Las transiciones a la democracia son un fenómeno que ha llamado la atención de los estudiosos a lo largo de las últimas décadas. No en vano, el número de países que han cambiado desde un régimen político autoritario para dar lugar a otro que reúne las características poliárquicas ha sido elevado en los años recientes, que han marcado lo que Huntington denominó la “tercera ola de democratización”.
Hay diferentes teorías sobre el cómo y el por qué de estas transiciones. En general, se pueden dividir en dos tipos: Teorías de gran alcance, como las de Theda Skocpol[1] inciden en factores estructurales que conducen al cambio. Según defiende Francis Fukuyama en El fin de la historia y el último hombre, la democracia es “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad” y “la forma definitiva de gobierno humano”[2]. Otras teorías inciden en la génesis de los acontecimientos y los procedimientos utilizados. Por ejemplo, Przeworski en Democracia y mercado[3] remarca, desde el enfoque de la elección racional, el carácter estratégico de las diferentes decisiones de los actores políticos que condujeron a las transiciones.
En el presente trabajo pretendo analizar, en el marco de las diferentes transiciones que se produjeron en los países que formaron parte de lo que se denominó entre 1945 y 1989 el “bloque soviético”, los casos de Polonia y Rumania y cotejarlos con las teorías existentes respecto de las transiciones a la democracia.
El año 1989 supuso un punto de inflexión en la Historia contemporánea. Los países que tras la segunda guerra mundial habían quedado bajo la tutela de la Unión Soviética inician una transición hacia la democracia. Un cambio de forma política que a su vez supone un cambio de sistema económico con la transición desde economías centralizadas a economías capitalistas de libre mercado.
El proceso se completa tras la disolución de la URSS en 1991. Rusia se convirtió en heredera de la Unión Soviética en el orden internacional y las otras catorce repúblicas accedieron a la independencia. En cualquier caso, la experiencia de estos quince estados (gran parte de ellos situados en el Cáucaso y Asia central) es lo notablemente singular y se rige por una dinámica propia. Del mismo modo, sus procesos de transición hacia la democracia de mucha menor calidad, en términos objetivables.
La comparación entre Polonia y Rumania parece valiosa. Por un lado tienen elementos comunes, en tanto que Estados post-comunistas que existían antes de la segunda guerra mundial. La comparación con otros países como Yugoslavia o Albania resulta más difícil debido al hecho de que sus unas peculiaridades en lo étnico-político los convierten de algún modo en modelos únicos. Los países que han cambiado su forma estatal por división o secesión (Checoslovaquia, Yugoslavia, URSS), incorporación (RDA) son también más difíciles de comparar.
En principio, el grupo compuesto por Polonia, la RDA, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania parece idóneo para la comparación, al menos hasta 1990 ó 1993 (años en que la RDA y Checoslovaquia dejan de existir como estados). Dentro de este grupo de seis estados que vivieron procesos muy relacionados en 1989, Polonia y Rumania son, de alguna manera, extremos opuestos, en tanto que el proceso polaco viene gestándose desde 1979-80 y el rumano se definió en cuestión de días o de horas.
Tanto Timur Kuran como Przeworski citan una pintada callejera –un graffiti– en el que se dice: “Polonia, diez años; Hungría, diez meses; Alemania oriental, diez semanas; Checoslovaquia, diez días”. Kuran comenta que se podía haber añadido “Rumania, diez horas”[4]. He querido comparar estos dos casos, por lo sugerente que resulta la idea de que un país pueda cambiar en diez horas lo que en otro toma diez años de evolución histórica. Intuitivamente parece complicado, pero se entiende mejor cuando uno se aproxima a unos cuantos elementos clave de los que conforman la realidad.
Tipologías de regimenes no democráticos
Linz fue el primero en teorizar sobre los regímenes autoritarios. Su clasificación se establece a partir de elementos como el grado de pluralismo del régimen, si tiene una ideología definida o no, el grado de movilización de las masas que utiliza, o el tipo de liderazgo (personalista, colectivo).
A partir de estas variables construye un esquema en el que los regímenes no democráticos se clasifican como autoritarios, totalitarios, postotalitarios o sultanistas. Según Linz, sólo puede existir una transición a la democracia desde los regímenes autoritarios y los postotalitarios. Para Linz, los regímenes de la Europa oriental eran postotalitarios, aunque creo que hay diferencias importantes en cuanto al grado, en especial en algunos elementos muy íntimamente asociados al totalitarismo como el culto a la personalidad.
