tal motivo escribió a su mujer, la bonísima, hermosa y sin par Jacinta Sicilia. Decía entre otras cosas: «Empeña tu palabra, la mía, la de los amigos; empeña tus alhajas y hasta el piano; reúne todo el dinero que puedas, y mándamelo en oro». Tan diligente anduvo la dama, que con el mismo mensajero portador de la carta remitió a su esposo mil onzas. El General dio de comer a sus soldados, y a los pocos días, postrado en cama con mal de la vejiga, y viendo a sus queridas tropas en el grande aprieto del Monte Cabras y Monte San Pablo, salta del lecho, con una temperatura glacial, y hace lo que se ha visto… Desgraciada era entonces España; pero tenía hombres.


Episodios Nacionales: De Oñate a La Granja

19/03/2022

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

Tras casi dos años de pausa proseguimos con la tercera serie de los Episodios Nacionales, escrita por Pérez Galdós entre 1898 y 1900. La tercera novela de la serie es De Oñate a La Granja. Habíamos leído la segunda poco después de que comenzara el confinamiento de 2020 y recuerdo bien que sufría dificultades para concentrarme en la lectura en los días infaustos aquellos, prefiriendo devorar noticias breves a la literatura. Al leer los primeros capítulos he recordado que ya había hecho varios intentos de los cuales resultaron averiguaciones sobre Mentor, el mentor de Telémaco y la metempsicosis.

Transcurren los acontecimientos en Vasconia. La localidad de Oñate es un escenario importante, así como otras de la región, pero la antigua universidad es el lugar en el que Carlos María Isidro, el pretendiente, había establecido su corte. Yo estuve un par de veces en el lugar hace ya muchos años.

El sentido del humor de Galdós me maravilla. En esta llama calcetas de Vizcaya a los grilletes y ojalateros a los que se pasan el tiempo entre ojalás. Me agradó este diálogo humorístico:

-Calma, que estas cosas son delicadas… Déjalo, déjalo de mi cuenta… ¿Pero tú sabes con quién hablas? ¿Te has enterado de que tu amigo Rapella es perro viejo en aventuras de amor? ¿Sabes que tiene sobre su conciencia de galán empecatado media docena de duelos con maridos celosos, burlas sin fin de padres severos o tutores ruines, y como unos diez raptos, dos de los cuales han sido del género novelesco, con escalamiento nocturno, incendio, pistoletazo y fuga a uña de caballo con la hembra a la grupa?

-Eso habrá sido en Sicilia, donde la vida romántica es cosa corriente.

-Eso ha sido en Italia, en España, también en Argel, con la circunstancia agravante del uso de cimitarra y del trato con eunucos y demás gentuza de serrallo.

También el modo en que inventa o reproduce errores del habla popular. Aquí tenemos una aparición cómica y estelar de las minas del cerro rico de Potosí:

El mozo que iba al servicio de D. Fernando, sin apartarse de su lado, le dijo: «¿Ve usted este término con tantisma viña, que parece la gloria de Dios? ¿Ve usted aquellos trigos en que ahora juega el viento, y ya los pone verdes, ya amarillos? ¿Ve usted aquel prado y aquel monte con tantas ovejas? Pues todo es de las señoritas… Sí, señor; son más ricas que el Putosín, y a cuenta que ahora no han de faltarles novios».

Durante la lectura he seleccionado el mismo párrafo del capítulo XX que ilustra la entrada de la Wikipedia referente a esta entrega concreta de los Episodios Nacionales en concreto:

