La pelle (1949)
Ha caído en mis manos una edición en español de esta novela. Me gustaría tener más tiempo y leer más y eso incluye leer más en español, cosa que considero una experiencia bastante diferente de la de leer en inglés, que es quizá el idioma en el que más leo o al menos en el que leo más libros. La diferencia es difícil de explicar pero fácil de intuir. En este caso, el original es en italiano, lengua de la que se suele traducir bastante bien. Creo que con la excepción de par de veces en las que pone «operario» donde debería ser «obrero» no me he encontrado nada raro. De hecho, lo que habría sido un pérdida sería haberla leído en inglés. En el original italiano se intercalan conversaciones o trozos de conversación en inglés con las tropas aliadas en la invasión de Italia y también partes en francés. El efecto se respeta si el castellano ocupa el lugar del italiano, pero mantener el efecto en lengua inglesa será más difícil. Por cierto, este multilingüismo debe de ser una característica importante del texto. Como excepto por unas pocas frases en ruso todo está en cosas que chapurreo me pasa bastante desapercibido.
Al parecer he fallado porque para leer esto hay que leer primero Kaputt. Lo haremos al contrario si se tercia. Malaparte hizo todo el recorrido político del espectro político totalitario (que no es tanta distancia si se piensa bien) y en 1943 tras haber caído en desgracia con el fascismo y ser liberado de prisión se encontraba como asistente del ejercito estadounidense que liberaba a Italia de la Alemania nazi y de sí misma. El relato comienza en Nápoles, que es una ciudad por la que nunca me he planteado pasar, a pesar de su interesante conexión con la Historia española. Hay algo en lo que he leído con anterioridad y en las cosas que me han contado que hace que le tenga reparo. En cambio me fascino cuando un compañero de trabajo napolitano encontró una baraja española en mi casa y estuvimos hablando de juegos de naipes que son los mismos: la brisca, las siete y media y la escoba. Luego, según las tropas van subiendo a Roma por la vía Apia ya me encuentro con escenarios que he pisado, como el mausoleo de Cecilia Metela, esposa de Mussolini en la versión gringa de la película. También Florencia.
Si no es por una bandera que me recuerda a las momias de turbera del Museo Nacional de Irlanda, la causa del título está al final del capítulo cuarto, a propósito de como unas madres prostituyen a sus chiquillos con las tropas:
— […] Deben haber ocurrido cosas terribles en Europa para que estén reducidos a eso.
—No ha ocurrido nada en Europa — dije yo.
—¿Nada? —preguntó el general Guillaume—. ¿Y el hambre, los bombardeos, los fusilamientos, las matanzas, la angustia, el terror, todo eso no es nada para usted?
— ¡Oh, eso no es nada! —dije—. Son cosas de risa; el hambre, los bombardeos, los fusilamientos, las matanzas, la angustia, el terror, los campos de concentración son cosa de risa, tonterías, viejas historias.
En Europa estas cosas ya hace siglos que las conocemos. Hoy ya estamos acostumbrados. No son estas cosas lo que no han reducido a esto.
—¿Qué es, pues, lo que les ha hecho así? — dijo el general Guillaume con la voz un poco ronca.
—La piel.
—¿La piel? ¿Qué piel? —dijo el general Guillaume.
—La piel — respondí en voz baja—, nuestra piel, esta maldita piel. No puede usted imaginarse siquiera de cuántas cosas es capaz un hombre, de qué heroísmos y de qué infamias, para salvar la piel. Esta, esta asquerosa piel, ¿la ve usted? (Y al decir esto agarraba con dos dedos la piel del dorso de la mano y tiraba de ella.) Un día se sufría hambre, tortura, sufrimientos, los dolores más terribles, se mataba y se moría, se sufría y se hacía sufrir, para salvar el alma, para salvar el alma propia y la de los demás. Para salvar el alma se era capaz de todas las grandezas y de todas las infamias. No solamente la propia, sino las de los demás. Hoy se sufre y se hace sufrir, se mata y se muere, se realizan cosas maravillosas y horrendas, no ya para salvar la propia alma, sino para la propia piel. Se cree luchar y sufrir por la propia alma, pero, en realidad, se lucha y se sufre por la piel, por la propia piel tan sólo. Todo lo demás no cuenta. Hoy se es héroe por una cosa bien pequeña. Por una cosa asquerosa. La piel humana es una cosa asquerosa. ¡Fíjese! Es una cosa repulsiva. ¡Y pensar que el mundo está lleno de héroes dispuestos a sacrificar la propia vida por una cosa semejante!