Ciertamente, el estalinismo en la URSS fue un régimen marcadamente totalitario, el problema teórico con el comunismo en la URSS (1917-1991) es el mismo que el surge con el análisis del régimen de Franco, abarca un período histórico demasiado amplio como para poder encasillarlo en una sola categoría. Tras la victoria franquista en la guerra civil y tras la llegada al poder de Stalin, ambos regímenes mostraban elementos totalitarios que, con el tiempo fueron decreciendo, con la aceptación de mayores niveles de pluralismo. Los regímenes de los países satélites mostraban elementos autoritarios y totalitarios (así como de otra índole, patrimonialistas etc.) en diferentes proporciones.
En cualquier caso, el análisis de Linz no estaba muy bien adaptado a las circunstancias del “socialismo real”. De alguna manera, entre los años cincuenta y ochenta del siglo XX la “transitología” se había dedicado a analizar procesos de cambio político desde regímenes autoritarios hacia democracias que no implicaban, al mismo tiempo, un cambio de sistema económico. Como observó Maravall, los acontecimientos históricos desmintieron la teoría que defendía el postulado de que lo mejor era que el régimen autoritario emprendiera la reforma económica y que el cambio político fuera posterior.
Kitschelt, Toka y Mansfeldova consideran el análisis de Linz insuficiente. Analizan más específicamente los países del este de Europa (básicamente, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y Bulgaria) y llegan a la conclusión de que el socialismo de Estado que ha gobernado estos regímenes desde el final de la segunda guerra mundial se puede dividir en tres tipos: el comunismo de acomodación (Polonia, Hungría), el comunismo burocrático autoritario (Checoslovaquia, RDA) y el comunismo patrimonial (Rumania, Bulgaria).
Lo que en su opinión explica que los países hayan desarrollado un modelo u otro de comunismo es el pluralismo político y social preexistente y el grado en el que la burocracia es de carácter legal-racional. Centran su análisis en el capital social existente en los años veinte y treinta. Sociedades civiles activas, que formaban parte del mercado mundial (Checoslovaquia, Alemania) conformaron Estados comunistas burocráticos autoritarios.
Los países del sistema de comunismo de acomodación (Hungría y Polonia) ya habían mostrado elevados niveles de disidencia con anterioridad a 1989. De hecho, Hungría fue el primer país más allá del telón de acero en el que se produjo una rebelión contra el régimen (1956). En la Polonia de 1980, el régimen tuvo que aceptar la existencia del sindicato Solidaridad, que fue ilegalizado el año siguiente, pero siguió siendo un actor clave gracias a su gran implantación social. El “comunismo del gulasch” de Kadar suponía un intercambio tácito de cierta prosperidad material por aquiescencia con el régimen.
Los países de comunismo burocrático-autoritario se caracterizan por haber transformado su estructura de modo más radical. Lo que durante cuarenta años fue la República Democrática Alemana se disolvió en 1990 en la República Federal Alemana. Checoslovaquia dejó de existir en 1993 para dar lugar a la República Checa y a Eslovaquia.
Los países de comunismo patrimonial, como Rumania o Bulgaria se caracterizan por un nivel de desarrollo industrial mucho menor. De hecho sus economías tienen un marcado carácter agrario. Se encuentran mucho más en la periferia del continente (e incluso del área de influencia soviética). En gran parte, han permanecido al margen de las grandes corrientes de la historia europea. Una orografía difícil y sus vínculos históricos con el Imperio Otomano. Un pueblo latino rodeado por un mar de eslavos.
Sus regímenes políticos tienen en común con los sultanismos de otras partes del globo el carácter patrimonial del Estado, que pertenece a una elite no mucho más amplia que una familia. Ceaucescu, en Rumania, es el ejemplo paradigmático. En su caso, se confirma el planteamiento de Linz, de que los sultanismos no pueden dar lugar a una transición y el cambio político se desarrollo conforme a un modelo revolucionario, debido al hecho de que quien detenta el poder tiene demasiado que perder.
Alfred Stepan: Revoluciones “desde arriba”, “desde abajo” y “desde fuera”.
Alfred Stepan reconoce las múltiples vías de acceso a la democracia en la realidad política contemporánea, pero las acaba reduciendo a tres tipos ideales: “desde arriba”, “desde abajo” y “desde fuera”[5].