Hizo Calpena mental paralelo entre su tocayo Narizotas y el llamado Pretendiente, llegando a la conclusión triste de que si hubiera un infierno especial para los reyes, en el más calentito rescoldo de este tártaro regio debían purgar sus pecados contra la humanidad estos dos señores, que simbolizando la misma idea, por la supuesta ley de sus derechos mataron o dejaron matar tal número de españoles, que con los huesos de aquellos nobles muertos, víctimas unos de su ciego fanatismo, inmolados otros por el deber o en matanzas y represalias feroces, se podría formar una pira tan alta como el Moncayo. En todos los países, la fuerza de una idea o la ambición de un hombre han determinado enormes sacrificios de la vida de nuestros semejantes; pero nunca, ni aun en las fieras dictaduras de América, se han visto la guerra y la política tan odiosa y estúpidamente confabuladas con la muerte. La historia de las persecuciones del 14 al 20, de la reacción del 24, de las campañas apostólicas y realistas, así como del recíproco exterminio de españoles en la guerra dinástica hasta el Convenio de Vergara, causan dolor y espanto, por el contraste que ofrece la grandeza de tan extraordinario derroche de vidas con la pequeñez de las personas en cuyo nombre moría o se dejaba matar ciegamente lo más florido de la nación.

Considerados en lo moral, grande era la diferencia entre Fernando y Carlos, pues la bajeza y sentimientos innobles de aquel no tuvieron imitación en su hermano, varón puro y honrado, con toda la probidad posible dentro de aquella artificial realeza y de la superstición de soberanía providencial. Trasladados los dos a la vida privada, donde no pudieran llamarnos vasallos ni suponerse reyes cogiditos de la mano de Dios, Fernando hubiera sido siempre un mal hombre; D. Carlos un hombre de bien, sin pena ni gloria. En inteligencia, allá se iban, ganando Fernando a su hermano, si no en ideas propiamente tales, en marrullerías y artes de la vida práctica. Las ideas de Don Carlos eran pocas, tenaces, agarradas al magín duro, como el molusco a la roca, con el conglutinante del formulismo religioso, que en su espíritu tenía todo el vigor de la fe. De la piedad de Fernando no había mucho que fiar, como fundada en su propia conveniencia; la de D. Carlos se manifestaba en santurronerías sin substancia, propias de viejas histéricas, más que en actos de elevado cristianismo. En sus reveses políticos, no supo Fernando conservarse tan entero como cuando ejercía de tiranuelo, comiéndose los niños crudos; D. Carlos mantuvo su dignidad en el ostracismo y en la mala ventura, y acabó sus días amado de los que le habían servido. Fernando se compuso de manera que, al morir, los enemigos le aborrecían tanto como le despreciaban los amigos.

Así como otro diálogo relativo al peor de entre todos los reyes de España:

-Toda esta paz la trastornó la muerte de mi madre, ocurrida el 29 de Septiembre del 33, de una enfermedad que empezó sin inspirar cuidado, hasta que hubo de complicarse con un fuerte mal de corazón; y acometida de síncopes, en uno de ellos se nos quedó, y la perdimos, y Dios se llevó ¡ay! en un momento toda la felicidad de mi casa. Fíjese usted, señor, en la coincidencia de que perdimos a mi madre el día mismo del fallecimiento del rey D. Fernando VII, a quien tengo por causante de los males que nos ocurren, no sólo a nosotras, sino a toda España; hombre funesto, del cual no puedo decir, por estar en el otro mundo, sino que le perdone Dios el mal que ha hecho… Si se cansa usted de oírme, callaré, Sr. D. Fernando.

-No, hija mía, no; estoy encantado. Siga usted. Ya noté la coincidencia al oír la fecha. Con efecto: ese tiranuelo ha dejado a su patria una herencia lamentable, la espantosa guerra, estas discordias que hacen y harán de España por mucho tiempo un inmenso manicomio suelto. A ver: dígame ahora cómo pudo influir la muerte del Rey en las desventuras de su familia.

En el orden de las pequeñas cosas, al leer sobre cantar «la pitita y el trágala» he tenido que buscar qué era la Pitita (entendía que una canción, ya que del Trágala tengo oídas varias versiones musicales). La Pitita la tengo que haber oído también con anterioridad en la versión de Joaquín Díaz, pero me había olvidado de ella.


Miau

18/03/2022

Como ayer era festivo tuve tiempo de leer una novela. Miau (1888), de Pérez-Galdós cuyo título era uno de los que nos resultaban fáciles de recordar para los exámenes de literatura. El fragmento inicial de las obras es importante. Hay que empezar con algo que enganche, algo con lo que el lector se pueda identificar. Por ejemplo así:

A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno á la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse á la calle piando y saltando.

