Un poco más al norte
Finalmente y después de muchos años en la isla he podido acercarme al Parque Nacional de Connemara. Ha sido un viaje improvisado para celebrar el cambio de ciclo. Esta zona del oeste de la isla a unos 80 kilómetros de Galway tiene fama de ser una de las más bonitas de Irlanda y creo que hemos tenido la suerte de haber ido en otoño, con la peculiar paleta de colores para el paisaje que eso implica, además del privilegio de la soledad lejos de las hordas de turistas que lo invaden en otras épocas del año.
Nos alojamos fuera de lo que es Connemara propiamente dicho, unos cuantos kilómetros al norte del confín del parque en una zona que no es siquiera parte del condado de Galway sino del de Mayo. Para ir y volver recorríamos a diario ambas orillas de lo que yo creía que era único fiordo que me faltaba por ver en Irlanda: la bahía de Killary. Eso era hasta que ahora he descubierto que no es lo mismo un fiordo que un fiardo. Los otros dos lugares geológicamente similares son las entradas por mar a Carlingford y Belfast. La conclusión de tanto bordeamiento es que uno acaba haciendo casi veinte kilómetros que bien podrían ser evitados por un puente si la actividad y la población de la comarca lo justificaran, que no es el caso.
Desde hace unos cuantos años se llega a Galway en poco más de dos horas. La única vez que fui, a principios de siglo, tardamos cinco y media en un autobús que hacía escala en Athlone. Esto convirtió el viaje de ida en un agradable paseo en línea recta, sólo interrumpido por unos cuantos peajes. Más allá de la capital del condado homónimo sólo paramos en Moycullen para echar un café. Hubo buenas vistas del lago Corrib y acabamos entrando por Maam Cross en un territorio que nos recordaba a la Escocia que tanto nos gusta. En Leenane o Leenaun, un lugareño de acento peculiar nos indicó cómo salir del condado y llegar con éxito a nuestro destino.
El día siguiente salimos con la intención de recorrer. Para empezar nos dimos cuenta de que en el puente había unas cataratas al lado de las cuales habíamos pasado la tarde anterior sin percatarnos. No soy ajeno a la toponimia y una cascada llamada Aashleagh puede ocupar el primer lugar por orden alfabético en una lista de mis andanzas. Una vez deshecho el camino del fiordo nos plantamos en el circuito que llaman Connemara Loop, y siguiendo carreteras angostas pasamos por unos poblados llamados Tully y Renvyle, aunque lo realmente interesante era la vista del mar y la vista de islas e islotes, en especial Inishturk, en un día soleado. Después de cerrar el círculo volvimos un poco hacia atrás para ver la famosa abadía de Kylemore, que frente a su lago quizá sea la vista más conocida de Connemara. Allí estuvimos almorzando para volver luego a Letterfrack donde se encuentra la entrada del parque, que aunque es bastante más grande (tiene 30km2) alberga unos cuantos senderos cerca de la oficina de información.
Abadía de Kylemore
Hicimos uno que bajaba y volvía a subir por un bosque y después un algo más largo en las estribaciones de un monte llamado Diamond Hill, al que yo ni llamaría colina (que es como se suele traducir esa segunda palabra inglesa) ni consideraría que tiene forma de diamante (aunque yo diría que es bastante romboidal y ya hace muchos años me di cuenta de que los guiris llamaban diamantes a los rombos de la baraja francesa). Quizá podríamos establecer que para el anglosajón el arquetipo de un diamante es mucho menos poliédrico que para el latino. A pesar del viento frío, el día soleado hacía muy vivificante el paseo por el escenario de tonos pardos y ocres y, aunque no tuvimos intención de llegar a la cima, la vista desde el mirador desde el que parte el sendero a esa cumbre cumplió sobradamente nuestras expectativas.
El siguiente día lo dedicamos a seguir, sin mucha disciplina ni agenda, el círculo que forman las carreteras N-59 y R-344 en el sentido contrario al de las agujas del reloj, que es como si dijeramos darle la vuelta a Connemara. Muchos lugares bonitos donde parar en un día de más llovizna que el anterior que al cabo terminó siendo un día de muchos arcoíris. El arcoíris era un fenómeno que siempre me pareció infrencuente en España, donde quizá lo veía una vez al año mientras que en Irlanda es algo que diría que veo al menos una vez al mes. No es que sea algo que le cambie a uno la vida pero quizá valga la pena apuntarlo. La primera parada un poco más larga fue en Clifden que más o menos es el núcleo urbano de Connemara. No es que sea una gran urbe, pero tiene un par de calles dedicadas al turisteo con los productos más típicos que uno pueda imaginarse y unos cuantos cafés. Ahí tuvimos la intención de hacer otro tour circular de esos que recomiendan (de hecho hay tres o cuatro que salen del centro del pueblo y son muy recomendables para hacerlos en bicicleta) pero tuvimos que desistir debido a los clásicos percances de viajar con niños. De vuelta hacia nuestro refugio septentrional la contemplación de los tres o cuatro mayores lagos que pueden verse fue el hecho destacado del día. Paramos una vez más en Leenaun (o Leenanen ah la heterografía inglesa) que a pesar de tener en su haber una película de cine destacada y un montón de establecimientos en los que darse un baño de algas no me ha causado una gran impresión antes de completar una vez más la tarea de circundar la bahía.
El día de regreso fue quizá el más gratificante de todos, porque nos levantamos tarde con la mera intención de desayunar y dar un paseo por los alrededores de la finca. Era camino llano y nada transitado hasta una mansión construida frente a un lago.y pudimos observar con atención los colores del otoño, la cantidad de ovejas, los acebos y castaños e incluso alguna que otra seta tóxica. Una vez más se demuestra que lo más gratificante es viajar sin ambición y con tiempo.
Propina: Muchas fotos otoñales.