Si se analiza el caso de los países de Europa oriental, vemos que ninguno de ellos encaja plenamente en una sola de las categorías. Polonia, por ejemplo, fue a principio de los ochenta el país en el que la oposición alcanzó un papel más importante (en ese momento no quedan ni rescoldos de la experiencia húngara de 1956, o checoslovaca de 1968). Pero, ciertamente, la voluntad del Partido Obrero de acceder a negociaciones para conducir el proceso fue muy importante y las reformas iniciadas desde mediados de la década por Gorbachov en la URSS fueron un catalizador importante del proceso. Definitivamente, Polonia no encaja bien en ninguna de las categorías, ya que la revolución se produjo tanto desde arriba, como desde abajo, como desde fuera.
En cambio, el proceso en Rumania, cuyo cambio de régimen es cuestión de días o incluso de horas se ajusta bastante bien al modelo de revolución desde abajo. El carácter personalista del régimen de Ceaucescu. La caída del Conducator muestra similitudes con la de los dirigentes de los regímenes patrimonialistas y sultanistas latinoamericanos. Ninguna concesión a las demandas externas, caída de tipo revolucionario o violento.
En todos los países, las influencias externas (la revolución desde fuera) existieron y fueron importantes. La perestroika en la URSS, y la doctrina de la soberanía enunciada por Gorbachov, que declaró ante los medios en Finlandia que el Ejército soviético no intervendría, fueron un factor decisivo. A su vez, el proceso en cada país alimentaba el de los demás. Se podría hablar de efecto dominó. Como ya hemos dicho: Polonia, diez años; Hungría, diez meses; RDA diez semanas, Checoslovaquia, diez días; Rumania, diez horas.
Respecto a la revolución desde arriba, ciertamente en Polonia, Hungría y la misma Unión Soviética se produjo el “colapso del centro”. Fue la dirección de cada partido comunista quien tomó las decisiones que provocaron que el sistema se desmoronase desde dentro. A diferencia de las transiciones en Latinoamérica e Iberia, el ejército no desempeñó un papel político autónomo. En cambio, en Rumania, el Ejército (al igual que la pequeña nomenklatura) abandonó a su líder.
Polonia
Según la clasificación de Kitschelt, Toka y Mansfeldow, Polonia, al igual que Hungría, entra en la categoría de “comunismo de acomodación”. Probablemente esta condición incidió en el hecho de que ambos países comenzaran su democratización antes que el resto de los estados satélites de la URSS.
En palabras de Carmen González Enríquez: “ambos regímenes se distinguían del resto por su carácter más liberal, con unas relaciones de los partidos socialistas-comunistas con sus sociedades mucho más inclusivas, más tendentes al pacto, a la conversación, a la resolución de los conflictos, mientras que los demás partidos comunistas del área estaban instalados en el seguidismo fiel a Moscú o en una reelaboración nacionalista de su identidad”[6].
Tanto Polonia como Hungría habían llevado a cabo reformas económicas (más audaces en Hungría) y un hecho distintivo de Polonia era que no se habían estatalizado las propiedades agrarias, por lo que el sector terciario permanecía en manos privadas.
En Polonia contamos con dos actores políticos de gran importancia, que no existen en otros países con esa fuerza. La Iglesia Católica y el Ejército. Su importancia se puede entender en términos históricos, debido a que el catolicismo es un rasgo definitorio de la identidad nacional. A lo largo del siglo XIX y XX su territorio se dividió en diversas fases entre protestantes germánicos (Prusia, el Imperio Austro-Húngaro) y ortodoxos eslavos (Rusia). Lo católico era la esencia de lo polaco. El ejército tiene un papel clave en el mantenimiento de la independencia nacional.
Desde el comienzo del comunismo, la sociedad polaca se organizó de modo autónomo. En 1956, los obreros de Poznan se movilizaron mediante huelgas para conseguir mejoras salariales. Gomulka accedió a negociar con ellos. A las elecciones de 1989 se llegó tras un año de conversaciones. Otra diferencia importante con Rumania es que hubo una renovación mucho mayor del liderazgo y que el régimen buscaba tener una base más amplia: Przeworski cita el plan de Gierek para, en los años 70, incluir a una serie de diputados católicos en el parlamento.