Hace algún tiempo leí en algún tuit o hilo tuitero que ahora no consigo encontrar que la onomatopeya tradicional para el sonido que hacen los gatos era mau y de ahí que digamos maullar y que miau se empezó a popularizar en la década de 1820 (si es que recuerdo bien). Lo curioso es que además de la conexión felina, MIAU representa en esta novela los puntos Moralidad, Income Tax, Aduanas y Unificación de Deuda, que vienen a constituir el programa fiscal de don Ramón Villaamil, que no sé si inspiró en algo al coronel que no tenía quien le escribiera de la otra orilla del idioma y del siglo siguiente.

Como es lógico me ha resultado curioso que durante la obra la expresión income tax aparezca en multitud de ocasiones en lugar del equivalente español que sería «impuesto sobre la renta». Esto nos hace suponer que el mismo concepto era extraño a nuestra esfera cultural durante el siglo XIX. De hecho, tras un intento durante la Segunda República, el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas aparece en España en su forma actual en 1977. Otra palabra que aún no estaba naturalizada aún en 1888 es gorila, que aparece como gorilla.

Una expresión que en desuso que me gusta y que creo que le he leído a don Benito en algún otro lugar es la de «sin decir oxte ni moxte». También me sorprendieron las referencias al polaquismo y a las polacadas, que han merecido algún que otro artículo erudito e incluso una biografía de Luis José Sartorius, conde de san Luis, del partido de Narváez, que según parece daba nombre a la facción política de «los polacos» pero cuyo origen familiar en realidad no era polaco sino alemán.

Esto es escandaloso, esto es el delírium tremens del polaquismo. Ni en las kabilas de Africa pasa esto. ¡Pobre país, pobre España!… Se ponen los pelos de punta pensando lo que va á venir aquí con este desbarajuste administrativo…

En el lenguaje de Galdós hay mucha artesanía. A través de Miau se ve la parte burocrática del Madrid decimonónico, se obtiene una vista privilegiada de aquella institución de la cesantía entre otros elementos de la vida social en un mundo con una esperanza de vida menor, mortalidad elevada (en especial la infantil), omnipresencia de la religión y otros elementos que hoy nos resultan lejanos. Yo he pasado un rato entretenido, pero no siendo lector de novelas lo que tengo que hacer es ponerme con los Episodios Nacionales que tengo pendientes.

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Episodios Nacionales: Mendizábal

12/04/2020

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

Proseguimos con la tercera serie de los Episodios Nacionales, escrita por Pérez Galdós entre 1898 y 1900. La segunda novela de la serie es Mendizábal

Es la primera novela que consigo acabar desde que empezó el estado de alarma en vigor en España y la situación análoga que padecemos en las islas británicas. Se da la circunstancia de que entre la lectura del anterior episodio y el actual tuve ocasión de recorrer con la familia las cañadas del Teide, que aparecen en el reverso del billete de mil pesetas con la efigie de don Benito que encabeza estas notas referidas a los episodios.

Recuerdo que el profesor de Historia de 3 de BUP dijo que Juan Álvarez Mendizábal era la figura más importante del siglo XIX español, cosa que en 1991 acepté como probable y con la que hoy discreparía. No tengo una idea clara de quién podría ser tal figura pero a bote pronto se me ocurre que Espartero tomo parte y fue influyente en más etapas de la centuria.