No es que me haya parecido una gran obra, también es cierto que la he leído deprisa, buscando trocitos de sabiduría o viñetas que me llamaran la atención. Sin mucho que comentar aquí dejo unos que me gustaron.
Este fragmento sobre el cambio de bando de Italia durante la guerra que resulta más esclarecedor al lector que a sus protagonistas:
— ¡Compañía, descanso! —gritó el sargento.
Los soldados se apoyaron sobre el pie izquierdo en una actitud de abandono y desmadejamiento y me miraron ahora fijamente con una mirada más dulce y humana.
—Y ahora —dijo el coronel Palese— vuestro nuevo capitán os hablará brevemente.
Yo abrí la boca y de mis labios salieron unos sonidos horrendos; eran palabras sordas, hinchadas y flojas.
Dije:
—Somos los voluntarios de la Libertad, los soldados de la nueva Italia. Debemos luchar contra los alemanes, echarlos de nuestra casa, rechazarlos más allá de nuestras fronteras. Los ojos de todos los italianos están fijos sobre nosotros; debemos levantar de nuevo la bandera caída en el fango; ser el ejemplo de todos en medio de tanta vergüenza, mostrarnos dignos de la hora que ha sonado, de la tarea que la Patria nos confía.
Cuando hube terminado de hablar, el coronel dijo a los soldados:
—Ahora uno de vosotros repetirá lo que ha dicho el capitán. Quiero estar seguro de que habéis comprendido. Tú —dijo indicando un soldado—, repite lo que ha dicho vuestro capitán.
El soldado me miró; tenía los labios delgados y sin vida de los muertos. Con un horrendo tono de voz,
dijo:
—Debemos mostrarnos dignos de la vergüenza de Italia.
El coronel Palese se acercó a mí y me dijo en voz baja:
—Han comprendido.
El carácter nacional y sexual de Italia:
La primera vez que tuve miedo de haberme contagiado, de haber sido también yo atacado de la peste, fue cuando fui con Jimmy a casa del vendedor de «pelucas». Me sentí humillado del repugnante morbo precisamente en el punto en que un italiano es más sensible, en el sexo. Los órganos genitales han tenido siempre una gran importancia en la vida de los pueblos latinos, y especialmente en la vida del pueblo italiano, en la vida de Italia. La verdadera bandera italiana no es la tricolor, sino el sexo masculino. El patriotismo del pueblo italiano está todo allí, en el pubis. El honor, la moral, la religión católica, el culto de la familia, está todo allí, entre las piernas, allí, en el sexo; que en Italia es bellísimo, digno de nuestras antiguas y gloriosas tradiciones de civismo. Apenas franqueé el umbral del almacén de «peluquería» sentí que la peste me humillaba en lo que, para todo italiano, es la sola, la verdadera Italia.
Las resonancias del mundo clásico son un tema italiano clásico:
Hacía un esfuerzo por pensar en Roma, no como una inmensa fosa común en la que los huesos de los hombres y de los dioses yacen entremezclados entre las ruinas de los templos y de los foros, sino como una villa humana, una villa de hombres simples y mortales donde todo es humano, donde la miseria y ía humillación de los dioses no envilecen la grandeza de los hombres, no dan a la libertad humana el valor de una herencia traicionada, de una gloria usurpada y corrompida.
Cosas que pasan en las guerras, sección homosexualidad:
A la primera noticia de la liberación de Nápoles, como llamados por una voz misteriosa, como guiados por aquel dulce olor de cuero nuevo y tabaco de Virginia, aquel olor de mujer rubia que es el olor del ejército americano, los lánguidos escuadrones de los homosexuales, no de Roma ni de Italia solamente, sino de toda Europa, habían franqueado a pie las líneas alemanas sobre las nevadas montañas de los Abruzzos, atravesando los campos de minas, desafiando los fusilamientos de las patrullas de Fallschirmjager, y habían acudido rápidamente a Nápoles al encuentro de los ejércitos liberadores.
Si leo Kaputt lo suficientemente pronto lo poco que se me quede en la memoria estará indisolublemente mezclado y más o menos se habrá enmendado mi error.