Rumania
En la Rumania anterior a 1945, los comunistas no habían sido significativos. La Unión Soviética presionó para conseguir la inclusión del minúsculo Partido Comunista en el gobierno post-bélico. Tras la abdicación del rey Miguel en diciembre de 1947 se proclamó la República Socialista de Rumania. Entre 1947 y 1948, a la vez que el país veía la colectivización agraria y la estatalización de la banca, se produjeron importantes luchas internas dentro del Partido, que concluyeron con la victoria del sector liderado por Ghorghe Gheorghiu-Dej, que fue apoyado por Stalin. Este rasgo de la lucha entre elites por el poder parece interesante, ya que la revolución de 1989 vio emerger una clase dirigente que había formado parte de la nomenclatura.
Al igual que Polonia, Rumania también tenía problemas territoriales con Rusia, pero estos no se remontaban al siglo XIX. La constitución de la República Socialista de Moldavia contribuyó a ampliar la brecha que separaba a Gheorghiu-Dej un estalinista de la línea dura, de Jruschov.
Tras la muerte en Moscú de Gheroghiu-Dej en 1965, el ascenso al poder de Nicolae Ceaucescu no mejoró las relaciones con la URSS. Ceaucescu denunció la intervención soviética en Checoslovaquia. En su primera etapa fue muy popular en el interior (debido a mejoras en la situación económica) y especialmente en el exterior (debido a la distancia que mantenía con la URSS).
Un elemento clave para entender cómo era Rumania es que el país no desarrolló una elite amplia. Aparte de Ceaucescu y algunos allegados muy próximos. Esto supuso que ni desde dentro del aparato comunista ni desde dentro del Estado pudiera surgir un sector reformista que pudiera alcanzar acuerdos con quien se opusiera al régimen.
Como, a diferencia de lo que ocurrió en Polonia, Ceaucescu no fue nada tolerante con los movimientos de oposición y basaba su poder en gran parte en las redes de informadores y su policía política (la Securitate), el proceso siguió el modelo de una olla a presión, no había ninguna válvula de escape para el vapor acumulado con lo que, finalmente, sólo hubo que esperar a que llegar el momento crítico. Finalmente, el calor proveniente de los otros países aceleró el momento de la explosión.
Hay muchos elementos inciertos en los acontecimientos que ocurrieron en la semana que va del 17 al 25 de diciembre de 1989, pero a grandes rasgos, el modelo rumano se caracterizo por el personalismo del liderazgo y la ausencia de pluralismo y dinamismo en la sociedad.
Conclusiones
Polonia y Rumania pertenecieron al bloque soviético entre el final de la segunda guerra mundial y 1989. Nominalmente, estos países eran repúblicas socialistas a las que unían acuerdos de cooperación y lealtad (Pacto de Varsovia, Comecon) entre ellas y con la URSS. Su sistema económico estaba basado en los mismos principios de control central de la economía y su sistema político en la dictadura del proletariado y el partido comunista como vanguardia de la clase trabajadora.
Formalmente se podía considerar que respondían al mismo modelo, que eran una misma cosa, pero excepto ese esqueleto jurídico-económico-político ambos países compartían poco más. La experiencia histórica de Polonia, un país compuesto por eslavos mayoritaria e intensamente católicos[7], que había sobrevivido como nación a pesar de la presión de las potencias que lo habían rodeado e invadido no tenía mucho que ver con la de Rumania, un país de religión ortodoxa y habla latina, en la zona de influencia de los decadentes imperios otomano y austro-húngaro.
La agricultura tenía una importancia destacada en ambos, con la notable diferencia de que en Rumania había sido colectivizada y en Polonia permanecía en manos privados. Este destacado peso del sector terciario muestra que ambos países adolecen de falta de desarrollo. A pesar de ello, Polonia había experimentado un mayor nivel de desarrollo industrial y vida urbana en los años de entreguerras. En ninguno de los países los comunistas habían sido un poder influyente antes del conflicto. Durante la guerra, Rumania formo parte del Eje, mientras que Polonia fue el primer país en ser invadido por el mismo.