En la obra de Galdós no es difícil encontrar algún párrafo que haga parecer el presente un mero eco del pasado:

-A usted, hombre feliz por obra y gracia de la Providencia enmascarada, nada le altera. ¿Ha leído usted El Español de hoy?… ¿A que no?… ¿A que tampoco ha leído El Mensajero ni El Eco del Comercio? En mi cuarto los tengo. Vienen los tres diarios echando bombas, cada uno según el son a que baila. Yo me alegro, para que se arme de una vez. Esta visita de los compinches de Iglesias tan a deshora, significa que anoche hubo gran trapatiesta en la casa de Tepa, entiéndase logia, y en los cafés donde bulle la patriotería. Parece que las Juntas no quieren disolverse, las de Andalucía sobre todo, y he aquí al Sr. Mendizábal en un brete, porque nos ofreció poner fin a esta horrible anarquía, y en los primeros días creímos que lo lograba. Pero aquí, para que usted se vaya enterando, tanto puede la envidia de los propios, como la mala voluntad de los extraños; o en otros términos, que los amigos, o sea el agua mansa, son más de temer que los enemigos. ¿No lo entiende? Pues quiere decir que los estatuistas templados caídos del poder con Toreno, se introducen en los conciliábulos de los patriotas, fingiéndose más exaltados que estos, para sembrar cizaña, y al propio tiempo los libres que aún no tienen empleo se van a las sacristías del otro bando y atizan candela, para que los diarios de la moderación se desborden y se encienda más el furor de las Juntas. Estas nos ofrecen un espectáculo delicioso. Una pide que se restablezca la Constitución del 12; otra que se modifique el Estatuto, y entre todas arman una infernal algarabía. El señor Mendizábal pretende gobernar en medio de esta jaula de locos furiosos. Manda tropas contra las Juntas, y los soldados se pasan a la patriotería… Y los carlistas, en tanto, bañándose en agua rosada, preparándose para venir hacia acá, porque Córdoba no les ataca mientras no le manden refuerzos… Estamos en una balsa de aceite… hirviendo. ¡Qué gratitud debemos al Señor Omnipotente por habernos hecho españoles! Porque si nos hubiera hecho ingleses o austríacos o rusos, ahora estaríamos aburridísimos, privados de admirar esta entretenida función de fuegos artificiales.


Episodios Nacionales: Zumalacárregui

04/01/2020

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

El día en que se cumple el centenario de Pérez Galdós me alcanza iniciando la tercera serie de los Episodios Nacionales, uno de mis propósitos de lecturas para este año 2020 (y ya veremos, que voy con un año de retraso con respecto a la idea original). La primera novela de la serie es Zumalacárregui.

La acción transcurre en el país vasconavarro entre 1834 y 1835 en plena guerra carlista. Muchos escenarios por los que pasé siglo y medio después. Galdós ciertamente tenía oído para lo dialectal:

Saben ustedes -les preguntó- si están en la venta los miqueletes?

-Ya se fueron, pues, con tropa. Volver ya harán, pues, a las diez. La cena ya pedirle han hecho a Casiana.

Chapelgorris dormir hacen por la noche… y algunas noches ya hemos visto, pues, subir monte, y hablar confianza con partidas.

-No me fío -dijo Fago-; y ahora van ustedes a hacer lo que yo les mande, pero sin tratar de engañarme, porque en este caso lo pasarán mal.

-Serviremos ya, pues.

En el capítulo de cosas vascongadas variadas, unos carlistas hablan de cazar como erbias a los cristinos. Erbiak es liebres en vasco, pero si alguna vez lo he sabido no lo recordaba. A veces me ha dado por comparar cómo las raras veces que se meten palabras gaélicas en una conversación en inglés se respecta el plural original. Creo que tiene más que ver con cómo funcionan el inglés y el español que con las lenguas de origen. En otro orden de cosas, cuando Galdós escribe Hiújujú creo que se refiere grito festivo llamado irrintzi.

Hay una breve mención a Miguel Antonio, hermano de Tomás Zumalacárregui, un personaje que dio mucho juego pero al que la historiografía ha postergado. En general los mártires de casi cualquier causa reciben bastante mejor trato sobre todo si lo son a edad temprana. El hecho de que en el país vasco sean pocos los que saben del hermano liberal del general carlista es causa y consecuencia de la imagen que los vascos de hoy tienen de sí mismos.

Esta lectura me ha recordado que hace tiempo quise leer y pospuse The Most Striking Events of a Twelvemonth’s Campaign with Zumalacarregui in Navarre and the Basque Provinces de Charles Friedrick Henningsen, aventurero de biografía fascinante.


