Third Culture Kids
A veces mis compañeras de trabajo se ponen en plan tonto con lo de ¿y por qué no te quieres casar?. Es una conversación recurrente, así que un día se me ocurrió una respuesta que me pareció ingeniosa y la guardé en la recámara para la siguiente vez: «es que no quiero malgastar el día más feliz de mi vida en eso». Deconstruyendo un poco, lo de llamar el día más feliz de la vida de uno al de la firma de un contrato civil suena bastante cutre. El día que nace un hijo debería ser mucho más importante, pero si uno tiene seis hijos no puede tener seis días que sean el más feliz de su vida. Además, tampoco es exactamente el día, y probablemente más intensa que la felicidad es la sensación de alivio de que todo haya salido bien, aunque la vida es, por definición, incertidumbre y nunca se sepa lo que puede estar a la vuelta de la esquina. Precisamente hoy he vuelto a percibir nítidamente esas dos sensaciones.
Como lo habitual es que ni el matrimonio ni un hijo sean flor de un día, nos enfrentamos a un aprendizaje. Como en todos los demás asuntos, uno puede escuchar a la voz de la calle, los consejos de su madre, la tradición y la sabiduría popular u es verdad que hay algo de aprovechable en todo esto. En cambio, algunos propugnamos un estilo más «científico» de vida y entre sus características destacables están las de no aceptar una verdad que viene dada porque sí y la de acudir a fuentes fiables e ir modulando sus enseñanzas de acuerdo con la experiencia. En este caso el inicio del trabajo me lo dieron casi hecho, porque cuando me estrené en la paternidad, un buen amigo en una situación bastante análoga me envió un interesante libro: The Third Culture Kids: Growing Among Worlds, del difunto David C. Pollock y Ruth E. Van Reken, continuadora de su obra.
La «tercera cultura» de la que se habla no es aquella que trasciende la división entre disciplinas científicas o humanísticas, sino que se habla más bien de tercera en el sentido de «el tercero» en un contrato. Una cultura que es hasta cierto punto ajena, que no es la de los padres o la del país del pasaporte y que influye en la formación de una persona que crece en un mundo personal que compagina influencias de todas ellas, sean dos o veintisiete.
Aunque hay buenos consejos sobre educación multicultural, creo que es un libro que hasta cierto punto puede servir a cualquiera, incluso a la persona que lleve la vida más monocultural posible y por supuesto a aquellos que vivan en países y regiones en las que se hablen varias lenguas. Gran parte de los asuntos que se tratan (el desarraigo, el sentirse diferente, los distintos modos de la vida que existen en el hogar y en la calle, la indefensión infantil, la rebeldía adolescente) son temas que inevitablemente nos tocan a todos y a todos el libro nos puede aprovechar.
Por otra parte, para el público más específico del libro: aquellos que estamos inmersos en una experiencia vital continuamente multilingüe y multicultural es más un libro para leer, releer y reflexionar que un catálogo de recetas. Muchas veces no hay una respuesta precisa ni correcta a una situación: hay que elegir y toda elección tiene costes y beneficios. La vida entre culturas no es toda de color de rosa. La emigración no es de color de rosa ni tampoco es una pesadilla. Abundan las narrativas que se ceban en la nostalgia y el pasado perdido y también las del paseo glorioso y el cumplido sueño americano. Ni una ni otra: infinidad de tonos grises. Ventajas económicas, perjuicios emocionales y viceversa, mejor educación y peor trabajo o al contrario, unos inicios difíciles frente a un futuro prometedor frente a lo opuesto y una casuística infinita que se ha dado o podría darse.
Cuando he repasado mi vida por el tamiz de este libro y cuando he intentando procesar escenarios futuros a través del mismo, no son pocas las ocasiones en las que se han quedado atascadas las imágenes y no estoy muy seguro de que el libro ayude a poderlas visualizar. El problema es que a grandes rasgos plantea dos modelos de familias trasplantadas a otro suelo cultural: El de los expats (uso el anglicismo porque aunque «expatriado» sea probablemente un término correcto, tiene para mí una connotación de expulsión forzosa que en cambio no aparece en el DRAE), a los que una organización envía a otro país en el que viven con un tren de vida típicamente muy superior al de los nativos y el de los inmigrantes, que se encuentran en un país nuevo al que llegan en situación de desventaja, típicamente como mano de obra barata y que tienen que labrar su futuro a través de las dificultades. También en el mercado de las culturas y las lenguas, el expat representa una cultura «superior», mientras que el inmigrante representa una cultura «inferior».
Y claro, como mi vida, como la de la mayoría de mis amigos españoles que viven en otros países o como la de la mayoría de los extranjeros que conozco aquí en Dublín, no encaja mucho a ninguno de los lados de esa dicotomía, la lectura del libro es un poco picar de aquí y picar de allá. Es posible que en los próximos meses comente algunos aspectos más concretos.
08.10.2013