Una vez que ambos países se constituyen como repúblicas socialistas, se comienzan a observar diferencias en su modo de funcionar. El sistema polaco es más colegiado, el ejército ejerce una tutela importante sobre el poder civil y el Estado tiene un adversario importante en el contrapoder que supone la Iglesia católica y las redes sociales que se generan a su alrededor. La sociedad civil rumana está mucho más desestructurada, nada más establecerse el nuevo estado comienzan las luchas entre facciones comunistas. El tipo de liderazgo que se construyó fue de tipo personalista, muy centrado en la figura de Gheorghiu-Dej, primero y Ceaucescu después. La elite fue muy reducida y la oposición muy escasa. A partir de estos elementos, podemos categorizar el tipo de régimen desarrollado en Polonia como comunismo de acomodación y el que se da en Rumania como comunismo patrimonialista.
En 1979 el Papa polaco visita su país natal, y en este punto simbólico sitúan algunos el inicio de la transición. Al año siguiente comienza una serie de huelgas en los astilleros Lenin de Gdansk. El poder no tiene más remedio que aceptar la existencia de una sociedad civil autónoma (uno de los requisitos de la democracia) que se organiza alrededor del sindicato Solidaridad. Durante los años ochenta, los líderes de Solidaridad (en especial, Walesa) hacen valer su voz en el escenario internacional y finalmente vuelven a ser legalizados para vencer en las elecciones parcialmente democráticas de junio de 1989. En cambio, lo que ocurre en la Rumania de Ceaucescu no tiene apenas repercusión en Occidente. Ceaucescu reprime duramente cualquier intento de oposición. A finales de diciembre de 1989, cree que sigue teniendo todo el país bajo su control. Sin embargo, fue fusilado el día 25. Mientras que Polonia estaba en una fase postotalitaria, que implicó diversas negociaciones y pulsos a lo largo de toda la década de los ochenta, Rumania permanece en el totalitarismo neopatrimonialista hasta el último de los días.
Se puede considerar la transición polaca como un proceso que comienza en 1979-80 y que concluye en 1989-90, o bien dividirse en dos partes. Hay quien considera que el proceso de transición de 1980 fue frustrado por la promulgación de la ley marcial por parte del general Jaruzelsky. En cualquier caso, aunque se discute sobre si es cierto o no, el propio Jaruzelsky ha justificado la promulgación de la ley marcial como una medida necesaria para evitar una intervención soviética (habida cuenta de la experiencia húngara de 1956 y la de la Primavera de Praga)
En Rumania, más que transición, se produjo una vertiginosa revolución. Gran parte de lo ocurrido permanece en la oscuridad y probablemente quienes acabaron tomando el poder no estaban demasiado lejos de quienes lo detentaban en los años del autoritarismo. La escasa renovación de las elites es una consecuencia lógica de una sociedad civil poco activa y desestructurada con pocas redes sociales de relación al margen del aparato del Estado.
Como conclusión podemos establecer que la capacidad de inclusión de un sistema lo dota de mayor estabilidad y previsibilidad, ya que la libertad de expresión de preferencias genera un marco de seguridad en el que los comportamientos de los actores políticos son más predecibles. El régimen polaco mostró esa voluntad en diversos momentos, aunque en otros tuvo que mostrar su fuerza, finalmente acabó disolviéndose por decisión propia. Ceaucescu, en cambio, optó por no incluir a nadie ni negociar nada, acabó identificando el Estado consigo y con su camarilla. Finalmente, el sistema no sólo le estalló, sino que se quedó sólo y la ira se concentró en su persona.
Bibliografía
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SUCHOCKA, Hanna (2002): La transición democrática polaca Polonia, en La transición a la democracia en Polonia. Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001-2002
[1] SKOCPOL, Theda. Los Estados y las revoluciones sociales
[2] FUKUYAMA, Francis (1994): El fin de la historia y el último hombre, Barcelona: Planeta-Agostini
[3] PRZEWORSKI, Adam (1996): Democracia y mercado (Barcelona: Cambridge University Press)
[4] KURAN, Timur (1994): Ahora o nunca: el elemento de sorpresa en la revolución de Europa oriental de 1989
[5] Citado en «Paths toward Redemocratization: Theoretical and Comparative Considerations», en O’DONELL, Guillermo, SCHMITTER, Philippe y WHITEHEAD, Laurence, Transition from Authoritarian Rule. Comparative Perspectives, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1986, pp. 105-135.
[6] GONZÁLEZ ENRÍQUEZ, Carmen (2002): Rasgos peculiares de la transición polaca, en La transición a la democracia en Polonia. Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001-2002
[7] Durante siglos existió una notable comunidad judía que fue exterminada durante el Holocausto