Episodios Nacionales: Un faccioso más y algunos frailes menos

31/12/2019

«…y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.»

Ha coincidido que la última entrada del año sea sobre el último episodio de la segunda serie de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. La décima y última novela de esta serie es Un faccioso más y algunos frailes menos, y la termino un día antes de que empiece el año centenario de la muerte del autor, en el que espero que me dé tiempo a leer la tercera serie.

Este episodio nos sitúa en 1833-1834 con Fernando VII a punto de morir y cambiando a última hora de opinión sucesoria. Siempre resulta curioso que el monarca que representa el absolutismo extemporáneo permitiese heredar a su hija Isabel, dando el trono a la España liberal y pasando su hermano, el tradicionalista Carlos María Isidro, de heredero a faccioso. La pragmática sanción de 1830 supone el inicio del carlismo como movimiento dinástico y político.

Su Majestad andaba con mucha dificultad, comía poco, dormía menos, y ya se le hinchaba una mano, ya una pierna. El vulgo, que le tenía por cadáver embalsamado, era en esta creencia menos necio de lo que a primera vista parecía, y en los ataques fuertes casi todo el Rey estaba dentro de vendas negras. Su mirada triste vagaba por los objetos, como depositando en ellos parte de aquella tristeza de que impregnado estaba. Su corpulencia era pesadez; su gordura hinchazón; su cara sonrosada de otros días, una máscara violácea y amarillenta que parecía llena de contusiones. La nariz colgante casi le tocaba a la boca, y en el pelo negro, como ala de cuervo, aparecían y se propagaban las canas rápidamente. Los negocios de Estado, en aquellos días más graves y espinosos que nunca, le aburrían y le preocupaban. La imagen de su hermano, que a veces le parecía un buen hombre a veces un hipócrita ambicioso, no se apartaba de su mente, sobreexcitada por el desvelo. Ya pensaba ablandarle con sus sentimientos fraternales, ya confundirle con las amenazas de Rey. Fue D. Carlos la persona a quien más quiso en el mundo, y había llegado a ser su espantajo, el martirio de su pensamiento, la fantasma de sus insomnios y el tema de sus berrinchines. Adivino de su próxima muerte, el Rey veía arrebatado a su sucesión directa aquel trono que quiso asegurar con el absolutismo. ¡Y era el absolutismo quien le destronaba! ¡La fiera a quien había alimentado con carne humana, para que le ayudara a dominar, se le tragaba a él, después de bien harta! ¡Cómo se reirían en sus tumbas, si posible fuera, los seis mil españoles que subieron al patíbulo para servir de cebo a la mencionada fierecita! Pues y los doscientos cincuenta mil que murieron en la guerra de la Independencia, en la del 23 y en la de los agraviados, ¿qué dirían a esto? ¡Justicia divina! si la mente de Fernando VII se poblaba con estas cifras en aquel tristísimo fin de su reinado y de su vida, ¡qué horrible mareo para hacer juego con la gota! ¡Qué insoportable peso el de aquella corona carcomida! Ya no eran el pueblo descontento ni el ejército minado por la masonería quienes atormentaban al tirano; eran el clero y los milicianos realistas, capitaneados por un hermano querido. La víctima antigua, inmolada sobre el libro de la Constitución con el cuchillo de la teocracia, no infundía cuidado; lo que perturbaba era el cuchillo mismo revolviéndose fiero contra el pecho del amo. ¡Oh, qué error tan grande haber sacado de su vaina aquella arma antigua cuando ya comenzaba a enmohecer!… El pobre Rey, a quien la Nación no amaba ni temía ya, debió, sin duda, los pocos consuelos de sus últimos meses al espíritu tolerante de su mujer, y si él no se dejaba arrastrar públicamente al liberalismo, sabía tener secretas alegrías cada vez que el Gobierno mortificaba a la gente apostólica. Su alma rencorosa hubiera llegado a la aceptación de las nuevas ideas, no por convencimiento sino por venganza, porque estaba harto de clérigos, harto de absolutismo, harto de camarillas, harto de su hermano, y si viviera más, hubiéramos visto un liberalismo verdugo, como antes vimos una teocracia cazadora de hombres.

