
De Manila a Marianas
Mi penúltimo entretenimiento literario en el campo de los viajes decimonónicos ha sido Un viaje por el Oriente: De Manila a Marianas obra de Juan Álvarez-Guerra [y Castellanos] (1845-1905), autor que no debe confundirse con otros dos escritores homónimos. Su propio padre Juan Álvarez-Guerra y de la Peña (1805-1899) y un antepasado de mayor importancia histórica, su tío abuelo Juan Álvarez Guerra (1770-1845).
Este es el primero de tres volúmenes de viajes por las Filipinas, donde el autor estuvo destinado como alcalde de Cavite. No he podido dedicarle todo el tiempo que su delectación requiere. Espero que las ediciones posteriores que se han hecho hayan venido acompañadas de un conveniente glosario y de cierto contexto para entender este extinto mundo colonial. Aún con limitaciones se maravilla uno de la mirada de otros tiempos hoy cuando nadie podría escribir párrafos así:
La suciedad, en que á pesar de la vigilancia que se ejerce están los esteros, principalmente se debe á la inmensa emigración de chinos, los cuales en gran número habitan sus orillas impregnándolas de la incuria y falta de limpieza que ellos observan. El chino es la entidad jornalera más perfecta que se conoce en Filipinas, pero también es la panacea más acabada de la hediondez, la cual únicamente se puede contrarrestar con las continuas y eficaces requisas de la autoridad que vigila sus domicilios, verdaderos tugurios en los que se hacinan cientos de ellos.
Hay un momento del diario en que el barco se encuentra en las coordenadas geográficas 12° 39′ N 139° 38 E , lugar en el que me he querido asegurar de que no hay nada de nada.
Álvarez Guerra era hombre instruido y es cosa que no puede esconderse ni en rincones recónditos de su escritura como en este donde parece querer recordarme que hace muchos años un amigo me recomendó que leyera a Balzac:
El descenso de la columna barométrica vertía en nuestra alma las mismas amarguras que tan magistralmente describe el gran fisiólogo del corazón humano en la reducción de su piel de zapa.
Volver la mirada hacia el pasado aunque sea hacia un pasado relativamente próximo como es el del siglo XIX sirve para replantearse cosas que hoy damos por dadas como la comodidad en los transportes y más que eso lo frágil que es la civilización:
Dicen que para conocer la educación nada hay como la mesa y el juego; quien tal dijo no había hecho seguramente un viaje largo por mar. Téngase presente que todo es relativo, y que al decir largo, no se vaya á creer hablamos de un viaje de Santoña á San Sebastián, ni de Valencia á Marsella, ni aun de Alicante á la Habana, sino de Cádiz á Manila, por supuesto por el Cabo de Buena Esperanza, en barco de vela y con 80 ó 100 pasajeros entre mujeres, hombres y chicos, nacidos ó por nacer, pues rara es la barcada que hace su viaje por el Cabo que no aumenta el personal del rol.
El que hace uno de esos viajes que dura de cuatro á seis meses, es el que puede decir dónde se conoce mejor la humanidad.
Á los primeros días se cruzan ofrecimientos, á los siguientes palabras, y en los restantes … ¡ah! en los restantes ya no se cruza más que alguna que otra bofetada entre hombres, y más que algún chisme entre el bello sexo, que en una larga navegación ni aun es bello, pues el pobre sexo toma un color, un genial, y aun cuando tiene excepciones, un lenguaje que les digo á ustedes, que más de una vez hemos recordado el Avapiés y la calle de Toledo. En fin, para acabar, conozco á una dama que tuvo que arrestarla el capitán. ¡Si sería brava!
La parte que me pareció más curiosa es la descripción de las Marianas, que recomendé al embajador en agradecimiento de tanto y en especial de aquella postal que nos envió desde Guam o Guajan.
La actual población de las islas Marianas que como ya hemos dicho se compone de 7.138 almas, distribuídas en Guajan, Rota y Saipan, forman un conjunto de castas y razas dignas de estudio. El indio, propiamente dicho, puede decirse es desconocido, predominando la raza mezclada de chamorro y americano y de español y chamorro, viéndose muy frecuentemente fisonomías muy acentuadas que recuerdan las invernadas de los norte-americanos, los cuales, no solamente plantaron su raza, sino que también sus usos, costumbres y lengua, tanto que el inglés lo entienden casi todos los chamorros. A más de mestizos ingleses, hay algunos de estos últimos casados y establecidos en el país, como también hay portugueses, españoles, filipinos, franceses, japoneses y carolinos.