Cuando por fin muere nos dice Galdós que «No ha habido Rey más amado en su juventud ni menos llorado en su muerte«. A rey muerto, rey puesto pero siempre pobre España. Entre las cosas menos trágicas, me divirtió mucho el capítulo XIII la inventiva latina de D. Rodriguín, o este diálogo entre D. Benigno y Dña. Sola del capítulo XVI que refleja qué podían pensar los habitantes del país del ferrocarril antes de la llegada del invento:

-Ya no recuerdo cuánto se tarda de aquí a Madrid.

-Pues no es mucho. Tomaremos el coche de Peralvillo, que es el que va más pronto. ¿No sabes la novedad que hay en el mundo? Pues ahora han inventado en Inglaterra unas máquinas para correr, un coche diabólico que va como el viento, y anda, anda… No sé lo que anda; pero si hubiera uno desde Toledo a Madrid, iríamos en dos horas.

-¡En dos horas! Eso es fábula.

-¿Fábula? Me lo ha dicho D. Salvador, que lo ha visto.

-¿Él ha visto esa máquina?

-Y ha andado en ella.

-¿Él ha andado en ella? Será cosa magnífica.

-Figúrate…

D. Benigno se detuvo, y con la complacencia que producían en él las maravillas de la naciente industria del siglo, se preparó a dar a su hija explicaciones demostrativas, para lo cual puso horizontal el bastón y deslizó los dedos sobre él.

-Figúrate que hay en el suelo dos barras de hierro donde se ajustan. las ruedas de unos enormes coches… así como casas. Estos coches van atados unos a otros. A poco que les empujen, como las ruedas se ajustan a las barras de hierro, ¡zás! aquello corre como una exhalación.

-Ya entiendo… las mulas…

-Si no hay mulas, tonta… Ya te lo explicará D. Salvador, que ha montado en esos vehículos. Esa diablura la han puesto los ingleses entre un pueblo que llaman Liverpool y otro que nombran Manchester. Dice D. Salvador que aquello es volar.

-¡Volar! ¡Soberbia cosa!… -exclamó Sola con entusiasmo-. Decir «quiero ir a tal parte ahora mismo» y…

-Y salirse uno con la suya. Pues, te dirá: no hay caballos. Todo aquel rosario de coches está movido por un endemoniado artificio o mecanismo, que tiene dentro fuego y vapor, y sopla que sopla, va andando. Yo no sé cómo es ello. Me lo ha explicado D. Salvador; pero no lo he podido entender.

-¿Y esa manera de ir acá y allá no se pondrá en otras partes?

-Sí, dice nuestro amigo que se va extendiendo; que en Inglaterra están haciendo más de esos benditos caminos de hierro, y que en Francia, van a empezar a ponerlos también.

-¿Y en España, ¿no los pondrán?

Cordero dio un suspiro.

-Ahora va a empezar una guerra, si Dios no lo remedia -dijo con tristeza.

La acción politica se acerca al país vasconavarro y eso me ha dado la oportunidad de indagar en la biografía de Joaquín Julián de Alzáa, que levantó Oñate para la causa carlista y su captor en 1848, Juan Antonio de Urbiztondo, que después fue Capitán General de las Filipinas e incorporó el archipiélago de Joló a las posesiones españolas. Guipuzcoanos que si no olvidados no están muy presentes,

La parte del título que trata de los frailes menos hace referencia a la matanza de religiosos que se produjo el 17 de julio de 1834, a consecuencia de la llegada del cólera a Madrid y ciertos rumores sobre envenenamiento de aguas. Los que conozcan los entresijos de la guerra de 1936 en la capital verán unos cuantos temas comunes. En Irlanda suelo mencionar la fuerte tradición anticlerical española como aspecto sociológico diferencial para hacer contrapeso frente a las no menos ciertas similitudes que se dan entre países de tradición católica.